El presidente filipino, Rodrigo Duterte, apodado El castigador por sus compatriotas, malhablado y de formas autoritarias, presume de no achantarse fácilmente. Este martes, sin embargo, se apresuraba a pedir profusamente excusas. Había llamado públicamente “hijo de puta” a su aliado más importante, el presidente de EEUU, Barack Obama, la víspera y éste, como respuesta, había cancelado la reunión bilateral en Vientiane (Laos), en el marco una cumbre regional, con la que el antiguo fiscal esperaba debutar por todo lo alto en los foros internacionales.
En el trasfondo del incidente diplomático se encuentra la violenta campaña antidroga que el populista Duterte ha lanzado desde su investidura, el 30 de junio. La campaña fue una de sus principales promesas en las elecciones de mayo y le ha ayudado a propulsar su popularidad entre sus compatriotas al 90%. Pero también ha causado ya 2.400 muertos, y la policía calificó de “daño colateral” la muerte de una niña de 4 años por disparos de sus agentes la semana pasada. De esas bajas, 900 se han producido en operaciones policiales, según el Gobierno filipino, y el resto son "muertes bajo investigación", un término que los activistas pro Derechos Humanos califican de eufemismo para encubrir asesinatos extrajudiciales.
La Casa Blanca había adelantado que la preocupación por la violencia de la lucha antidroga y el respeto a los derechos humanos en Filipinas sería uno de los asuntos que Obama sacaría a relucir en la reunión bilateral de la capital de Laos, que acoge la cumbre de la Asean (Asociación de Países del Sudeste Asiático). Preguntado en una rueda de prensa antes viajar a Laos cómo respondería, Duterte contestó que “hace mucho que dejamos de ser una colonia”. “Hay que ser respetuoso. No se puede ir repartiendo preguntas y declaraciones. Hijo de puta. Le insultaré en ese foro”, declaró Duterte.
Pero al defender con insultos su campaña contra la droga y contra la delincuencia, Duterte se arriesga a perjudicar la relación con su aliado más importante, Estados Unidos. Washington no solo es su tercer socio comercial y uno de sus principales inversores, sino también su principal respaldo militar y diplomático.
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Y es algo de lo que Manila no puede prescindir cuando se encuentra inmersa en una agria disputa territorial con Pekín en aguas del mar del sur de China. Una corte internacional de arbitraje desestimó en julio en La Haya, en un caso planteado por Filipinas, los argumentos chinos para reclamar la soberanía; Pekín ha asegurado que no acatará el laudo, mientras que Estados Unidos considera que China debe asumirlo.
Las disputas territoriales en el mar del sur de China, en la que participan también Vietnam, Malasia, Taiwán y Brunéi, son uno de los elementos en el trasfondo de la cumbre de esta semana en Vientián. Manila ha indicado que no planteará la rencilla durante la reunión internacional, en la que Pekín está representada por su primer ministro, Li Keqiang. Pero Duterte declaró el mes pasado su convencimiento de que todos los países de la ASEAN deben respetar el laudo de la corte de arbitraje.
Ante las consecuencias que pueda acarrear el exabrupto, la presidencia filipina se apresuró a pedir disculpas. “El presidente Duterte explicó que las informaciones de prensa acerca de que el presidente Obama le leería la cartilla sobre ejecuciones extrajudiciales le llevaron a hacer sus fuertes comentarios, que a su vez generaron preocupación”, indicó Manila en un comunicado citado por Reuters.
Duterte “lamenta que sus declaraciones a la prensa hayan causado tanta controversia”, señala la nota. “También expresó su profunda consideración y afinidad hacia el presidente Obama y la alianza duradera entre nuestros dos países”.
Pero de momento la reunión entre ambos ha quedado sin fecha. El presidente estadounidense había declarado el lunes, tras conocer los insultos de su homólogo: “Siempre me quiero asegurar, si voy a mantener una reunión, de que va a ser productiva y vamos a conseguir cosas”. La Casa Blanca rellenó inmediatamente el hueco de agenda que dejó libre Duterte con un encuentro con la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, con la que Obama tenía previsto tratar, entre otros asuntos, del escudo antimisiles estadounidense que Corea del Sur desplegará en su suelo.
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