Durante su gestión como vicepresidente de Estados Unidos (1933-1941), John Nance Garner afirmó que el cargo “no vale un cubo lleno de orina caliente”. En efecto, en su primer siglo y medio de existencia, la vicepresidencia de ese país fue un cargo de poquísima actividad e influencia. Su ocupante solo tenía la responsabilidad de asumir la presidencia si el jefe de Estado se veía inhabilitado. Eso cambió a partir de mediados del siglo XX. A los vicepresidentes modernos se les asigna por lo general una serie de tareas gubernamentales.
Alejandro Armas/El Político
Pero ahora, el cargo está cobrando nueva relevancia por la razón original. Joe Biden buscará un segundo mandato, pese a su edad avanzada (tendría 82 años cuando asuma otra vez, si gana en 2024). Por eso hay temores razonables de que, por razones de salud, no pueda completar ese hipotético segundo periodo.
Si eso ocurriera, la vicepresidente Kamala Harris, a quien Biden seleccionó de nuevo como compañera de fórmula, asumiría la presidencia. Así que la identidad de la segunda al mando pudiera desempeñar un papel atípico en la elección. Veamos.
El dúo malquerido
Desde el año pasado, el gobierno de Biden se mantiene impopular entre votantes descontentos con el estado de la economía, entre otros problemas. Esa reprobación se extiende a Harris. El promedio de encuestas del sitio web estadístico Five Thirty Eight arroja el siguiente resultado: 50,4% de los estadounidenses rechaza la gestión vicepresidencial, mientras que 39,4% la aprueba.
Estos porcentajes suelen estar a la par de los del propio Biden, o incluso por debajo. De hecho, Harris ha tenido dificultades para gozar de la bendición del público al menos desde su campaña presidencial. En 2020 aspiró a la nominación a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, pero su candidatura no cogió impulso. Harris se retiró incluso antes de que comenzara la votación estado por estado.
Una vez en el gobierno, no le ha ido mucho mejor. Biden le asignó el manejo de uno de los asuntos más complicados y polémicos para la política estadounidense contemporánea. A saber, la seguridad de la frontera con México. Durante el año y medio que lleva el presente ejecutivo, el cruce limítrofe por inmigrantes indocumentados llegó a niveles estratosféricos, generando una crisis de alojamiento.
Al ser el rostro más visible del gobierno asociado con este aspecto específico, Harris se volvió un blanco fácil para los ataques por parte de la oposición republicana. Esto pudo contribuir a la prolongación de su impopularidad.
¿Un sustituto?
El descontento con Harris es entonces un riesgo adicional para la campaña de Biden, que ya tiene mucho con sus propios niveles de aprobación. No sería la primera vez que un compañero de fórmula hace daño al aspirante presidencial. Le pasó en 2008 al republicano John McCain, por el mal desempeño de su seleccionada para vicepresidente, Sarah Palin.
Mientras tanto, el expresidente Donald Trump lidera los sondeos sobre las primarias del Partido Republicano. Por el temor inmenso que genera la posibilidad de su regreso a la Casa Blanca, algunos demócratas e independientes han instado a Biden a que busque un reemplazo para Harris como compañera de fórmula.
Pero Biden no puede hacer tal cosa sin un costo. Harris es la primera mujer y primera persona no blanca en alcanzar la vicepresidencia de Estados Unidos. Para el Partido Demócrata, estas cuestiones de progreso identitario se han vuelto muy importantes. Así que deshacerse de Harris pudiera ser visto como una afrenta imperdonable por buena parte del electorado de su propio partido.
En todo caso, la mejor oportunidad para hacer el cambio propuesto fue al momento de anunciar su nueva campaña presidencial. Hecho esto, con Harris incluida, será más difícil aun sustituirla. Lo más probable es que ella permanezca junto a Biden, pese a los riesgos.