Jaqueline tiene 51 años y está detrás de un mostrador. Le pasa un trapo mojado a la barra de madera y luego abre la heladera para alcanzar una cerveza. Toda su vida ahí arriba. Ahí llegó con sus padres, ahí crecieron sus tres hijos y ahí corren ahora sus seis nietos. Estamos en un bar, pero que en realidad es un mirador. Estamos en una de las mejores vistas de Río de Janeiro, pero que en realidad es una favela. Estamos en un lugar al que no llegan los Juegos Olímpicos.
Babilonia se encuentra en el barrio de Leme, al sur de Río. Como todas las favelas, las construcciones van apareciendo a medida que vas subiendo el morro. Pero a sus habitantes no les gusta que los llamen favela. De ahora en más, será "comunidad". Calles angostas y en subida, veredas pequeñas con escalones (similares a las que hay en La Boca) y un zigzag constante que va abriendo arterias para todos lados. Las motos-taxis van y vienen de la cima a la base. Para el turista es imposible llegar a un destino sin consultar varias veces y tratar de decodificar el portugués cerrado.
El puesto de la Policía en la base del morro marca presencia. Hay cuatro patrullas estacionadas y en el camino habrá otras tantas de recorrida. Jaqueline cuenta que la relación entre los vecinos y los efectivos es buena aunque en algunos puntos se respira una tensa calma. No hay ni un mínimo rasgo que indique que allá abajo se vienen los Juegos Olímpicos. No se escucha la canción oficial, no hay mascota, no hay carteles. La comunidad crece a unas diez cuadras del estadio de Vóley de playa, ubicado en el corazón de Copacabana. Pero arriba es otra historia. El alquiler de un cuarto, por ejemplo, cuesta mil Reales por mes (poco más de 4.500 pesos) mientras que abajo asciende a más del doble.
"La vida aquí es muy tranquila, yo no la cambio por nada. Conoces a todos, al de allá, al de enfrente, al del otro lado", estira el brazo Reynaldo y señala, apoyado contra un muro. Para completar el concepto agrega que "en cambio, bajás a la calle y ahí nadie se conoce, nadie sabe quién es su vecino".
Los Juegos Olímpicos les pasan por abajo a las comunidades. Y es literal. Se percibe en el ambiente. Ninguno de los que allí vive podrá pagar una entrada de 100 Reales (la más barata) para ir a ver un partido de fútbol o de básquet. Por si esto fuera poco, en otras comunidades, como la Maré -ubicada en el ingreso a la ciudad- colocaron por delante enorme carteles de los Juegos Olímpicos que marcan claramente el límite. El adentro y el afuera. El pertenecer y el no pertenecer.
En el medio del camino, antes de llegar al "Bar de Alto" en el que atiende Jaqueline, una canchita de fútbol sirve como nueva base. "Para allá, no", avisa un hombre mientras le da envión a su hija en la hamaca. Los pasadizos salen para todos lados. Y ese "para allá, no" indica el camino hacia el sector del morro conocido como Chapéu Mangueira, el sector más peligroso de la comunidad. Alcanza con poner el nombre en Google y ver una serie de enfrentamientos entre los vecinos y la policía. Casi dos mil personas murieron en lo que va del año en Río y gran parte de las víctimas fueron asesinadas por la policía.
Se vienen los Juegos Olímpicos y Río se va vistiendo, a las apuradas. Acá arriba no hay Juegos. Acá tampoco hubo Mundial en 2014. Acá arriba está la mejor vista de Río de Janeiro. Acá arriba la realidad se ve completa.
Con Información de: El Clarín