El año pasado fracasó el primer intento de reemplazar la Constitución chilena vigente desde la dictadura de Augusto Pinochet. Pero la mayoría de los ciudadanos se mantuvo inclinada por una refundación del Estado, por lo que habrá una segunda oportunidad.
No obstante, los resultados de la elección de integrantes del nuevo Consejo Constitucional tampoco permiten ver claramente hacia dónde se dirige el fundamento jurídico del Estado chileno. Mientras que la izquierda populista fue la fuerza dominante en la anterior Convención Constitucional, cuyo proyecto de Carta Magna fue rechazado en un plebiscito, ahora lo será una derecha igualmente populista.
Con esta nueva oleada de radicalismo, el Consejo Constitucional pudiera comportarse como su predecesor. Es decir, con poco interés en escuchar voces ajenas a las del bloque con más escaños. El resultado acaso sea otro experimento disfuncional que solo guste a una minoría de la población. Y eso no es lo único que nos dicen los comicios del domingo pasado. Veamos.
En cifras
El Consejo Constitucional es mucho más pequeño que el organismo que lo antecedió: el número de curules se contrajo de 154 a 51. De los 50 en juego para los partidos (uno representa a los pueblos indígenas), las fuerzas de derecha tendrán 33, pues sumaron 56,5% del sufragio.
Pero lo más llamativo es el desglose. El factor individual más votado fue el ultraconservador y joven Partido Republicano, fundado y encabezado por el excandidato presidencial José Antonio Kast. Obtuvo 35,5% del voto y se llevará 22 escaños. La coalición Chile Seguro, que agrupa a partidos de derecha tradicionales y algo más moderados (como la Unión Demócrata Independiente) ganó 21,5% del sufragio y 11 curules.
Los 17 escaños restantes son de Unidad para Chile, alianza de agrupaciones izquierdistas (algunas moderadas; otras, radicales) favorables al gobierno de Gabriel Boric. Es receptora de 28% de los votos.
Voto castigo
Evidentemente, la gran perdedora de la noche dominical fue la izquierda, hasta hace no mucho boyante por la elección de Boric como Presidente. El propio mandatario, al reconocer la derrota, pidió al Partido Republicano victorioso que “no cometa los mismos errores” que la izquierda. Al parecer, una alusión al sectarismo que aquella demostró en la Convención Constitucional.
Ese sectarismo le salió caro. En la consulta popular sobre el texto resultante, 61,9% de los votantes lo rechazó. Esa fue la primera muestra inequívoca de que se revirtió la suerte de la izquierda chilena. Las elecciones del domingo pasado representan otro golpe más.
De hecho, el gobierno de Boric comenzó a perder popularidad rápidamente y muy poco después de su inicio. La última encuesta de la firma Cadem estimó que 30% de los chilenos aprueba la gestión presidencial, mientras que 62% la reprueba.
Problemas como la inflación y la criminalidad debilitaron la imagen del gobierno. El foco oficialista en diatribas socioculturales (e.g. cuestiones de género), siempre con ánimo profundamente reformista, también pudo jugar un papel. Chile es históricamente una sociedad en la que una parte sustancial de la población se considera conservadora.
De un extremo al otro
Con una bancada por debajo del mínimo requerido de 21 integrantes, Unidad para Chile no podrá vetar propuestas de la mayoría derechista. Queda por ver cuán coordinada actuará esta última. Kast ya ha demostrado no estar siempre dispuesto a entenderse con la centroderecha. Por ejemplo, cuando se abstuvo de medirse en primarias para una candidatura conservadora unitaria en la primera vuelta de las últimas presidenciales.
Pero incluso si actúan en armonía esta vez, sigue habiendo una complicación considerable. Y es que un organismo a cargo de redactar una Constitución nueva (es decir, de refundar el Estado) estará controlado por las fuerzas más opuestas al cambio. La centroderecha chilena es partidaria del statu quo posterior a la dictadura de Pinochet, aún vigente. Kast, por su parte, nunca ha disimulado sus simpatías hacia el legado de la dictadura militar, bajo cuyos auspicios se redactó la actual Constitución.
Entonces, el nuevo Consejo Constituyente pudiera elaborar una propuesta que minimice los cambios. O que sí introduzca reformas amplias, pero en un sentido reaccionario en vez de revolucionario.
En el primer escenario, chocaría con los deseos reformistas de la mayoría de los chilenos, aunque la transformación específica planteada por la izquierda no prosperara. En el segundo, el producto final pudiera alienar a una mayoría de los votantes tanto como su predecesor. Después de todo, el voto por la extrema derecha fue de un poco más de un tercio del total. Y una parte de ese tercio tal vez se debe más al castigo a la izquierda radical que a la identificación con la derecha radical.
¿La tercera es la vencida?
Un último punto que no se puede pasar por alto concierne al propio Kast. La victoria de su partido muestra que sigue siendo una figura de peso en la política chilena, pese a su historial de derrotas en campañas presidenciales.
La primera vez fue en 2017, cuando quedó de cuarto con 7,9% del sufragio. En cambio, en la primera vuelta de las elecciones de 2021, fue el candidato más votado, con 27,9%. Pero la tendencia se revirtió en el balotaje, cuando Boric le sacó un ventaja de 11 puntos porcentuales.
Luego de eso, Kast dijo que abandonaría permanentemente la presidencia de su partido para concentrarse en el movimiento paralelo Acción Republicana. Una especie de retiro parcial. Empero, se ha mantenido como líder de facto del Partido Republicano, ahora en apogeo.
No es entonces descabellado pensar que Kast tenga otra oportunidad para llegar al Palacio de la Moneda. Un sondeo reciente de Cadem halló a Kast entre los políticos con más impresiones positivas que negativas entre los ciudadanos, aunque por estrecho margen. Una mejor posición que la de casi todos los políticos chilenos de izquierda prominentes. Otra encuesta, de Research Chile, lo pone como el segundo político con más intención de voto en unas presidenciales. Solo lo supera (eso sí, con amplio margen), otra excandidata presidencial: Evelyn Matthei, alcaldesa de un suburbio de Santiago. Puede ser que, para Kast, la tercera sea la vencida.