Fueron alrededor de 24 horas de incertidumbre total en todo el mundo. Una rebelión armada en Rusia, el país con el mayor arsenal nuclear del planeta, llevado a cabo por los paramilitares ultranacionalistas del Grupo Wagner.
Alejandro Armas/El Político
Los alzados fueron capaces de tomar una ciudad con presencia militar importante y luego emprendieron una marcha. Pero luego dieron marcha atrás. Yevgeny Prigozhin, líder del Grupo Wagner y oligarca ruso cercano al presidente Vladimir Putin, manifestó que decidió poner fin a la insurrección para "no derramar la sangre" de sus compatriotas. Prigozhin se fue a lo que a todas luces será un exilio en Bielorrusia, como parte de un acuerdo mediado por el gobierno de ese país, entre el Kremlin y el Grupo Wagner.
Obviando las dos guerras, muy focalizadas, en Chechenia, no se había visto semejante caos violento en Rusia desde la caída de la Unión Soviética y una breve confrontación entre el parlamento y el gobierno de Boris Yeltsin en 1993. ¿Qué implica todo esto para el régimen de Putin? Veamos.
¿Golpe, sainete o qué?
Dado que Prigozhin es parte del entorno de Putin desde hace muchos años y sus paramilitares colaboraron activamente con objeticos geopolíticos del Kremlin en distintos lugares del mundo, no fueron pocos los sorprendidos por la rebelión. Las interpretaciones para todos los gustos estuvieron a la orden del día.
Una de las más comunes es que se trató de un golpe de Estado frustrado. Prigozhin ha rechazado que buscara derrocar a Putin, y sí es bastante probable que no haya tenido intención de reemplazarlo, sino volverse un factor más influyente en el Kremlin. Sobre todo en cuanto a la conducción de la guerra en Ucrania.
Después de todo, Prigozhin llevaba meses cuestionando públicamente al alto mando militar ruso, al que culpaba por los fracasos bélicos en el país invadido. Su repudio no fue para Putin. De hecho, las únicas exigencias públicas que hizo el líder del Grupo Wagner durante el alzamiento fue reunirse con el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y el jefe de Estado Mayor de las FF.AA., Valeriy Gerasimov. Dos blancos frecuentes de su ira.
Entre las explicaciones alternativas estuvo la del montaje. Que la rebelión fue un gran teatro ordenado por Putin para que Ucrania y sus aliados occidentales pesaran equivocadamente que su gobierno estaba al borde del colapso para bajar la guardia. Pero el alcance del desastre hacen que esta tesis sea muy improbable. Además, durante la violencia dentro de la propia Rusia, las fuerzas invasoras no relajaron sus esfuerzos ofensivos y defensivos.
No cayó el gobierno, pero sí su mito
Una vez que la insurrección llegó a su fin, muchos observadores lo interpretaron como un fracaso estrepitoso que fortaleció a Putin. Sin embargo, su manejo de la situación es más bien un gesto de debilidad. De que no tiene el monopolio sobre la violencia universalmente reconocida como legítima en su propio territorio, esencial para el concepto mismo de Estado, según el sociólogo Max Weber.
Putin ha construido en torno a sí mismo todo un mito de guerrero implacable que aparta a todo el que se le atraviese, para impresionar tanto a seguidores como adversarios. Dentro y fuera de Rusia. Quienes sufren tal destino ni siquiera tienen que ser una amenaza existencial para la estabilidad de su gobierno. Para muestra los cientos de ciudadanos rusos arrestados por criticar en público la invasión de Ucrania. Varios de sus enemigos prominentes políticos han terminado encarcelados o asesinados.
En tal sentido, cabría esperar que Putin castigara de forma ejemplar y con mucha dureza a los rebeldes del Grupo Wagner. Los alzados le arrebataron fácilmente el control de Rostov del Don, una ciudad al sur de importancia estratégica vital para la invasión de Ucrania, ni más ni menos. Ello representa una humillación para nada menor para un hombre que asegura que gobierna a todo su país con puño de hierro y autoridad incuestionable.
Pero en vez de suprimir por la fuerza al Grupo Wagner, Putin tuvo que aceptar un acuerdo bastante laxo, para que la situación no se saliera más de su control. Prigozhin pudo irse a Bielorrusia y no se le imputarán delitos. Los soldados de su grupo pueden seguirlo en el destierro o unirse a las FF.AA. formales.
No es para nada el fin de su gobierno, pero los hechos sí muestran a Putin en una posición mucho más vulnerable de lo que se pensaba antes. Su promesa a la ciudadanía rusa de orden a cambio de libertad queda muy en entredicho. Esto incidirá en sus acciones internas y externas. Queda por ver si se vuelve más precavido o, por sentirse en peligro, más errático y violento.