En un mensaje dirigido en realidad al mundo entero, el Papa Francisco ha urgido el domingo a los cristianos de Madagascar a no caer «en la tentación de encerrarse en pequeños mundos que terminan dejando poco espacio a los demás; ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien».
El Político
La misa con un millón de personas en una inmensa explanada en las afueras de Antananarivo resultaba todavía más impresionante sabiendo que cien mil jóvenes y casi un cuarto de millón de adultos habían pasado la noche al raso, con una temperatura invernal de nueve grados -la capital está a 1.400 metros de altura- y un viento fuertísimo, durmiendo sobre la tierra intensamente roja, el color nacional de Madagascar.
El Santo Padre ha subrayado en su homilía que la actitud de los cristianos ante los problemas o el pisoteo de la dignidad de los demás debe ser siempre activa: «A menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista. ¡No! El creyente extiende su mano como lo hace Jesús con él».
Igual que en Mozambique y a su llegada a Madagascar, el Papa ha vuelto a condenar la plaga interna de la corrupción que mantiene estancada buena parte del África subsahariana. Esta vez lo ha hecho desmontando la excusa de ayudar a la propia familia, clan o tribu.
Con toda claridad ha dicho que «cuando el ‘parentesco’ se vuelve la clave decisiva y determinante de todo lo justo y bueno, se termina por justificar y hasta ‘consagrar’ ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios, la exclusión, los favoritismos, amiguismos y, por tanto, la corrupción».
El cristiano debe ser capaz «de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá́ de su proveniencia familiar, cultural y social», pues «su amor y entrega es una oferta gratuita por todos y para todos».
Al mismo tiempo, el Papa ha alertado frente a toda ideología oportunista «que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación».
Finalmente, les ha prevenido frente al peligro del egoísmo, y ha invitado a combatirlo de modo colectivo «porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas».
El programa del Papa para su última tarde en Antananarivo -antes de viajar el lunes a Mauricio- incluye una visita a la «Ciudad de la Amistad» de Akamasoa, iniciada hace treinta años por un misionero argentino, nominado para el Nobel de la Paz. Pedro Opeka fue capaz de convencer a los pobres que rebuscaban objetos y comida en un gran basurero municipal para que construyesen sus propias casas, escuelas y centros de salud.
Fuente: Dailymail