Además del próximo inquilino de la Casa Blanca, Estados Unidos elegirá el próximo 8 de noviembre a un tercio de los cien miembros del Senado y a la totalidad de los 435 de la Cámara de Representantes, unos comicios cuyos resultados marcarán la capacidad de gobierno del próximo presidente del país.
Ambas cámaras del Legislativo cuentan con mayoría republicana, el Senado desde 2015, con 54 legisladores conservadores y 46 demócratas, y la Cámara de Representantes desde 2011, que ahora cuenta con 247 congresistas republicanos frente a 188.
El actual presidente, Barack Obama, obtuvo su histórica victoria en 2008, y además su partido logró hacerse con el poder en el Legislativo, lo que permitió al mandatario contar durante dos años con el favor del Capitolio para avanzar su agenda.
Sin embargo, su periodo al frente de la Casa Blanca concluirá con un panorama diferente, ya que en estos últimos dos años de su Presidencia ha tenido que trabajar con un Congreso totalmente opositor y en su etapa final no le quedará mas que asumir la figura del "pato cojo", como se conoce en Estados Unidos al presidente que tras las elecciones y hasta entregar el mando, no tiene margen de maniobra.
Así, Obama contó con dos años totalmente favorables del Legislativo con el control demócrata de ambas cámaras (2009-2011); cuatro años con un Senado a favor y una Cámara Baja republicana (2011-2015); y dos años más con un Legislativo totalmente opuesto (2015-2017).
La capacidad de un presidente estadounidense para Gobernar está directamente ligada a las mayorías y equilibrios del Congreso, ya que el Parlamento estadounidense tiene un gran poder a la hora de dirigir el país, como por ejemplo para confirmar y conformar los integrantes del Tribunal Supremo.
Por ello, este noviembre la política estadounidense no mira solo a la carrera entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, sino que también asiste con expectación a los resultados legislativos que harán más o menos fácil el mandato del próximo presidente de Estados Unidos.
En ese sentido, los republicanos son quienes a priori lo tienen más complicado, ya que ellos ostentan la mayoría de los asientos que están en liza en la Cámara Alta, teniendo que defender sus resultados no solo ante los demócratas, sino también frente a los posibles efectos negativos que ha podido tener la campaña de Trump sobre sus candidatos.
La campaña de Clinton, consciente de que llegar a la Casa Blanca sin una victoria en el Capitolio pondría las cosas muy difíciles a la ex secretaria de Estado, fortaleció en las últimas semanas sus esfuerzos por no solo llamar al voto presidencial, sino también apoyar a los legisladores con posibilidades de cambiar la balanza en el Congreso.
Así, por ejemplo, el propio Obama hizo campaña por Clinton y su compañero de fórmula Tim Kaine en Florida y Nevada, pero también por los aspirantes demócratas al Senado por esos estados, Patrick Murphy y Catherine Cortez-Masto, respectivamente.
El equipo de la también ex primera dama puso a trabajar a la actual, Michelle Obama, en Arizona, un estado eminentemente republicano pero en el que las encuestas dan a Clinton motivos para el optimismo, con posibilidad de arrebatar el escaño al histórico senador republicano y exaspirante presidencial John McCain.
Además, también habrá interesantes y ajustadas batallas legislativas en Pensilvania y Carolina del Norte, estados bisagra para los comicios presidenciales, mientras que Clinton también ha apostado por tratar de recuperar un par de distritos para la Cámara Baja en Nebraska y Maine.
Mientras la demócrata cuenta con toda la artillería de su partido, incluido su rival en las primarias, Bernie Sanders, Trump asiste a los últimos compases de la campaña con un Partido Republicano que le da la espalda, preocupado por perder sus asientos en el Capitolio a causa de sus salidas de tono.
Por ello, el actual presidente de la Cámara de Representantes, el republicano por Wisconsin Paul Ryan, le dejó claro a sus acólitos hace unas semanas cuál era su estrategia a seguir: "Céntrense en ganar en sus distritos", les recomendó tras surgir una polémica por la difusión de comentarios lascivos que hizo el magnate en 2005.
El legislador, que en 2012 fue aspirante a la vicepresidencia de la mano de Mitt Romney, se negó a hacer campaña a favor del magnate sabedor de las consecuencias terribles que podría tener para su reelección al Congreso.
Los republicanos del aparato, y también los analistas, auguran que la irrupción del magnate en las elecciones puede tener un efecto devastador para los conservadores en el Congreso, y la mayoría augura que perderán al menos el control del Senado, y más de una veintena de asientos en la Cámara Baja.
Con información de EFE