La América Latina, esa franja de continente desde México hasta la Patagonia argentina, no es solo importante para la nación del norte por los 60,5 millones de inmigrantes o nativos, sino por las mismísimas naciones que conforman ese subcontinente.
Gonzalo Morales Divo /El Político
Esas relaciones se desarrollaron sobre todo desde principios del siglo XX, dado que en la centuria anterior EE. UU. se rigió por la llamada "Doctrina Monroe", que pretendía repeler la intervención europea y de otros continentes ajenos a lo americano. "América para los americanos" era el lema. El siglo XIX fue, pues, mucho más exclusivista y encerrado en sí mismo.
Aunque las relaciones entre el gobierno de los EE. UU. y la mayor parte de América Latina fueron limitadas en el siglo XIX, en el siglo siguiente absorbió al sub continente en su esfera de influencia e incluso creó un escudo político y económico contra la Unión Soviética, que vio en esa zona una oportunidad de hegemonía durante los casi 50 años de la Guerra Fría.
El siglo XX y la "Pax Americana"
En el siglo pasado la nación norteamericana fue muy activa en su voluntad de, no solo influir en Latinoamérica, sino de dejar un legado más sólido. A partir de la segunda década del siglo XX el país del norte se fijó el plan de crear una ruta de navegación que atravesara, nada más y nada menos, el istmo centroamericano.
El famoso Canal de Panamá, que obligó al país del norte a aprovecharse de un movimiento independentista de la entonces inexistente república con Colombia, unió a dos océanos (Atlántico y Pacífico) ahorrando a las embarcaciones cinco meses de viaje circunnavegante y miles de dólares en costos. El canal fue entregado a Panamá en 1956, pero no logró plena propiedad hasta 1999. No obstante, la seguridad militar la ha ejercido el país del norte hasta el presente.
Con México, Estados Unidos ha tenido una relación muy tumultuosa. Desde 1910 intervino en conflictos y asuntos políticos como la revolución mexicana en 1910, que propició, por cierto, la emigración de gran número de mexicanos que se refugiaron en el suroeste de los Estados Unidos (California, Arizona, Texas).
Para mediados del siglo XX, EE. UU. era el mayor socio comercial de todo el subcontinente, En los años 30 del siglo pasado, el país instituyó la "Política del Buen Vecino", prometiendo acuerdos amistosos y balanceadas con sus vecinos más allá del tipo de gobierno que tuvieran.
Esta política se deterioró con la Guerra Fría, ya que algunos países como Cuba, Nicaragua, Chile (por poco tiempo) y, luego de la caída de la URSS, Venezuela, se pasaron a la órbita de izquierda radical cuyo sello era una oposición a toda costa a los Estados Unidos. Por ejemplo, la crisis de los misiles en 1962 tuvo consecuencias internacionales, porque involucró a la URSS, a Cuba por supuesto, a aliados de ambas potencias y a todo el subcontinente.
América Central también mostró casos de rebelión izquierdista que se hicieron hostiles hacia Washington, como la revolución sandinista en Nicaragua, los grupos guerrilleros en Colombia, que han migrado de la "justicia social" al narcotráfico.
Suramérica expone el vergonzoso ejemplo de una Venezuela que fue ejemplo de democracia estable y perfectible, para pasar luego a un régimen chavista entre los más corruptos del planeta que, literalmente, llevó a un país rico y prometedor a una nación quebrada económicamente y también socialmente, con una diáspora calculada en al menos 5,4 millones de personas.
Pero también han existido acuerdos más beneficiosos, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN/NAFTA) de 1994, que energizó el comercio de México con EE. UU. pero también Canadá. Un paso muy positivo hacia la integración regional.
La primera década de los 2000 fue fatídica para la democracia venezolana y regional, con la llegada de Hugo Chávez que, si bien ganó sus primeras elecciones limpiamente, logró desmantelar el estado de la llamada "Cuarta República" e instaurar un sistema sumiso a los designios del partido PSUV y su líder. Chávez, hasta su muerte en 2013, dejó a un sucesor que afianzó la dictadura constitucional por un régimen al mando de todos los poderes, incluida la autoridad electoral.
Su alianza con Cuba ha sido un salvavidas para la dictadura pero no por mucho tiempo, porque Venezuela se considera actualmente un país quebrado. El eje anti-estadounidense comprende a Nicaragua y Cuba, con amplio apoyo de Rusia y, en menor medida, China que es más pragmático.
Los aliados de Washington son Argentina, México, Panamá, Chile y Colombia, sobre todo por las relaciones económicas, como es el caso de su vecino del sur.
Las relaciones de EE. UU. con Latinoamérica no son solo hacia los países, sino "desde" los países. Por ejemplo, 18% de la población de los Estados Unidos nació o es ascendente de latinoamericanos. Esto compete a por lo menos 50 millones de personas, a los que deberían añadirse unos 10 millones de inmigrantes indocumentados.
Lo interesante es que esas generaciones son absorbidas por la dinámica cultura estadounidense: variada, resilente, siempre reinventándose y capaz de múltiples reencarnaciones. Pero la herencia hispana es abundante y clara. No hay duda de que ese influjo ha penetrado y compuesto el alma del país en muchas facetas. Y el siglo XXI será muy importante para consolidar esa fusión.
De modo que Estados Unidos es indivisible de América Latina, en mayor o menor medida. El futuro nos mostrará nuevas oleadas migratorias, nuevas formas de adaptación, exportación del desarrollo económico para que muchos no tengan que emigrar y el sorprendente poder de transformación que la nación norteña y sus inmigrantes son capaces de acometer.