En uno de los tantos días donde el acontecer noticioso nos abruma, buscaba un escape y me vi literalmente atrapada en un círculo de horror que todos hemos normalizado al punto que estoy muy consciente que pocos entenderán a detalle mis letras y sus emociones esta semana.
Mientras en Twitter ocurría el festín de psicopatía y narcicismo usual, estaba entre feministas que hacían vandalismo y lo llamaban lucha y seres humanos comiéndose a otros con total normalidad, en el fondo los trolls y el bullying de un grupo de personas que me preocupa considerablemente como lo tomaban a chiste, me muevo a Facebook donde me topé con gente haciendo memes de otras personas, exponiéndolas y vulnerándolas simplemente porque no les gustaba lo que veían en sus redes, redes que se visitan y contenido que se consume cabe destacar, por voluntad propia. El epítome de la imbecilidad y la deshumanización en su máxima expresión.
Revisaba Instagram y el panorama era ver vulgaridad, mujeres semis desnudas, prostitución solapada, belleza irreal, promoción de procedimientos y medicamentos contra natural, mujeres promoviendo vestirse como cortesanas francesas solo por seguir una tendencia sin saber lo que promovían (coquette), padres exponiendo y explotando a sus hijos, hombres con pelucas haciendo lo que ellos insisten que es “humor”, y un zoológico de cosas a mi juicio perturbadoras.
Cuando me fui a Tik Tok, veía niñas haciéndose tratamientos de belleza a sus 10 años, gente bailando mientras el mundo se cae a pedazos, mujeres celebrando su divorcio con fiestas organizadas de agencia y un sinfín de cosas que podría enumerar aquí.
Ciertamente las redes sociales son un gran problema que pocos han entendido a cabalidad, pero para los efectos de lo que quiero expresar y enfatizar hoy, son solo la vitrina de lo que somos hoy por hoy como humanidad.
Estamos absolutamente desensibilizados, corre la inmoralidad como el agua, y literalmente bailamos sobre la desgracia ajena en retos de redes sociales que solo sirven para generar material al mundo oscuro que convive en paralelo con nosotros y que insistimos en no querer ver.
Hemos tocado fondo en individual y colectivo. Lo más triste y preocupante, es que sé perfectamente que esto es solo el principio, de los submundos que vamos a seguir explorando y transitando. Aprendí de malas maneras que, para el mal, siempre puede descenderse a un nivel más de miseria.
Con la premisa de que mientras no nos afecte, no debemos hacer nada, hemos ido avanzando empujados por intereses malignos, en un mundo de despropósitos que hoy por hoy no es otra cosa que el postmodernismo.
Como no es mi problema no me meto. Como no nos afecta, no hacemos nada, y así vamos sin saberlo, permitiendo por inacción que se normalice todo lo que está mal.
Mientras mujeres en la actualidad celebran poder matar a sus hijos en el vientre materno y hacen fiestas al estar divorciadas o voltean a un lado cuando hombres disfrazados las sustituyen, la célula más importante, la familia, se fractura a patadas.
Mientras hombres embarazan a diestra y siniestra sin responsabilidad, o asisten a cursos para corregir su “masculinidad tóxica” se cae a pedazos lo que somos como humanidad.
Cada día hay menos arraigo y compromiso, ya eso de “tener palabra” quedó parece en cosa del pasado. El amar con responsabilidad, el enfrentar los retos de la vida con valentía y no reducirnos a bloquear a la gente, dejarla de seguir o escondernos de y en redes es lo que prevalece. Los tontos útiles aplauden, mientras los promotores de la mediocridad llamados ahora “influencers” capitalizan en medio de este aborrecible sistema de in-merecimiento inmediato.
Atrás quedó el estudiar, prepararse y trabajar duramente para ganarse las cosas como debe ser. Ahora con desnudarse o crear un escándalo para hacerse viral es suficiente currículo para la mediocrecracia.
Sí, porque hablar de meritocracia, es hablarle a la nada, hablar de algo que ya no existe.
Todo esto es lo que muchos insisten en llamar progreso y modernidad.
Pero no se dan cuenta que progreso con degeneración, no es progreso.
Es un mundo que asusta, donde a privilegios les llaman derechos y a lo malo lo llaman bueno con pistola en mano. Donde se desprecia la vida, la bondad, la lealtad y demás valores y se patea nuestra esencia como humanidad con silente vileza.
Los niños son objeto de la maldad más inclemente desde el vientre materno, la feminidad ya casi desaparece y la masculinidad va por el mismo camino, desvaneciéndose a la velocidad de la luz entre tacones, faldas y portadas en revistas, esas que yo solía comprar y que ahora aplauden la debilidad de los que deben ser la cabeza del hogar.
No soy la única que se siente agobiada y cada día más desconectada de esto que hoy nos arropa y tenemos por sociedad, es por ello que le invito en nombre de esa normalidad y decencia ya casi perdida, que no se rinda, no baje los brazos, no flexibilice su fe ni sus valores.
Hoy quienes somos vapuleados, ignorados y silenciados por un séquito de tontos útiles de agendas macabras, somos más que nunca necesarios y vitales.
Me niego a ser parte de esta puesta en escena de horror, donde todos los pecados ahora son virtudes y el mal vivir es celebrado.
Sin tener respuestas, sin saber ¿Qué nos pasó? Hoy le pido no se rinda.
Somos necesarios.
Dios tiene un propósito para todos. Usted y yo no somos la excepción.
¡Hasta la próxima!