Para bien o para mal, es claro a estas alturas que las elecciones regionales y locales venezolanas de noviembre serán lo que marque la pauta de la política de ese país en lo que queda de año. Estos serán los primeros comicios desde 2017 en los que participará el grueso de la dirigencia opositora, incluyendo a su principal coalición, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Dado que los partidos que integran esta alianza han hecho del cambio político en Venezuela su necesidad más imperiosa, algunos, sobre todo fuera del país, pudieran preguntarse si tomar parte en estas elecciones los acerca al objetivo.
Asumamos que la MUD es sincera en sus intenciones de desalojar del poder al chavismo lo más pronto posible, y que todo lo que hace, incluyendo ir a estas elecciones, va en esa dirección. Dos factores conspiran en su contra: la falta de planificación y el hastío de los ciudadanos.
No es soplar y hacer botellas
El subtítulo que introduce esta sección es una expresión coloquial que alude a algo que no es fácil. Desarrollar una estrategia que haga del voto el motor de un cambio político en Venezuela definitivamente no es soplar y hacer botellas. Toma mucho tiempo y esfuerzo, debido a lo viciado que está el sistema político venezolano a favor del chavismo. Son muchos obstáculos que superar.
La importancia no está en el acto mismo de sufragar ni en obtener una gobernación o alcaldía, ya que no hay ninguna garantía de que el conteo de votos será transparente. Tampoco de que el chavismo vaya a permitir a los opositores que ganen ejercer sus cargos de facto. En el pasado les ha impuesto autoridades paralelas afines al régimen. Por ello, el voto para la oposición tendría que ser solo un aliciente para la movilización de sus bases, en reclamo de condiciones electorales, y políticas en general, justas.
Para lograr tal cosa, la MUD necesita una estrategia de participación ciudadana que vaya mucho más allá del voto. Necesitaría a las masas activas y movilizadas desde mucho antes de la jornada electoral. También, de ser necesario, después de que se anuncien los resultados.
Si no, solo repetiría su experiencia en 2017, cuando dio a entender que sería capaz de sobreponerse a los vicios para hacer de las regionales de se año el gran reimpulso a la causa democrática, luego de que meses de protestas masivas no frenaran de ninguna manera la escalada autoritaria. Lo que terminó ocurriendo es que el chavismo volvió a ganar la mayoría de las gobernaciones con todo el ventajismo de costumbre, pero la MUD no hizo nada significativo después, lo cual decepcionó profundamente a su base.
Habida cuenta de las dificultades y la lección del pasado, la coalición disidente tuvo que haber empezado esta vez mucho antes. Fue hace apenas un mes y medio que anunció su decisión de participar. Es cierto que la convocatoria de elecciones en Venezuela depende, como todo, no de las leyes sino de lo que decida la elite gobernante. Para muestra, las elecciones regionales que debieron hacerse en 2016 se hicieron un año más tarde.
Pero esta vez no hubo esa incertidumbre. Los próximos comicios estaban públicamente en la agenda oficial desde mucho antes de que la MUD decidiera tomar parte. Así que no pueden argumentar que los sorprendieron. Pudieron haber tomado una decisión antes. Pero las divisiones crónicas en el seno de la coalición demoraron todo.
“Despolitizados”
Estudios de opinión pública coinciden en que el chavismo nunca recuperó la popularidad de la que gozó con su fundador vivo. La muerte de Hugo Chávez y el estallido de una crisis humanitaria que sigue en desarrollo se la arrebataron. Hoy la elite gobernante sigue siendo desproporcionadamente impopular, pero la dirigencia opositora no recibe un puntaje mucho mayor.
Esto se debe a que la oposición no ha cumplido con su objetivo del cambio político. En otras palabras, la inmensa mayoría quiere ese cambio, pero perdió la confianza en quienes se supone que lo pondrán en marcha. Como resultado, el interés en la política es muy poco. El venezolano común está “despolitizado”. Casi todos enfocan sus esfuerzos en sobrevivir en un entorno de devastación socioeconómica.
Pocas personas creen que votar en las elecciones de noviembre se traducirá en un gran paso hacia la salida del chavismo. Después de todo, las pocas gobernaciones y alcaldías recogidas por políticos ajenos a la elite gobernante han tenido un papel completamente administrativo y nada político. Si el chavismo no las interviene, pueden dedicarse a recolectar la basura, tapar baches en las calles, etc. Pero no a hacer activismo opositor. Desde 2013 es una regla tácita de la política venezolana que quien quiera ser gobernador o alcalde debe abstenerse de dicho activismo. Muchos de los que desafiaron la regla fueron criminalizados por el régimen. Terminaron presos o exiliados.
Claro, el hecho de que los perseguidos de antaño, los que no cesaron el intento de lograr el cambio político, vuelvan a la competencia electoral, pudiera generar mayor fe en ese proceso como resistencia al chavismo. Pero, de nuevo, sin una estrategia más allá de las intenciones, es poco probable que las masas se movilicen. A poco más de un mes antes de las elecciones, ya tendrían que estar bastante activas para que la MUD pueda hacer del voto un instrumento eficaz. No es lo que se ve.