Lula sigue enojado por sus 520 días de cárcel, quiere reivindicarse frente a la historia, y culpa a la inteligencia estadounidense de conspirar con quienes lo procesaron.
Una elección presidencial ganada por sólo el 1% de los votos, y un Poder Judicial que hostigó a Jair Bolsonaro al punto de no permitirle siquiera realizar publicidad de campaña. Una estrategia donde la Administración de Joe Biden no estuvo ausente, a pesar que el actual presidente de Brasil acusó a Estados Unidos de estar detrás del ¨ Lavajato ¨. En realidad, fue este inmenso escándalo de corrupción, que arrasó con el establishment económico de Brasil, lo que terminó beneficiando a Lula: la mayoría de los involucrados, por no decir todos, prefirieron el regreso al poder del hombre que, al menos no había interferido en sus oscuros negocios, y no la continuidad de Bolsonaro quien impulsó fuertemente las investigaciones durante su gobierno. La pandemia hizo su parte, Bolsonaro no consiguió empatizar con los sectores de centro y Lula regresó al edificio Planalto.
El mismo poder judicial politizado, ideologizado y atemorizado por el regreso de Bolsonaro, ha buscado en los últimos dos años liberar a los involucrados en el Lavajato (destacados políticos y empresarios) y avanzó aún más, al punto de prohibirle al ex presidente que vuelva a ser candidato hasta el año 2030.
¿Cuál es la contracara de este acuerdo político, judicial y mediático para impedir el regreso de Jair Bolsonaro? La economía de Brasil no está pasando un buen momento (mucho menos si se compara los indicadores actuales con los que dejó Bolsonaro): aumento de la tasa de interés, continuos avances sobre la independencia del Banco Central, brutal crecimiento del gasto público y los impuestos, el parlamento (verdadero poder en Brasil) está sumamente fragmentado y el ¨ costo de las almas que hay que satisfacer para que se apruebe una ley, es cada vez mayor ¨.
Mientras esto sucede, Bolsonaro mantiene una altísima intención de voto, y para resumir el apoyo que recoge podemos decir que ¨ las calles son del ex presidente ¨. Cuando este hace apariciones públicas o llama a una manifestación, son avalanchas de personas las que acuden y contrastan con las ¨ raquíticas ¨ convocatorias del Partido de los Trabajadores (PT), sostén electoral de Lula. La izquierda, en concreto, ha perdido el principal ámbito de expresión que caracterizó a la política brasilera en años: la vía pública.
El proceso político que se está desarrollando es apasionante, y a mis colegas brasileros y alumnos se lo suelo definir como ¨ la argentinización de Brasil ¨: de ser país donde políticamente dominaba el centro, presente en todos los gobiernos, apoyando a la derecha y a la izquierda según el momento (para lo cual contaban con miembros en ministerios claves, o legisladores cuyos votos definían la aprobación o no de una ley, además de gobernadores muy poderosos), clase empresaria muy influyente y un presidente con poco poder; se ha convertido en un país faccioso, con una justicia partisana muy ideologizada que incluso avanza sobre el sector privado (acaba de prohibir las actividades de X porque Elon Musk cometió el sacrilegio de hablar bien de Jair Bolsonaro).
La ideologización del gobierno de Lula, no parece coincidir con su propia historia. Durante los 20 años de dictadura militar que soportó Brasil (entre 1964 y 1985) el actual presidente no tuvo la necesidad de exiliarse, no fue perseguido, y, por el contrario, era considerado un sindicalista pragmático (al mejor estilo del gremialismo argentino) con el cual se podía conversar. Superado el ¨ peligro militar ¨, este hombre de diálogo comienza a venderse como líder de la izquierda dura, y se convierte junto a Fidel Castro, en impulsor de un acuerdo político que aún hoy contamina las democracias de América Latina: el Foro de San Pablo. Desde allí apadrina los izquierdismos autoritarios, aunque sin poder trasladar esta impronta a su propio país que todavía conserva anticuerpos muy fuertes contra estas derivas políticas.
Justamente fueron estos anticuerpos, los que hicieron que la política exterior de Brasil durante los dos mandatos de Lula, fuera también oscilante como la historia personal del propio presidente. Se mostraba con Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Evo Morales, pero enviaba mensajes tranquilizadores a Estados Unidos: estoy rodeado de locos pero estén tranquilos que sé cómo manejarlos. ¿Quiere decir esto que los norteamericanos fueron demasiando inocentes? Para nada. Sus intereses estaban en otro sector del planeta (Irak, Afganistán, Al Qaeda, por ejemplo), y no en América Latina, lo cual facilitó la estrategia de Lula.
Esta flexibilidad para manejar la política exterior, Lula la ha perdido. Hace unas semanas declaró que Israel había asesinado 12 millones de palestinos, o sea, los 7 millones que existen más 5 millones por nacer. Más allá de este yerro, definió una clara posición frente a Estados Unidos en la situación que se vive en Medio Oriente. Por otra parte, su mano derecha en cuestiones de política internacional, es un declarado enemigo de la diplomacia occidental: Celso Amorim, Jefe de la Asesoría Especial de la Presidencia de la República Federativa de Brasil
Desde hace 15 años, la Fuerza Aérea de Brasil participa de un importante y costoso proyecto para incorporar aviones sueco/británicos SAAB 39 ¨Gripen¨ cuya unidad de comando y control es enteramente de procedencia israelí. ¿No sabe esto Lula? O el caso del conflicto en Europa: ¨ Hubo guerra porque Ucrania se defendió ¨ Adivine quien lo dijo. Siguiendo ese mismo razonamiento, la Segunda Guerra Mundial la habría iniciado Polonia por resistirse a la invasión de la Alemania de Adolf Hitler.
Para terminar, Brasil es hoy el principal importador mundial de gas oil desde Rusia. Foro de San Pablo, Rusia, Hamás, Maduro…el Brasil de Lula III que se basa en el diagnóstico de Amorim, un profundo antinorteamericano, según el cual el futuro es China, Estados Unidos está en declive, y el mundo se ha convertido en un escenario multipolar. Una visión totalmente sesgada y que, por supuesto, no es compartida por el fuerte aparato industrial y empresario brasilero. Y al menos también, por la mitad de los votantes de Brasil. ¿En qué moneda están nominados los 400 mil millones de reservas de su Banco Central? Dólares, obviamente. Si Amorim está en lo cierto, lo primero que se impone es un cambio de cartera.
En enero del presente año, el 51% de los brasileros consideraba que la actual gestión de Lula era mejor que la de su antecesor, Jair Bolsonaro. Cinco meses después y en medio de una caída sostenida, ese porcentaje está en el 38%, el nivel más bajo desde el inicio del mandato. El grupo decepcionado con el actual presidente se niega a reconocer que Lula es peor que Bolsonaro, y al momento de solicitarles su opinión se inclinan por decir que las dos administraciones son iguales. Pero un dato clave pone las cosas en su lugar: en Enero un 9% se enrolaba en esta categoría, hoy en día ese porcentaje se ha duplicado.
Fabián Calle es Fundador y Director de la Cátedra Brasil de la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (UCEMA). Profesor de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y de la Maestría en Estudios Internacionales. Analista Político, Conferencista del Jack D. Gordon Institute for Public Policy de Florida International University. Columnista de Infobae y panelista de Política Internacional en Todo Noticias (TN)