Este mes de julio, casi olvidado y pobre en su casa de la Pequeña Habana, falleció en Miami Ricardo Bofill Pagés. Como sobre un campo minado, bajo un sistema totalitario e intolerante, este cubano fundó en 1976 en La Habana, con un grupo de amigos, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH).
Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC)
Con los años la organización se fortaleció, marcó hitos históricos y se multiplicó hasta resultar en el actual movimiento cubano de derechos humanos y oposición pacífica.
La trayectoria de Bofill en Cuba, entrando y saliendo de la prisión sin renunciar a su ideario confirmó que los individuos, a contrapelo de lo que afirma el marxismo corriente, sí juegan un papel clave en la historia.
Este hombre nervioso y lúcido comprendió que las violaciones de los derechos humanos en su país no eran puntuales, sino institucionales, y que después que el régimen de Fidel Castro ahogó en sangre la lucha armada clandestina sólo era viable luchar contra el totalitarismo pacíficamente, a cara descubierta y desde la plataforma elaborada por la ONU de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Mientras vivió en Cuba trabajaba incansablemente, distribuyendo denuncias mecanografiadas a agencias de prensa extranjeras y embajadas. En 1987-88 con compañeros que se le habían unido en la cárcel o en la calle, desarrolló una serie de iniciativas que el ensayista y miembro del CCPDH Ariel Hidalgo ha llamado “la primera ofensiva de la disidencia en Cuba”.
Estas incluyeron la convocatoria, en una iglesia de El Vedado habanero, a una misa en memoria del asesinado sacerdote polaco Jerzy Popieluszko, durante la cual dio a conocer un fuerte documento crítico titulado “Llamamiento de La Habana" que muy pocos asistentes firmaron; una mesa redonda celebrada semanas después sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, que fue transmitida a la isla por Radio Martí; una exposición de arte disidente en pleno Vedado; y numerosos talleres de trabajo y entrevistas con representantes de Amnistía Internacional, Americas Watch, y otras organizaciones o medios de prensa internacionales.
El gobierno reaccionó intentando desacreditarlo a través de sus medios, pero solo consiguió que los cubanos lo conocieran y que el CCPDH creciera. La labor de Bofill, canalizada en la sesión anual de 1988 de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra por el embajador de Estados Unidos, Armando Valladares, resultó en una situación comprometida para el gobierno de Castro, que ordenó a su representación invitar a un grupo de trabajo de la Comisión a visitar la isla, lo cual se concretó en octubre. A Bofill se le impidió presentarse a declarar ante el grupo de trabajo, pero 89 de sus compañeros lo hicieron.
Los visitantes dejaron Cuba y en febrero de 1989 publicaron un informe con 400 páginas de testimonios sobre serias violaciones de derechos humanos en Cuba.
Este fue el preámbulo para que en 1991 el foro ginebrino nombrara a un Relator Especial para Cuba, un procedimiento que solo se implementa para países donde hay una situación crítica de derechos humanos. En el caso cubano el Relator se mantuvo hasta la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998. Pero el escrutinio internacional de la situación de los derechos esenciales en la isla nunca más se detuvo.
Entre sus virtudes como líder Bofill se distinguió por saber escuchar y dar calor a las iniciativas de otros. También por su tenacidad. Se cuenta que una vez mientras estaba preso en el Combinado del Este un oficial de la seguridad del Estado le dijo: “Bofill, ya no mandes más ‘balitas” que te cogimos las dos que mandaste”. Las balitas son mensajes clandestinos, prensados y sellados con nylon para reducirlos y sacarlos de la prisión. Bofill respondió: “Ah, ¿me cogieron dos balitas? ¡Entonces las otras tres llegaron!”.
Tuvo la visión y el valor para entender que, por más que el régimen de Castro los demonizara, Estados Unidos y el exilio cubano eran los únicos aliados consistentes con que podían contar disidentes y opositores en la isla. Y tuvo la claridad de enviar sus denuncias también a Radio Martí, la emisora del gobierno de los Estados Unidos para Cuba promovida por un gran líder del exilio, Jorge Más Canosa, como la única forma de que los cubanos supieran lo que estaba haciendo dentro de Cuba el Comité.
En una ocasión Bofill dijo que la historia de la lucha contra el totalitarismo en Cuba se dividía en antes y después de Radio Martí. Lo mismo podría decirse de él, como parteaguas de la historia reciente de Cuba: antes y después de Ricardo Bofill.
Pero el mejor homenaje a la obra de la vida que acaba de apagarse se lo tributan los cubanos de la isla cuando, si ven que un problema crítico no se resuelve, prometen llevárselo a los que llaman hasta hoy ─trátese de activistas, opositores, periodistas alternativos o miembros de la sociedad civil independiente─ “la gente de los derechos humanos”.