El expresidente estadounidense Donald Trump no comenzó su campaña para las elecciones de 2024 con muy buen pie. Su liderazgo del Partido Republicano se vio socavado por el pésimo desempeño de los candidatos afines a él en los comicios legislativos y regionales del año pasado. Además, se vio opacado por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, una estrella en ascenso en el partido que lucía como el único que podía disputarle la candidatura presidencial en primarias.
Alejandro Armas/El Político
Eso cambió a partir de abril pasado, cuando Trump empezó a ascender otra vez en las encuestas de intención de voto para las elecciones internas. Dejó bien atrás a todos sus posibles contrincantes, incluyendo a DeSantis (quien no ha hecho oficial su precandidatura).
Pero ahora le surgió un nuevo problema al exmandatario. El jurado de una corte de Nueva York halló que Trump hace casi treinta años abusó sexualmente de una periodista y luego la difamó al negar la acusación. Aunque no es un caso penal (la sanción para Trump es pagarle cinco millones de dólares de la demandante), uno pudiera pensar que semejante escándalo daría al traste con cualquier aspiración presidencial. No parece que sea el caso. Veamos.
Polarización e inmunidad
El Partido Republicano tiene en el conservadurismo social una de sus banderas más emblemáticas. Por ello, hace unos diez años hubiera sido razonable suponer que su base sería particularmente proclive a repudiar a un dirigente embargado por denuncias de tipo sexual. Pero con Trump, no ha pasado, muy a pesar de sus múltiples problemas en ese ámbito.
Desde sus tiempos como celebridad sin intereses políticos, Trump siempre hizo gala de ser una persona sexualmente licenciosa. Pero eso no le impidió ganarse el favor de la derecha conservadora estadounidense a partir de 2016. Ni siquiera después de que saliera a la luz una grabación en la que Trump se jactó de aprovecharse de su fama para tocar a mujeres de forma inapropiada.
A partir de entonces, varias mujeres han acusado a Trump de abusar sexualmente de ellas. La periodista E. Jean Carroll, autora de la referida demanda que el expresidente acaba de perder, llevó su denuncia más lejos. Pero la retahíla de señalamientos es de larga data. Eso no erosionó el apoyo a Trump entre uno de los sectores más conservadores del electorado estadounidense: los blancos evangélicos.
Y es que en sociedades tan polarizadas como Estados Unidos hoy, un bando político es capaz de omitir los defectos y contradicciones de un dirigente, aunque sean profundas. Porque el adversario es visto como peor, por razones ideológicas y hasta emotivas. Además, Trump como Presidente brindó a los conservadores objetivos que ansiaban desde hacía mucho. Por ejemplo, una Corte Suprema que derogó el derecho constitucional al aborto. Ello alienta la disposición a mirar para otro lado ante los vicios de Trump.
Una versión alternativa
Pero más allá del factor de la polarización, Trump en persona ha sido capaz de manejar a su conveniencia toda la narrativa de sus problemas legales. Esa destreza es característica de liderazgos carismáticos como el suyo, los cuales, en la tipología de Max Weber, no se legitiman por una vía legal-racional.
Aunque esos problemas se le acumulan, el expresidente siempre reacciona asegurando que no ha cometido ningún delito y que los procesos jurídicos en su contra tienen motivaciones políticas. Una “cacería de brujas”, en sus palabras.
Para unos seguidores suyos que incluso antes eran muy recelosos de las instituciones, el montón de procesos e investigaciones (por intentar revertir su derrota electoral en 2020, por retener documentos secretos en su residencia privada, etc.) calza con las alertas de Trump.
Y le funciona. En una de las primeras encuestas sobre primarias con datos recolectados después de conocerse el resultado de la demanda de Carroll, Trump aparece a la cabeza por margen enorme. Tiene 70% de intención de voto. DeSantis está en el segundo lugar, con 14%. Falta un año para las primarias y alguna eventualidad pudiera cambiar las cosas. Pero los problemas legales de Trump no lo harán.