Finalmente, Venezuela tuvo elecciones, si así se les puede llamar, regionales y locales. Estaban en juego las 23 gobernaciones de los estados, así como las 335 alcaldías. También las legislaturas de todos los estados y municipios.
Alejandro Armas / El Político
Al momento de redactar este artículo, faltaba por conocer el resultado en varias alcaldías. Incluso dos gobernaciones seguían en disputa por lo reñido. Sin embargo, el panorama general es bastante negativo para la oposición. El chavismo obtuvo entre 18 y 20 gobernaciones, así como 205 alcaldías.
Tal vez el conteo final de municipios traiga buenas noticias para los promotores de la causa democrática venezolana. Pero el gran problema no es ese. La disidencia trató de hacer de estos comicios una oportunidad para movilizar a su base y recuperar apoyos y confianza tras años de inercia. La enorme abstención indica que no se logró ese objetivo.
Desventajas de la indecisión
Muchas dificultades acosaron a la oposición en este proceso electoral. Desde un principio fue muy difícil que lograra un resultado provechoso. Para empezar, la mismísima categoría de “oposición” es complicada. Un observador poco familiarizado con la política venezolana pudiera creer que “oposición” es todo lo que sea ajeno al chavismo. Sin embargo, entre las organizaciones que compitieron en los comicios identificándose como “oposición” estaba la Alianza Democrática. Se trata de una coalición que incluye a partidos intervenidos por el Tribunal Supremo de Justicia para imponerles una dirigencia que ha sido bastante complaciente con el chavismo. Por ello, muchos opositores los rechazan.
También estuvo presente el novedoso movimiento llamado “Fuerza Vecinal”. Este aglomera a alcaldes y concejales que dejaron sus partidos cuando, en 2018, el grueso de la oposición decidió boicotear cuanta elección hubiera en Venezuela. Aunque le han disputado al chavismo gobernaciones y alcaldías, se han abstenido de usar las que ganan como espacios de resistencia. Ello los distingue de sus predecesores, muchos de los cuales terminaron exiliados o presos por amparar protestas contra el gobierno en sus jurisdicciones.
La principal alianza opositora, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), pasó tres años negada a participar en elecciones. En 2021 reculó y tomó parte en los comicios del domingo. Pero lo hizo muy tarde. A unos cuatro meses de la jornada electoral fue cuando tomó la decisión. Este giro de 180 grados fue confuso para muchos en la base opositora. No le dio tiempo a la MUD para presentar candidatos propios en todas las contiendas. En varios municipios, y en el populoso estado Miranda, tuvo que apoyar las candidaturas de Fuerza Vecinal, pese a las rencillas entre ambos grupos.
La MUD trató de justificar el cambio de estrategia volviendo a abrazar la narrativa según la cual las elecciones permiten tomar o retener espacios que confieren poder a la oposición. Pero al parecer eso no funcionó. Tiene sentido, ya que el chavismo ha empleado en el pasado mecanismos para anular de facto las gobernaciones y alcaldías conquistadas por sus adversarios.
Así que lo que muy probablemente acabó alentando el voto por la oposición no fue la expectativa de un cambio político, sino de una calidad de vida un poco mejor. En otras palabras, por un gobernador o alcalde que pudiera hacer un mejor trabajo con asuntos mundanos como la recolección de basura.
Esto pudiera explicar el triunfo por enorme margen del opositor Manuel Rosales en su candidatura a la Gobernación de Zulia, un estado que ha sufrido como pocos los embates de la crisis humanitaria y el descalabro de los servicios públicos. Pero lo que aplicó en el estado no se extendió al resto del país.
Viejos y nuevos retos
A pesar de que entró más tarde que nadie a la carrera, la MUD ha demostrado que sigue siendo el bloque con mayor capacidad para movilizar. Más que cualquier otra fuerza en el espectro de lo que se identifica como “oposición”. Hasta ahora le han adjudicado 2 gobernaciones y 59 alcaldías. Pudiera ganar otros dos estados más y decenas de municipios.
Pero eso no quiere decir que los otros bloques hayan tenido un desempeño despreciable comparado con el de la MUD. La Alianza Democrática lleva 37 alcaldías y una gobernación. En algunos estados sus candidatos no ganaron pero obtuvieron muchos más votos que los de la MUD. Lo mismo hizo Antonio Ecarri, un independiente, en la competencia por la Alcaldía de Caracas. Y en Miranda la MUD tuvo que terminar apoyando a candidatos de Fuerza Vecinal sin obtener nada a cambio.
Por una razón o por otra, hubo decenas de miles de votantes que, sin sufragar por el chavismo, prefirieron alternativas a la MUD. Si esta quiere volver a ser un movimiento de masas sin tender puentes con la Alianza Democrática o Fuerza Vecinal, tendrá que arrebatarles esa base de apoyo.
Aparte está la abstención inmensa. Fue un gesto más del hastío de los ciudadanos con la política. Hay descontento amplio y deseo de cambio político. Pero la inmensa mayoría no ve que la dirigencia opositora sea capaz de cambiar eso. Así que se frustra y deja de participar. Es improbable que ello cambie mientras el liderazgo disidente no desarrolle una estrategia que vaya más allá del voto o la abstención.