Si algo ha escaseado ne la política de varios países latinoamericanos en el siglo XXI es el civismo. Por doquier surgen líderes populistas estridentes que dominan la esfera pública en sus respectivas naciones. Andrés Manuel López Obrador en México. Pedro Castillo en Perú. Jair Bolsonaro en Brasil. Etcétera.
Alejandro Armas / El Político
Pero este boom tiene abundante precedente. Latinoamérica ha sido una tierra particularmente fértil para el populismo, al menos desde mediados del siglo XX. Ahora bien, ¿a qué se debe esa prolijidad? Para entender por qué el populismo florece tanto en América Latina, primero hay que entender qué es el populismo.
A continuación, una breve definición, seguida por un examen de sus manifestaciones concretas en Latinoamérica.
Aproximación teórica
El populismo es uno de los conceptos más escurridizos en ciencia política. Ni siquiera entre los académicos hay consenso sobre cuáles son sus límites. A menudo se le confunde con nociones relacionadas, como el estatismo y la demagogia.
Sin embargo, podemos definir el populismo como una forma de discurso político que divide a la sociedad entre un “pueblo noble” y una “elite corrupta”. Esta división polariza al extremo y no admite conciliaciones. El movimiento populista, que se identifica como vanguardia del “pueblo noble”, debe llegar al poder. Y una vez ahí, lo usa para imponer su voluntad sobre la “elite corrupta” sin importar los medios. Es por ello que el populismo es a menudo un vehículo para transiciones autoritarias.
Alguien pudiera pensar que la categoría de “pueblo noble” suena vaga… Y tendría razón. Ernesto Laclau, acaso el teórico más prominente del populismo, sostiene que el fenómeno se base en tomar significantes vacíos y llenarlos según el antojo del movimiento. Para Laclau, la idea es darle significado al “pueblo noble” articulando a los sectores tradicionalmente marginados o discriminados de la sociedad. Por ejemplo, los pobres, las minorías étnicas, las mujeres, etc.
El problema con este planteamiento radica en la naturaleza inherentemente arbitraria del proceso de significación. Dado que el movimiento pone el significado, lo que por lo general termina ocurriendo es que sus seguidores, quienesquiera que sean, terminan siendo el “pueblo noble”. Inversamente, “la elite corrupta” viene a estar constituida por todos los adversarios del movimiento. Aunque no tengan mucho en común ni sean elitistas.
El populismo no tiene ataduras ideológicas. Cualquier ideología puede desarrollar expresiones populistas. Por lo general, cuando es de izquierda, la diferencia que explota es socioeconómica. El “pueblo noble” consiste en los trabajadores empobrecidos. La “elite corrupta” la conforman los ricos que los “explotan”. En cambio, el populismo de derecha enfatiza diferencias culturales. Así, el “pueblo noble” es “patriótico y tradicional”. La “elite corrupta” es “apátrida y postmoderna”.
El populismo de izquierda suele prosperar más en países subdesarrollados o en vías de desarrollo, debido a la abundancia de masas pobres. Al de derecha le va mejor en países desarrollados, donde la satisfacción de necesidades básicas permite poner la atención en asuntos culturales.
El populismo en acción
El historial de gobiernos populistas en Latinoamérica es bastante largo. Hay casos arquetípicos de muy vieja data como el de Juan Domingo Perón, y sus sus sucesores peronistas, en Argentina.
El siglo XXI arrancó con una oleada de gobiernos populistas de izquierda inaugurada por Hugo Chávez en Venezuela. Siguieron los del matrimonio Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Es relativamente fácil para políticos tener éxito con el populismo izquierdista en una región donde las desigualdades socioeconómicas son muy marcadas. Latinoamérica reúne a varios de los países, como Colombia o Brasil, con los coeficientes de Gini (indicador de la desigualdad de riqueza) más elevados.
Las crisis económicas de las décadas de 1980 y 1990 crearon un profundo malestar social en las naciones latinoamericanas. Un discurso que culpó a los más ricos por las penurias de los más pobres tuvo resonancia. También las promesas de redistribución de riqueza para crear sociedades supuestamente más igualitarias.
Los gobiernos de izquierda populista en el siglo XXI fueron bendecidos con el boom de precios de los commodities que les permitieron captar ingresos extraordinarios. Con esos recursos, lanzaron un gasto social que consolidó su popularidad. Claro, esos excesos en última instancia pasaron factura en forma de nuevas crisis económicas en la década pasada. Ello permitió el ascenso de gobiernos de derecha liberal o conservadora. Pero estos a menudo no fueron capaces de enmendar la situación. Al agregarse a esto los efectos devastadores de la pandemia de covid-19, que golpean sobre todo a los pobres, se creó un clima propicio para el regreso de la izquierda populista. Es lo que ocurrió en Perú con Pedro Castillo y lo que pudiera ocurrir en Colombia con Gustavo Petro.
Nótese que hasta ahora se ha hablado solo del populismo de izquierda en Latinoamérica. ¿Y el de derecha? Lo cierto es que, debido a las condiciones materiales de la región, lo tiene más difícil. Pero precisamente en los países más desarrollados de América Latina puede encontrar un lugar donde acomodarse. En Chile, por ejemplo, el ultraconservador José Antonio Kast pudiera ser electo Presidente en la segunda vuelta electoral que se celebrará en dos semanas.
En fin, mientras haya diferencias que polaricen a las sociedades latinoamericanas, sobre todo de tipo económico, el populismo podrá hacer de las suyas.