El Presidente Franklin D. Roosevelt, se caracterizó por gobernar en la cúspide del activismo gubernamental. Pero entendía que no debía recibir el socialismo con los brazos abiertos. Por el contrario, la consideraba una ideología a la que se le debe que temer
El Político
Corría el 27 de junio de 1936, cuando Roosevelt llegó al campus de la Universidad de Pennsylvania, para encontrarse con al menos 100.000 personas que, en el estadio de fútbol Franklin Field, lo esperaban para escucharlo y que, por supuesto, no quedaron decepcionados. Todo lo contrario, se llenaron de emoción al escuchar a su héroe defender sus ideas políticas, en el icónico discurso "Cita con el destino".
Roosevelt había dado un nuevo propósito a la forma de gobernar en Estados Unidos, se había convertido en un compañero constante en las vidas de los estadounidenses. Haber aprobado la Ley de Seguridad Social del año anterior fue su mayor logro.
El trabajo de FDR para frenar la miseria provocada por la Gran Depresión, consistió en financiar millones de puestos de trabajo en el gobierno, dio empleo a todo el mundo, desde fotógrafos hasta trabajadores de la conservación ¿Cómo hizo para pagar esto?, pues aumentó el impuesto sobre la renta, que ni siquiera había existido dos décadas antes, al 75% sobre los ingresos más altos. Es decir, los ricos estaban subvencionando a los pobres, y eso, para él estaba bien.
Para muchos ese fue el pináculo del socialismo estadounidense, ya se que lo llamaran directamente por ese o por cualquier otro.
"Cita con el destino", fue considerado por los historiadores como uno de los discursos más grandes de su carrera, una tarea difícil para el hombre cuya lista de oratoria incluía "nada que temer, salvo el miedo mismo" y "un día que vivirá en la infamia".
Pero ese discurso se acercó mucho más a la revelación de sus teorías y motivaciones internas: Nunca antes ni después expondría su visión con mayor claridad. Y esa visión incluía un mensaje verdaderamente insistente, no era socialista.
Pese a que nunca utilizó la palabra socialismo en su discurso, la ira de Roosevelt hacia aquellos que lo acusaban de tener motivaciones ideológicas, de aplicar una teoría económica que era anatema para los Estados Unidos, explotó desde el atril. En línea tras línea, el ardiente presidente defendió sus acciones como respuestas pragmáticas a las necesidades reales y evidentes de una sociedad cambiante. Los ricos que lo criticaron, que encubrieron su avaricia en una afinidad por el capitalismo, no entendían lo que decía.
Él sabía que las amenazas ideológicas del comunismo y del fascismo eran reales, y que estaban superando a la democracia en los países europeos. Un compromiso firme con el status quo sería una invitación a los extremistas de todo el mundo. Al cumplir con la obligación del gobierno de ayudar a su pueblo, estaba infundiendo confianza en el sistema estadounidense. Estaba reivindicando la tarea de los Padres Fundadores.
En la actualidad, una época de mucho menos sufrimiento en Estados Unidos y poco sentido de crisis económica, algunos demócratas están adoptando el mismo título que Roosevelt rechazó. Aunque sus propuestas se parecen mucho a las de FDR: usar el poder del gobierno federal para crear una sociedad más justa, en la cual los servicios esenciales son subsidiados por impuestos más altos sobre los ricos, dicen que, sí, estos programas equivalen al socialismo, algo que el exmandatario jamás concibió.
Mientras que los republicanos que se rebelan contra ellos no están malinterpretando sus intenciones, como le paso a Roosevelt. Los republicanos pueden estar totalmente equivocados al demonizarlos (convertir una palabra benigna descriptiva como socialismo en una palabra de miedo) pero estos demócratas, sí, son socialistas en busca de una plataforma socialista.
Por ejemplo, para el senador y candidato presidencial Bernie Sanders, el socialismo era una manera de distinguir sus puntos de vista izquierdistas de los del ala moderada dominante del Partido Demócrata en Vermont. Porr ello, ha usado con orgullo, incluso con valentía, el apodo socialista desde los días de la Guerra Fría, cuando los temores del socialismo al estilo soviético eran desenfrenados.
En la campaña presidencial, sin embargo, Sanders hace algo más que reclamar el título de "socialista democrático" para sí mismo. Al adoptar políticas compartidas por muchos otros candidatos demócratas, como Elizabeth Warren y Bill de Blasio, también pone la impresión socialista en sus plataformas. Algunos demócratas más jóvenes, deseosos de anunciar su distancia del cansado status quo del partido, también han adoptado el término. Una de ellos, es Alexandria Ocasio-Cortez, quien ha recibido elogios por su apoyo inequívoco a la tradición socialista pro-obrero.
"Socialista" ya se ha convertido en un símbolo de numerosas iniciativas demócratas en Fox News. Y, de hecho, las encuestas sugieren que iniciativas como "Medicare para todos" atraen un apoyo sólido cuando se describen en términos genéricos, pero menos cuando se les pone la palabra "socialista".
Entonces, ¿Aplaudiría Franklin Roosevelt a estas generaciones posteriores de demócratas, que reclaman una parte de su legado, intentando desmitificar el término que se usó para menospreciar su historial? La evidencia sugiere fuertemente que no lo haría. Roosevelt, el astuto vendedor, bien podría decir que ponerle una etiqueta ideológica a una propuesta pragmática como Medicare para Todos, que tiene la intención de eliminar el desperdicio y reducir los costos, es algo tonto y engañoso.
En la experiencia de Roosevelt, El socialismo era algo que había que temer, no que abrazar. El comunismo, el fascismo, el nazismo ("nacionalsocialismo") e incluso los principios capitalistas inflexibles de sus críticos conservadores amenazaban con poner en peligro la supervivencia de la nación.
En los momentos previos a su discurso de aceptación de la convención de 1936, Roosevelt experimentó lo que más tarde llamó "los cinco minutos más espantosos de mi vida". Paralizado de la cintura para abajo por la polio, sufrió un pequeño accidente que casi le causa una lesión grave. No obstante, comenzó solemnemente su discurso, refiriéndose a los tiempos tan profundamente tensos, y a sí mismo como una persona "a quien muchas horas críticas han impuesto y todavía imponen una grave responsabilidad". Saludó a los que "dejaron de lado el partidismo" para ayudar en los "esfuerzos por lograr la recuperación y destruir los abusos".
"Sobre todo, agradezco a los millones de estadounidenses que han soportado el desastre con valentía y se han atrevido a sonreír durante la tormenta", continuó. "Estados Unidos no olvidará estos últimos años, no olvidará que el rescate no fue una mera tarea de partido. Era la preocupación de todos nosotros. En nuestra fuerza nos levantamos juntos, unimos nuestras energías, aplicamos las viejas reglas del sentido común, y juntos sobrevivimos".
Roosevelt no estaba impulsando una agenda personal, sino más bien uniendo a la gente para resolver los problemas que asolaban a toda la nación. Las soluciones no tenían la intención de cambiar a Estados Unidos, sino de repararlo. No eran preceptos sino "sentido común".
Sin embargo, explicó Roosevelt, debajo de los síntomas inmediatos yace una enfermedad más profunda. Los avances modernos en la industria y la tecnología habían servido para separar a los individuos e incluso a comunidades enteras de los frutos de su trabajo. Los cambios en la economía nos han "planteado nuevas dificultades, nuevos problemas que deben ser resueltos si queremos preservar para los Estados Unidos la libertad política y económica por la que Washington y Jefferson planearon y lucharon".
El mensaje del presidente fue claro: sus esfuerzos para proteger al hombre de negocios y al trabajador estadounidense de a pie se basaban sólidamente en los principios básicos del "sistema estadounidense de iniciativa y beneficio". No era un revolucionario. Pero la tecnología había cambiado, y la masiva expansión de las industrias había empoderado a un pequeño grupo de élites, mientras que desestimaba a las mismas masas que habían ganado su libertad en la Revolución. "Contra la tiranía económica como ésta, el ciudadano estadounidense sólo podía apelar al poder organizado del gobierno", continuó Roosevelt.
La apelación al gobierno fue un último recurso. La administración de FDR respondió al llamado a la puerta. Los ricos, sin embargo, se negaron a reconocer los problemas y a ofrecer soluciones. En vez de eso, recurrieron a una crítica mordaz del papel ampliado del gobierno, alegando que no representaba nada más que el asalto ideológico de Roosevelt a la libre empresa estadounidense.
"Estos realistas económicos se quejan de que buscamos derrocar las instituciones de Estados Unidos", agregó Roosevelt. "De lo que realmente se quejan es de que buscamos quitarles su poder. Nuestra lealtad a las instituciones estadounidenses requiere el derrocamiento de este tipo de poder. En vano intentan esconderse tras la bandera y la Constitución. En su ceguera se olvidan de lo que significan la bandera y la Constitución. Ahora, como siempre, están a favor de la democracia, no de la tiranía; a favor de la libertad, no de la subyugación; y en contra de la dictadura por parte de la mafia y de los más privilegiados por igual".
Roosevelt reivindicó como su guía la Constitución y los propios Padres Fundadores. Pero admitió que, en su búsqueda de soluciones, a menudo improvisaba y era plenamente capaz de cometer errores.
"Buscamos diariamente sacar provecho de la experiencia, aprender a hacerlo mejor a medida que avanzamos en nuestra tarea", dijo. "Los gobiernos pueden equivocarse, los presidentes cometen errores, pero el Dante inmortal nos dice que la justicia divina sopesa los pecados de los de sangre fría y los de los de corazón caliente en diferentes escalas. Mejor las faltas ocasionales de un gobierno que vive en un espíritu de caridad que las omisiones consistentes de un gobierno congelado en el hielo de la indiferencia".
La evaluación de Roosevelt de sus intenciones y métodos, basados en responder a los males con un espíritu de caridad, crear soluciones creativas, cumplir con el espíritu de la Constitución y los sueños de los fundadores, representa el alma del pragmatismo y la antítesis de la ideología.
El significado perdurable del discurso "Cita con el destino" está en sus brillantes tres últimos párrafos, cuando Roosevelt anuncia otro motivo para sus programas: preservar la democracia y el capitalismo en todo el mundo. Entre los muchos logros de Roosevelt, los historiadores atribuyen especialmente su temprana aprehensión del colapso de la democracia en Europa, y el peligro que representaba para los Estados Unidos.
Cuando Roosevelt aceptó la nominación demócrata en 1936, casi nadie en el gigantesco estadio Franklin Field previó la posibilidad de un conflicto global en tan sólo unos años. Lo hizo, pero dudó en infligir una larga disección de la amenaza a una población asediada. En su lugar, aludió a ello de una manera que borró cualquier duda sobre las motivaciones de sus políticas.
"Hay un ciclo misterioso en los eventos humanos", declaró. "A algunas generaciones se les da mucho. De otras generaciones se espera mucho. Esta generación de americanos tiene una cita con el destino"
"En este mundo nuestro, en otras tierras, hay algunas personas que, en tiempos pasados, han vivido y luchado por la libertad, y parecen haberse cansado demasiado para continuar la lucha. Han vendido su patrimonio de libertad por la ilusión de ganarse la vida. Han cedido su democracia"
"Creo en mi corazón que sólo nuestro éxito puede despertar su antigua esperanza. Comienzan a saber que aquí en Estados Unidos estamos librando una gran y exitosa guerra. No es por sí sola una guerra contra la miseria y la miseria y la desmoralización económica. Es más que eso; es una guerra por la supervivencia de la democracia. Luchamos por salvar una gran y preciosa forma de gobierno para nosotros y para el mundo".
El afán de Roosevelt de ser visto como un pragmático era en parte una preocupación política: Un número creciente de críticos, incluyendo a su antiguo amigo y compañero liberal Al Smith, estaban empezando a usar la etiqueta socialista para atacarlo. Pero además había otro motivo: su propia resistencia a la izquierda. A menudo sintió el aguijón de los críticos ideológicos en su flanco izquierdo, desde el populista liberal Huey Long hasta el caballeresco socialista, Norman Thomas. A veces aceptaba su apoyo, pero no confiaba en ellos, precisamente porque los veía como lo hacían muchos republicanos y demócratas: como una imposición de una agenda única para todos.
La virtud y debilidad de la ideología es que es fija: el mismo programa se aplica en los buenos y en los malos tiempos, independientemente de las condiciones cambiantes. Roosevelt operaba de manera diferente.
La virtud y debilidad de la ideología es que es fija: el mismo programa se aplica en los buenos y en los malos tiempos, independientemente de las condiciones cambiantes. Roosevelt operaba de manera diferente. Su afirmación de que se lo estaba inventando a medida que avanzaba sonaba cierta. Hasta que llegó a ser presidente, mucha gente lo consideraba un aristócrata irresponsable. En 1932, hizo campaña con un presupuesto equilibrado y desdibujó a propósito los contornos de su "Nuevo Trato", en parte porque no lo había descubierto. Como muchos líderes estadounidenses podría ser un poco una Esfinge.
Esa descripción no se aplica a Sanders, quien, hace más de 38 años, se convirtió en el alcalde socialista de Burlington, Vermont. Ha adoptado las mismas prioridades (un papel mucho más importante del gobierno en la asistencia a los pobres y la prestación de servicios para todos) en una larga carrera que se extendió a la Cámara de Representantes y al Senado de Estados Unidos y a la campaña presidencial.
La consistencia es su carta de presentación. Los votantes más jóvenes confían en él porque siempre ha tomado las mismas notas y su decisión de ser socialista es una parte importante de su atractivo, lo que indica que está dispuesto a aceptar alguna burla en defensa de sus principios. Es transparente sobre sus intenciones. Pero es muy diferente a Franklin Roosevelt.
Sin embargo, Sanders está usando a FDR como su escudo. Con la esperanza de ganarse a algunos votantes que pueden desconfiar de la etiqueta socialista, ha trazado paralelismos entre la plataforma de Roosevelt y la suya propia. Más recientemente, ha comenzado a sugerir que, al igual que FDR y todos los presidentes demócratas recientes, es víctima de tácticas de miedo ideológico.
La diferencia aquí es que las propias palabras de un candidato importan. El socialismo es, de hecho, una calumnia que con frecuencia se le echa a los demócratas. (Roosevelt rebatió descaradamente la afirmación de Al Smith al señalar los momentos en que él mismo luchó contra la gente que lo describía como socialista). Pero es un asunto completamente diferente cuando el propio candidato está usando el término.
Sanders y Ocasio-Cortez ven claramente una oportunidad para popularizar el socialismo, un emblema de consistencia, una señal de que no se someterán a la conveniencia, como muchos jóvenes creen que hicieron Bill Clinton y Barack Obama.
Aunque Sanders ha tratado de establecer paralelismos entre el mundo de hoy y los años 30, en realidad es útil para su causa que los tiempos hayan cambiado. Sin que Rusia y Alemania caigan en un desvanecimiento ideológico, toda la noción de socialismo parece hoy menos amenazadora, Parece más un gato dormido que como un tigre rugiente. Sin embargo, la crítica de Roosevelt se extendió más allá del comunismo y el nazismo a la naturaleza misma de la ideología misma: la forma en que ata y ciega a los líderes, haciéndolos incapaces de ver las necesidades directas de la gente o la realidad de la escena global. Su rechazo al socialismo era algo más que una cuestión semántica.
El creador de "Nuevo Trato" seguramente se enfurecerá cuando Donald Trump ataque a todos los demócratas como socialistas. Pero cuando la acusación se dirige a Bernie Sanders, puede que se sienta tentado a pensar: "Él mismo se lo buscó".
Fuente: Politico