Historias de espantos y apariciones no solo inundan las carreteras rurales del país. En la capital más de un fantasma deambula, dejando su marca. Son leyendas de vieja data, algunas centenarias. Hay quienes afirman haber atestiguado su existencia. Otros se mantienen escépticos, hasta que la piel de gallina evidencie el roce de un espectro
Cuenta la leyenda que en el siglo XIX, antes de la llegada de la luz eléctrica, por las calles de la capital se paseaban en horas de la noche carrozas misteriosas con hombres en ellas. Se rumoraba que eran apariciones del más allá. Con el tiempo el misterio se reveló, llegó la electricidad a la ciudad y las carrozas no eran más que los fervientes amantes que visitaban a escondidas a sus enamoradas.
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En el interior del país es más común escuchar sobre fantasmas. El Silbón, la Llorona y la Sayona son los espantos más comunes. Muchos dicen haberlos visto, otros reniegan de su existencia. Pero en una metrópolis como Caracas, el asfalto también reúne mitos, incluso avalados por quienes juran haber presenciado apariciones en lugares icónicos de la ciudad. Otros espectros se han convertido en parte de la arquitectura, con su leyenda pasando de generación en generación.
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Teresa nunca se va
En las películas de terror, un ruido extraño y bajas temperaturas son indicios de un evento paranormal. En la vida real, quienes certifican que han visto fantasmas dicen sentir lo mismo. Escalofríos y piel de gallina son las advertencias. Eso es justo lo que Raúl Gil, un vigilante del Teatro Teresa Carreño, sitió una noche. “Estaba montando guardia y como a las dos de la mañana vi a una muchacha que usaba un vestido negro largo, de esos antiguos. Vi que pasaba hacia los cajeros y pensé ‘coño ¿a esta hora?’. Entonces salgo y me asomo desde aquí arriba y no la veo. Pensé que bajaría a los sótanos y cuando voy bajando al segundo nivel me entró un escalofrío y me regresé”.
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Los empleados del teatro afirman que en el recinto artístico hay presencias del más allá. Comentan que la mismísima Teresa Carreño se manifiesta con la luna y durante los actos de aniversario. “Siempre pasa algo en eventos de conmemoración a ella. Ayer una muchacha estaba tocando su piano, interpretando una de sus canciones y, al parecer, sintió que le halaron el cabello, y se hizo un momento tenso; esto pasa muy a menudo”, expresa Yosmary San Juan, del equipo de protocolo del lugar. Raúl Gil cree haberla visto vagando por el recinto.
Pero no es solo Teresa quien se pasea por el lugar. Un chamito ronda los pasillos del estacionamiento, sin cuerpo físico. “Cuando hay una presentación en los talleres de realización, maquillaje y escenografía, hay que bajar al público, y los caminos parecen laberintos y la gente se pierde. Muchos dicen que ahí se aparece un niño”, indica Yosmary. Otro empleado, que prefiere no ser identificado, explica que la historia del infante data desde hace veinte años, cuando al terminarse una función un pequeño se perdió entre la multitud y, dicen, nunca fue encontrado.
En dónde jugarán los niños
Los guías del Museo de los Niños se rodean de la diversión y la inocencia de aquellos que visitan el lugar para aprender y por un rato ser lo que siempre han soñado. Sin embargo, los visitantes no siempre son de carne y hueso. Desirée Joachimi, ex trabajadora del lugar, afirma haber sido testigo de diferentes apariciones, durante sus tres años en la institución. Jura que el arquitecto de La conquista del espacio, así como María y Chelo, son los tres espíritus que frecuentan el edificio.
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De Chelo no recuerda la historia; pero de María sabe que fue una pequeña que bajando por las escaleras del área de Innovarte se cayó y murió. “Son unas escaleras de caracol y al parecer falleció en el instante porque se pegó en la cabeza. (…) Un día a mi me estaban abriendo y cerrando puertas, hasta la de los baños que tenían llave, me mojaron el piso, me lanzaron agua, estaba sola y obstinada porque escuchaba unas risas de niña y dije ‘María, quédate quieta, por favor, me tienes cansada. De verdad, quédate quieta’. Después de decir eso no me molestaron más, no hubo risas, ni agua, ni me abrían y cerraban puertas. Pude atender al público tranquila”, explica Desirée.
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Joachimi confiesa que en ella hubo una transformación. De escéptica a creyente. Su trabajo era en la exposición La emoción de vivir sin drogas, un área no tan concurrida de la oferta educativa. “Un día estaba con una compañera y escuchamos gritos, como si estuviesen matando a un hombre al lado; revisamos todo, con miedo, y no había absolutamente nadie. Me apagaban el aire acondicionado, que era de los que se regulan, y vi cómo se movió la rueda. Lo más fuerte que me pasó fue que un día un muchacho de seguridad me dijo ‘un recreador acaba de tomar una foto y te la va a mostrar’, cuando la vi, en el vidrio de una exhibición al lado de la Cinemateca aparecía reflejada el fantasma de una niña”, declara.
Al “arquitecto de La conquista del espacio” nunca lo vio, tampoco sabe su nombre. El anexo del Museo de los Niños se inauguró en 1993, y cuenta el boca a boca que un empleado murió por un accidente con una cabilla durante la construcción. Pero sí ratifica que los guardias de seguridad siempre temían hacer los recorridos en las noches porque “veían imágenes y a partir de cierta hora encontraban cosas”. También relata que los guachimanes le llegaron a decir que “por las cámaras, una noche, vieron unas personas con sombreros caminando por el área de Comunicación y tenían unas velas. Obviamente les dio miedo y no bajaron a revisar, pero al día siguiente había cera de vela en el piso”.
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