La mayoría de los presidentes estadounidenses escoge para su primer desplazamiento al exterior un viaje de ida y vuelta a un país vecino, Canadá o México. Pero no Donald Trump, quien prefirió una maratónica gira de nueve días al otro lado del océano.
El presidente, de 70 años, inicia el viernes un "enorme" periplo de nueve días y siete escalas, que pondrá a prueba la resistencia de un gobierno ya sometido a las turbulencias interiores de la trama rusa.
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Para los transeúntes que toman un fotografía de la comitiva presidencial en las calles desiertas de una capital extranjera, el desplazamiento puede parecer agradable. Pero se trata de una maratón de tensiones, lágrimas y enojos en un contexto de diferencias horarias y falta de sueño.
Si Trump quiere frenar los escándalos en serie que lo golpean actualmente, su gira le dará un cambio de decorado pero poco respiro.
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El ritmo es impiadoso. Cada movimiento es una coreografía y los retos de la Casa Blanca nunca fueron tan cruciales.
"Lo que hace tan difíciles estos viajes es que casi cada segundo del presidente, cada paso que da, tiene que ser objeto de preparativos muy calculados", explica Ned Price, quien fue portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Barack Obama.
– Duro aterrizaje –
Donald Trump bajará del avión presidencial Air Force One el sábado en Arabia Saudita tras un largo vuelo nocturno en el curso del cual podrá haber aprovechado para dormir, contrariamente a sus asesores.
Como constató a sus expensas Obama, cualquier cosa, incluida la elección de la escalerilla al pie del avión, puede convertirse en una crisis diplomática.
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En septiembre, cuando los agentes del Servicio Secreto no pudieron encontrar en Hangzhu, China, a alguien que alquilara alfombras rojas y hablara inglés, se le aconsejó a Obama que saliera por las escaleras que están bajo el vientre del aparato.
El escándalo fue inmediato. "No le dan ni siquiera una escalera, una verdadera escalera, para bajar del avión", declaró indignado Trump. "Es una señal de falta de respeto".
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Pero hasta que termine su gira por Arabia Saudita, Israel, Territorios Palestinos, el Vaticano, Bruselas y Sicilia (Italia), Trump deberá mostrarse más comprensivo.
Su viaje, de todos modos, ya comenzó. Un mes antes de cada desplazamiento presidencial un ejército de funcionarios de la Casa Blanca, del Servicio Secreto, las Fuerzas Armadas y del Consejo de Seguridad Nacional pasan revista a todos los detalles de cada jornada en el exterior.
– Lejos de los asesores –
El objetivo es que cada problema logístico sea resuelto antes de que el Air Force One, lleno de asesores, escoltas, periodistas y por supuesto el presidente, aterrice. Así como otro avión para el personal y un avión militar que traslada desde podios hasta la limusina blindada.
Una jornada tipo incluye un encuentro bilateral, una ceremonia de bienvenida, varias sesiones cumbre sobre temas muy variados, una foto oficial, un concierto y una cena de trabajo.
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En cada etapa el presidente tiene que dejar su marca transmitiendo el mensaje apropiado, formulando las demandas adecuadas y asegurándose de que se cumpla la agenda.
Los agentes del Servicio Secreto inspeccionan todas las habitaciones y mantienen a distancia a las personalidades indeseables, como el presidente sudanés Omar al Bashir, acusado de genocidio, quien sólo a última hora decidió no concurrir a una reunión que tendrá Trump con líderes árabes y musulmanes en Riad, convocada por los sauditas.
– El riesgo de meter la pata –
"El diferencial en materia de información es un verdadero desafío. Para un hombre acostumbrado a mirar todo el día las cadenas de información por cable, un viaje al exterior será como una abstinencia" brutal, según Loren DeJonge Schulman, una exintegrante del Consejo de Seguridad Nacional bajo Obama.
"Una parte se debe a los husos horarios, pero otra a que durante las cumbres los asesores que lo tienen informado están lejos", agregó.
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La envergadura de este viaje está sujeta al lema "apuestas fuerte o vete a casa", aunque provoca palpitaciones en algunos miembros del gobierno.
Además de la logística, el presidente no está a salvo de meter la pata cuando pronuncie un discurso sobre el Islam en Arabia Saudita o mencione el proceso de paz en Medio Oriente.
Con información de AFP