América Latina es un continente diverso, políticamente heterogéneo y socialmente muy contrastado. Ciudades con grandes zonas llenas de opulencia y gasto rodeadas por cinturones de miseria que arropan a millones de personas en urbes con poca -o muy poca- planificación.
Apolinar Martínez / El Político
Nuestra región ha estado marcada, históricamente, por gobiernos autoritarios militaristas (definidos por algunos como “de derecha”) y por sociópatas populistas (definidos por otros como “de izquierda). En un baile mal acompasado entre soberanía, democracia limitada y golpes de estado.
Es quizás, un flagelo de los pueblos lationamericanos. Víctimas de cruentas guerras civiles en sus pasados recientes y liderazgos torpes fruto de la fuerza. Con la existencia de un líder todopoderoso que, bien lucha por los intereses de la gente, o bien se erige como adalid de la conservación de los valores sociales más tradicionales.
Ante tal escenario, no es descabellado pensar que la gente vota por quien históricamente les ha comandado. Sin embargo, esto no necesariamente es cierto.
Los nuevos líderes
Nuevas generaciones han nacido, crecido y se han formado con valores distintos a los resaltados en la historia política de nuestro continente.
Por otra parte, como retoños ya florecidos se han levantado nuevos líderes que, enmarcados o no en la vieja usanza, han sabido calar dentro del imaginario público de forma más o menos homogénea.
Tales han sido los casos de Hugo Chávez de Venezuela. Un militar socialista que gracias a su carisma supo acompasar su personalidad amable con el ejercicio absoluto del poder en el otrora país más rico de la región.
Nestor Kirchner en Argentina. Quien surgió como una alternativa a la hecatombe económica que vivía el país a principios de los 2000. Pero que dejó a su paso una Argentina más desigual e igual de inestable.
O Lula da Silva. Un sindicalista brasilero que logró impulsar a la clase trabajadora nacional en contraste con unos niveles de corrupción altísimos a nivel federal en Brasil, entre otros.
En busca del cambio
Los tres elementos considerados con anterioridad demuestran que, si bien nuestra región parece estar plagada de ególatras con poder, también está llena de millones de personas que votan con la esperanza de cambiar una situación.
Una coyuntura particular negativa y que encuentran cobijo en quienes saben expresar el mensaje que las masas quieren escuchar.
En el extremo opuesto del refractor político, se encuentran los liberales con serios problemas de oratoria, de convencimiento y sobre todo de identidad.
Pero los liberales de verdad, no Jair Bolsonaro que es un capitalista estatal con dotes tiránicos; o como Mauricio Macri, un líder “liberal” que poco hizo por corregir los errores de sus predecesores.
Los problemas de los liberales
Problemas de oratoria porque no pueden hacer que sus ideas calen en el ideario colectivo de cada nación. Porque sus ideas y sus planteamientos se corresponden con visiones abstractas de una realidad que solo existe en sus oficinas y en libros de texto.
Problemas de convencimiento porque la gente no cree en las palabras de gente que, incluso habiendo tenido poder, no ha sido capaz de demostrar que son una alternativa diferente a la corrupción, al abuso de poder y al mal manejo estatal.
Y, sobre todo, problemas de identidad. Porque aún no se unen y redefinen como una fuerza que está de la mano con la esperanza, el progreso y, sobre todo, con la gente.
Los liberales en América Latina se van a la mar tempestuosa de la política en un barco sin nombre, sin bandera y sin tripulación.
No entienden que la única forma de llegar al poder es llegando al corazón de la gente y, por tanto, generando el cambio que tanto se necesita.
Que tanto han prometido nuestros líderes de antaño –y del presente—pero que nunca se cumplen.