Uno de los eslóganes más cacareados por Joe Biden y su entorno, “America is back” (“Estados Unidos regresó”), está en entredicho. El mismo hace referencia al compromiso de un Washington mucho más inmerso en iniciativas que hagan del mundo un lugar mejor. Esto luego del aislacionismo patriotero de Donald Trump.
Alejandro Armas / El Político
Pero a menudo sucede a los gobiernos que la prosperidad en casa va acompañada con el éxito internacional. Lo mismo sucede con la adversidad. Los grandes problemas que aquejan a Estados Unidos, y que el gobierno de Biden no ha podido resolver, han complicado su desempeño en asuntos extranjeros.
El propio Presidente esperaba llegar a Europa para dos cumbres multilaterales importantes con logros que exhibir, y así deslumbrar al planeta con el pretendido “regreso” de Estados Unidos. Los resultados del viaje, empero, son otra muestra de la mayor potencia global sigue muy atribulada.
Entre potencias
La gira de Biden comenzó en Italia, país anfitrión de la cumbre anual del Grupo de los 7 (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y la propia Italia) en esta oportunidad. Justo antes de cruzar el Atlántico, tenía la expectativa de que al menos una de dos leyes en el corazón de su agenda fuera aprobada por el Congreso, donde su partido controla ambas cámaras. Empero, no ocurrió, debido a disputas entre sus compañeros demócratas.
Finalmente, la semana pasada, la Cámara de Representantes le dio el visto bueno a uno de los dos textos legislativos (ya había superado el Senado). Pero fue muy tarde. Biden ya había regresado de su viaje, sin que se diera el efecto deseado entre los otros líderes mundiales.
Ocurre cuando en Europa hay reservas sobre la capacidad de Estados Unidos para fungir como “líder del mundo libre”. Muchos en el Viejo Continente esperaban que con Biden volverían los tiempos de estabilidad y cooperación, que su antecesor comprometió considerablemente. Pero las impresiones que ha generado Biden han sido mixtas, en el mejor de los casos.
La salida desastrosa de Afganistán y el regreso de los talibanes fueron una mancha imposible de maquillar. Luego, un acuerdo de cooperación militar entre Estados Unidos y Australia, que quitó a Francia un jugoso contrato con la nación oceánica, enfureció a París. Siguen en Europa, sobre todo en Alemania y Francia, planteamientos de una política defensiva más autónoma de Washington, visto con prolongada suspicacia.
Aunque las dos referidas leyes son esencialmente domésticas, que Biden hubiera podido dar ese gran paso en su agenda pudo fortalecer su imagen ante sus aliados. Lo hubiera expuesto como un líder diestro y un maestro de la negociación, capaz de hacer realidad medidas para impulsar el desarrollo. En vez de eso, la imagen en la cumbre del G8 fue de una nación profundamente dividida, aun entre miembros del partido gobernante, y con una clase política disfuncional.
Biden no solamente tenía que mostrar logros ante sus aliados. También ante los mayores rivales geopolíticos de Estados Unidos: Rusia y China. El Presidente ha sido enfático en que las democracias del mundo, empezando por EE.UU., deben hacer más por aumentar la calidad de vida de sus ciudadanos y prepararse para lidiar mejor con crisis sobrevenidas, como la pandemia de covid-19. Así, modelos autoritarios que han protagonizado desarrollos económicos espectaculares, como el chino, no se verían tan atractivos. Hasta ahora, Washington no ha podido hacer mucho por esa dirección.
Correcto pero insuficiente
La siguiente parada de Biden fue Glasgow, en el Reino Unido, sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En ella, el mandatario también esperaba demostrar el liderazgo nuevamente vigoroso de su país, con un acuerdo que marque un antes y un después en la lucha contra el calentamiento global.
Pero al momento de redactar este análisis, se conoció que el borrador del pacto entre los asistentes, si bien representa un avance, dista de ser suficiente a juicio de expertos. Se espera que, por el acuerdo, los países reduzcan de forma más drástica sus emisiones de gases invernadero. También que las naciones en vías de desarrollo reciban miles de millones de dólares en ayuda para lidiar con los efectos del cambio climático.
Metas nobles. Pero el acuerdo carece de fechas límites para el cumplimiento y de mecanismos para su ejecución obligatoria. Ello preocupa a especialistas. Es más bien continuación de medidas previamente pactadas en cumbres similares que un pacto revolucionario.
Si el resto del mundo, sobre todo grandes contaminantes como China, no ven que Estados Unidos dé grandes pasos contra el calentamiento global, sus estímulos en esa dirección serán pocos. El proyecto de ley impulsado por Biden pero aun por aprobar es el que contiene medidas para mitigar el cambio climático. Ahí sigue, estancado por tiempo indefinido.