La única certeza que existe este sábado en el PSOE es que el próximo secretario general será elegido en un proceso de primarias. Se trata de una condición que no discute ya ninguno de los dos bandos enfrentados y no es una cuestión menor. Hasta hace bien poco, Susana Díaz aspiraba a recuperar de alguna forma el modelo clásico de congreso, controlado por los delegados elegidos de manera proporcional por las distintas federaciones territoriales. Pero, a fuerza de erigirse en portavoz de unas bases que confía en tener mayoritariamente de su lado, Pedro Sánchez ha obligado a la secretaria general de los socialistas andaluces a renunciar a cualquier tipo de maniobra que suponga cuestionar lo que al respecto establecen actualmente los estatutos.
Ése fue el compromiso adoptado ante el Comité Director del PSOE-A por la propia Susana Díaz en su reunión extraordinaria del pasado jueves. Pero, por si el mensaje no había quedado suficientemente claro, su hombre de confianza,Antonio Pradas, uno de los miembros de la Ejecutiva federal dimitidos, se encargó ayer de repetirlo en todas las entrevistas a las que fue invitado a lo largo del día. Es más, incluso llegó a hablar -aunque más tarde sus palabras fueron corregidas- de unas «primarias abiertas», expresión que inmediatamente se interpretó como la voluntad del entorno de Susana Díaz de convocar a esa consulta no sólo a las bases, sino también a los simpatizantes del partido.
Esa apuesta era coherente con lo que había subrayado la presidenta andaluza horas antes en el mismo sentido y de forma enfática: «El partido no es sólo patrimonio de sus militantes; el partido es también de los millones de ciudadanos que han votado al PSOE».
Pero, finalmente, Antonio Pradas corrigió las primeras versiones que se publicaron de sus palabras para aclarar que se refería a unas «primarias abiertas a la militancia». De momento, no se quiere llegar más lejos.
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Desde el inicio de la contienda, el equipo de Pedro Sánchez está convencido de queel sentir de la militancia está de su lado. Y de ahí que considere que su fuerza radica en ese apoyo teóricamente mayoritario. Por eso, ante las críticas crecientes que cosechaba su gestión entre los barones territoriales, antes incluso de la debacle electoral de Galicia y el País Vasco, siempre contó con la bala en la recámara de consultar a las bases, tanto para preguntarles directamente por la posición que debía mantener el partido en relación a la investidura de Mariano Rajoy como para, si la crisis se recrudecía -como finalmente ha ocurrido-, precipitar un congreso extraordinario con primarias, obligando así a sus adversarios a retratarse.
Aunque la propia Susana Díaz habló de un «derecho irrenunciable de la militancia» -el de elegir con su voto directo al secretario general-, no hace ni una semana que algunas voces alineadas en su bando reivindicaban la «democracia representativa» frente a la última reforma estatutaria que consolidaba la «democracia directa» en la elección del secretario general. El último en defender el modelo clásico fue, el pasado 16 de septiembre, el ex presidente de Extremadura,Juan Carlos Rodríguez Ibarra, quien vino a decir que el PSOE empezó a ser un partido sin referentes claros desde que optó por dejar la elección de sus dirigentes en manos de los militantes.
Para el sector crítico, poner el foco en el modelo de elección del secretario general tiene la virtud, por un lado, de arrebatarle -o al menos intentarlo- su mensaje-fuerza a Pedro Sánchez. Y, por otro, de apartar -o al menos intentarlo igualmente- la atención de la cuestión que subyace de fondo en la batalla entre las familias socialistas, y que no es otro que la posición final de sus diputados en el Congreso con respecto a la investidura de Mariano Rajoy.
Con información de El Mundo