Francia tendrá elecciones presidenciales en abril del próximo año. Naturalmente, el mandatario actual, Emmanuel Macron, busca la reelección. Su causa es hasta cierto punto la de un establishment europeísta y ajeno a las ideologías radicales. Todo un reto, pues lo contrario en su país ha brotado tanto como la vid del carménère o el pinot noir.
Alejandro Armas/ El Político
A mediados de la década pasada, los partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha que gobernaron Francia desde los años 50 del siglo XX cayeron en una crisis de la que no han podido salir aún.
Mientras, ganaron terreno extremistas de distinta índole, como Jean-Luc Mélenchon, populista de izquierda que no disimula su admiración por la Revolución Cubaba o por el chavismo. Y claro, el caso mucho más notable de Marine Le Pen, líder del partido ultranacionalista, xenofóbico y anti Unión Europea “Agrupación Nacional”.
Le Pen es quien más lejos ha llegado. Fue ella quien le disputó a Macron la segunda vuelta electoral en 2007. Dos años después, su partido fue el más votado en los comicios para el Parlamento Europeo en Francia.
Sin embargo, recientemente ha aparecido un nuevo jugador de peso que le disputa a Le Pen el puesto como abanderada de la extrema derecha. Se trata de Éric Zemmour, periodista y especie de filósofo que ha cobrado fama e infamia por sus muy publicitadas opiniones reaccionarias. No ha oficializado su candidatura, pero las señales de que lo hará son muchas y, en algunos sondeos, ya le pisa los talones a Le Pen.
¿Pero quién es Zemmour?
Desde Rousseau y el jacobinismo, la intelectualidad francesa por lo general es asociada con la izquierda política. Esa tendencia se agudizó en el siglo XX, de la mano de pensadores como Jean-Paul Sartre, Maurice de Merleau-Ponty Michel Foucault, todos militantes del marxismo o alguna otra corriente de izquierda revolucionaria.
Mucho menos conocida es la tradición intelectual gala de derecha que también ha tenido sus radicales. Por ejemplo, Arthur de Gobineau, padre del racismo pseudocientífico, o Alain de Benoist, conocido por sus tesis de segregación etnocultural.
Pudiera decirse que Zemmour es otro vástago de estas corrientes derechistas. Tiene 63 años de edad y una larga trayectoria como panelista en medios audiovisuales, en los que a menudo polemiza sin pelos en la lengua. Eso le ha traído problemas más de una vez, pero también un estatus de celebridad que ahora explota políticamente.
Su conservadurismo plantea “refrancesificar” Francia mediante restricciones severas y estrictas a la inmigración, según reseña El Diario de Madrid. Entre las medidas específicas que defiende está permitir a los empleadores franceses “rechazar a árabes y negros” entre su personal, dice la nota del medio español.
También desea que el Estado impida a las familias establecidas en el país poner a sus hijos nombres que no sean franceses. Una práctica que recuerda a la obligación a los judíos, en algunos países de habla alemana, a reemplazar sus nombres hebreos con germánicos en la Edad Moderna temprana.
Zemmour, irónicamente, es de familia judía. Es decir, parte de un grupo etnorreligioso que ha conocido la discriminación a lo largo y ancho del mundo, incluyendo a Francia específicamente. Basta con recordar el Caso Dreyfus.
La nota de El Diario atribuye a Zemmour otras señas de identidad de la extrema derecha europea contemporánea. Verbigracia, desprecio total por la Unión Europea (“inútil”; “erosiona la identidad francesa al permitir oleadas migratorias”) y simpatías por el gobierno ultraconservador y cada vez menos democrático de Víctor Orbán en Hungría (“un dirigente que defiende la identidad de su país, su soberanía y sus fronteras”).
En 2019, de acuerdo con un artículo en Radio Francia Internacional, Zemmour fue condenado por incitación al odio racial. Tres años antes había instado en televisión a los musulmanes franceses a “elegir entre el islam y Francia”.
Sus opiniones sobre temas de género son igualmente controvertidas. En su libro El primer sexo (cuyo título es una obvia burla del texto feminista El segundo sexo, escrito por Simone de Beuavoir), Zemmour denuncia la “desvirilización” de la sociedad y sostiene que los hombres por naturaleza son “depredadores sexuales violentos”. En varias entrevistas ha criticado el feminismo y el movimiento Lgbtiq, acusando a la “ideología gay” de “invitar a los hombres a actuar como mujeres”.
¿Un regalo para Macron?
Como se dijo previamente, aunque Zemmour oficialmente no sea un candidato a la presidencia de Francia, en la práctica ya es visto como tal. Sus partidarios crearon la asociación “Los Amigos de Éric Zemmour”, con sede en París, y recolectan donaciones para una campaña.
Zemmour figura en las encuestas junto a los aspirantes a la presidencia, y no le va nada mal para alguien nuevo en eso. Un sondeo de Harris Interactive divulgado la semana pasada lo puso en el tercer lugar (13%) para intención de voto, empatado con Mélenchon y por debajo de Macron (23%) y Le Pen (16%).
Otra encuesta reciente, de Ipsos, fue aún más favorable: 15% de intención de voto para Zemmour, en empate técnico con el 16% para Le Pen (Macron encabeza de nuevo, con 24%).
Efectivamente es Le Pen quien más pierde con un candidato rival de extrema derecha. Ambos apelan al mismo tipo de votante. Hay señales de que la nominación de Le Pen ha mermado. En las encuestas citadas, la líder de Agrupación Nacional salió peor parada que en anteriores.
En cambio, para Macron una candidatura confirmada de Zemmour pudiera ser un regalo del Cielo. Desde aquella segunda ronda contra Le Pen hace cuatro años, la extrema derecha ha sido la principal amenaza a su permanencia en el Palacio del Elíseo. Pero si ese campo va dividido a las elecciones, mucho mejor para el Presidente.
Claro, Francia tiene dos rondas en sus comicios presidenciales. Y si cualquiera de los abanderados de la ultraderecha termina siendo el contrincante de Macron en la segunda, el que no pasó puede dar su apoyo al que sí.
Pero estos procesos de traspase de votos no siempre son expeditos o fáciles. El que canaliza su base de apoyo a otro candidato tiene que esforzarse por convencer a sus votantes para que se inclinen por alguien que no prefirieron en primer lugar.
Esto es particularmente difícil en Francia porque el lapso entre primera y segunda vuelta es atípicamente corto: solo dos semanas. En varios países americanos que usan este sistema, la diferencia es de unos pocos meses.
Así que la hipotética candidatura antisistema de Zemmour pudiera terminar siendo un impulso a la continuidad del sistema. Pero en estos tiempos de sorpresas políticas, nada es digno de ser descartado.
Ni siquiera la posibilidad de que este pensador de la alt-right gala ascienda a la cúspide del poder.