Es evidente que el Presidente de Colombia, Gustavo Petro, tiene un inmenso interés en la política venezolana. Específicamente, en que Venezuela, país que comparte lazos económicos y culturales inmensos con el suyo, deje de ser una especie de paria a los ojos de las democracias del mundo.
Alejandro Armas/El Político
Para eso, el gobierno venezolano tendría que ser visto por dichas democracias como un actor legítimo, lo cual se complica por la deriva autoritaria a manos del chavismo. De ahí que Petro haya organizado una suerte de cumbre diplomática cuyo objetivo es destrabar el diálogo entre el chavismo y la oposición venezolana. Dichas conversaciones, estancadas desde hace meses, tienen en teoría por objetivo una transición para el regreso de la democracia a Venezuela. Pero el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y compañía no se muestran interesados en tomar esa senda.
¿Pueden las gestiones de Petro cambiar las cosas? Veamos.
Posturas ambiguas
El entuerto venezolano en el que interviene la Casa de Nariño no es de fácil resolución, de ninguna manera. Por un lado, el chavismo exige que Estados Unidos, el principal aliado de la oposición venezolana, elimine todas las sanciones que le impuso. Pero Washington insiste en que la remoción de estas medidas punitivas debe ser gradual y en simultáneo con pasos concretos de reforma política en Venezuela, en pro del regreso de la democracia.
En tal sentido, no hay mucha claridad sobre cómo piensa proceder el gobierno colombiano. La semana pasada, el canciller Álvaro Leyva dijo que, antes de que se relajen las sanciones, debe haber elecciones libres y justas en Venezuela.
Mientras tanto, Armando Benedetti, embajador colombiano en Caracas, señaló que la cumbre organizada por Petro es solo para discutir sobre las sanciones y, tal vez, la situación de Alex Saab. Este último es el empresario colombiano preso en Estados Unidos por sus negocios opacos con la elite chavista, y que esta reclama para sí como “diplomático venezolano”.
Hay dos posiciones contradictorias. Pero pareciera que el propio Petro se inclina más hacia el lado de Benedetti. Desde incluso antes de llegar a Presidente, ha sido un crítico acérrimo de las sanciones. Insiste en que la crisis venezolana se debería resolver entre las partes en disputa en ese país, sin la intervención de terceros más allá de fomentar el diálogo.
El dilema de siempre
A pesar de esto, Petro consiguió que representantes tanto de la oposición venezolana como del gobierno de Estados Unidos asistieran al encuentro en Bogotá. Si estos, una vez ahí, se encuentran con una reafirmación de las posturas anti sanciones de Petro, será poco lo que puedan hacer para avanzar sus intereses con el gobierno colombiano como mediador.
Porque la eliminación de las sanciones quitaría a la oposición el único mecanismo con el que cuenta en este momento para negociar reformas democráticas con el chavismo. No hay una presión interna que funja como alternativa, pues las masas en Venezuela, aunque descontentas, se hallan desmovilizadas.
Entonces, lo más probable es que la cumbre de Petro solo pueda darle un impulso definitivo al diálogo si la oposición venezolana y Washington ya decidieron desistir de las sanciones. A cambio, no de pasos hacia una transición democrática, sino, en el mejor de los casos, una mera promesa de buena conducta por parte del chavismo. Sin garantía alguna de cumplimiento.
Semejante desenlace, de todas formas, sería provechoso para Petro. Porque al margen de las prácticas autoritarias del gobierno venezolano, el mandatario colombinao consiguió en él un colaborador. En materia tanto económica como de seguridad (el gobierno venezolano media en las conversaciones entre su par neogranadino y la guerrilla Ejército de Liberación Nacional). Si para eso no necesita que en Venezuela haya democracia, pues pudiera quedar conforme con el statu quo actual.