El Papa Francisco ha escrito una carta privada a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, sometida al procedimiento de impeachment. Lo ha confirmado ella misma recientemente precisando: “El Papa Francisco me ha escrito una carta pero no haré público el contenido. Sólo puedo decir que no era una carta oficial”. No se trata por tanto de un mensaje de la Santa Sede dirigido a Rousseff. Ésta última ha querido mantener una actitud reservada fundada y correcta: una intervención “pública” por parte del Papa podría ser interpretada –sobre todo en una fase de encendida polémica política– como una especie de interferencia vaticana en los asuntos internos de Brasil en un momento especialmente delicado en la vida institucional del gran país latinoamericano.
La noticia de una misiva de Bergoglio a Dilma se difundió a principios de agosto gracias también a un tuit de Leonardo Boff, ex fraile franciscano perteneciente a la Teología de la Liberación. En general los medios internacionales y brasileños han interpretado el hecho como una señal de solidaridad o cercanía del Papa frente a la presidenta de Brasil –suspendida de sus funciones desde el pasado mes de mayo– cuyo procedimiento de impeachment podría concluir con su destitución.
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Rousseff está acusada de haber mentido sobre las cuentas del Estado en 2014 durante la campaña electoral para su reelección para esconder la crisis económica en la cual se encuentra el país. Frente a los ataques, la presienta se ha declarado siempre inocente y ha afirmado que estaba en curso un golpe institucional.
Rousseff ha denunciado a sus rivales políticos, en especial a los sectores de la oposición que defienden políticas fuertemente liberales en el ámbito económico. La opinión pública brasileña se ha dividido, los defensores y quienes apoyan a Rousseff se han manifestado por las calles durante los pasados meses. El clima es tenso. La misma Conferencia episcopal brasileña hace tiempo había manifestado su perplejidad por la rapidez con la que se había producido la crisis institucional, algunos obispos habían hecho públicas sus críticas al impeachment contra la presidenta pidiendo a los políticos que trabajaran por la unidad del país, al mismo tiempo que condenaban los casos de corrupción que habían salido a la luz durante la crisis.
Por otro lado el país vive desde hace tiempo una crisis económica que está golpeando amplias franjas de la población, un hecho que pesa en el cuadro general. La caída del precio del petroleo, los escándalos de corrupción unidos al caso ‘Petrobas’ o el impacto de la crisis mundial sobre la economía brasileña, son sólo algunos de los factores que, todos juntos, están poniendo a prueba el país; también porque durante los años de la presidencia de Lula se construyó, paralelamente al crecimiento, un estado del bienestar fundado en un gasto público importante, para disminuir las diferencias sociales y la pobreza.
Es por tanto en este contexto, el pasado 11 de mayo, a la vigilia de la apertura del procedimiento de impeachment contra Rousseff, cuando el Papa Francisco afirmó durante una audiencia general: “envío un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en especial a los fieles brasileños de Araxá. Mi pensamiento está en vuestra querida y amada nación. En estos días en los que nos preparamos para la fiesta de Pentecostés, pido al Señor que difunda abundantemente los dones del Espíritu Santo en modo que el país, en estos momentos de dificultad, continué por los caminos de la armonía y de la paz, con la ayuda de la oración y del diálogo. Que la cercanía de Nuestra Señora de Aparecida, que como una buena Madre no abandona nunca a sus hijos, sea defendida y sirva de guía en el camino”.
Sin embargo en estos días la líder brasileña se enfrenta a un segundo problema: la Corte suprema ha autorizado una investigación para verificar si obstaculizó presuntamente la justicia. La magistratura quiere averiguar si Dilma intentó obstaculizar las investigaciones sobre el ex presidente brasileño Luiz Ignacio Lula da Silva, implicado en el escándalo de corrupción ‘Petrobras’, nombrándolo ministro de su gabinete el pasado mes de marzo. La noticia ha llegado después de un dramático llamamiento lanzado recientemente por Rousseff, que se ha declarado de nuevo inocente de las acusaciones del Senado hablando nuevamente de golpe, y ha prometido convocar un referendum para convocar las elecciones anticipadas si no es destituida a finales de agosto (el 29 es el día clave del debate en el Senado).
El asunto es complicado y si la investigación sobre la presidenta suspendida y el asunto Petrobras es ya por si mismo bastante grave, lo cierto es que en la misma investigación están involucrados exponentes del gobierno provisional constituido por la oposición y guiado desde el pasado mes de mayo por Michel Temer –ex vice de la misma Roussef– y ya obligado a dimitir.
No pasó inobservado que el Papa, conversando con los responsables del Celam (el Consejo episcopal latinoamericano) en Vaticano el pasado mes de mayo, manifestó una cierta preocupación por los problemas sociales de América Latina, el aumento de la pobreza y las tensiones existentes en varios países como Venezuela, Bolivia, Brasil y Argentina. En este contexto Francisco habló de posibles “golpes de Estado blancos” que se podían verificar en algunos países.
Lo cierto es que, más allá de los límites institucionales y políticos que cambian de país en país y tienen sus propias características, la alarma del Papa está dirigida a las condiciones de la gente de cada región y a una crisis económica que cada vez más es una crisis social en la que las primeras víctimas son precisamente los pobres. Por otra parte Brasil vive, al menos desde el Mundial de Fútbol de hace dos años y de nuevo ahora con los Juegos Olímpicos, una época de protestas sociales que han repercutido en los gobiernos de Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores dirigido por ella junto al líder histórico Lula. De este modo, si las Olimpiadas representan el fin de un momento de éxito efímero para el país, en este tiempo la violencia en las grandes favelas ha aumentado y la crisis política y del sistema no parece tener una solución fácil.
Con información de CubaDebate