El siempre polémico Boris Johnson tuvo un ascenso improbable hasta la cúspide del poder en el Reino Unido. Al marcar una ruptura con las posturas relativamente europeístas de las viejas elites en el Partido Conservador británico, cabalgó sobre el deseo de los ciudadanos de dejar la Unión Europea (Brexit) para volverse líder del partido.
Alejandro Armas/El Político
Luego lo condujo hacia una victoria aplastante frente a sus rivales laboristas en las elecciones parlamentarias de 2019. Con esto, sorprendió al mostrarse como animal político talentoso. Se previó entonces que podía ser el inicio de un largo gobierno, acaso el más trascendental en la historia del país desde Tony Blair o hasta Margaret Thatcher.
Y de pronto… La supuesta fortaleza infranqueable de Johnson se vino abajo como un castillo de naipes. ¿Qué pasó? Veamos.
El conservador rebelde
Tal vez hay dos elementos de la personalidad de Johnson especialmente relevantes para su estilo de liderazgo. Uno, la irreverencia. Y dos, una sobreestimación de las capacidades propias, que lo llevaban a creer que siempre se saldría con la suya.
Comencemos con la irreverencia. Más allá de darle a su imagen pública un aura humorística que pudiera hacerlo agradable a no pocos votantes, este rasgo conlleva una tendencia al trabajo político serio poco ortodoxo y personalista. A Johnson le gustaba hacer las cosas a su manera, desafiando dogmas, apartando opiniones contrarias y, a veces, quebrando normas.
Todo eso le granjeó, sobre todo antes de llegar a la cima y en sus primeros días en ella, una reputación de popilista autoritario. Una muestra de ello fue la expulsión de su partido de 21 parlamentarios en 2019, por oponerse a sus maniobras sobre el Brexit.
Las comparaciones con el expresidente estadounidense Donald Trump son comunes. Pero el populismo de Johnson fue al final bastante moderado y mucho menor que el de Trump. Esto se debe en parte a que el sistema parlamentario inglés da al primer ministro menos poder que a un Presidente norteamericano, y lo hace más dependiente del resto de su partido. Y el Partido Conservador británico no ha sufrido la radicalización del Partido Republicano estadounidense. Al menos no a ese nivel.
Por otro lado, el hábito desafiante de Johnson lo llevó a ser la voz cantante a favor del Brexit en su partido mientras el liderazgo del mismo se opuso. El referéndum de 2015 demostró que era lo correcto en términos de popularidad. Y mientras que su predecesora, Theresa May, pasó todo su gobierno tratando de ejecutar la salida, fue Johnson quien lo logró en apenas unos meses. Seguir sus instintos lo favoreció mucho hasta entonces.
De escándalo en escándalo
Tal vez por eso a Johnson se le subieron los humos a la cabeza. En realidad, sus mañas anteceden considerablemente a su gobierno. Se remontan al menos a sus días de joven periodista, cuando redactó notas coloridas, pero que hoy serían fácilmente tildadas de fake news, entre otros temas sobre la relación entre el Reino Unido y la UE. Pero que a pesar de todo ello llegara a lo más alto pudo haberle hecho creerse invulnerable.
Sonará como una obviedad, pero habrá que decirlo en estos tiempos caóticos: ningún político, por hábil que sea, es invulnerable en un país donde hay imperio de la ley y la opinión de las masas importa. Johnson acaso subestimó la disposición del público a tolerar sus constantes escándalos, de los cuales por un buen tiempo salió aparentemente indemne con disculpas y explicaciones floridas.
Pero el daño de cada escándalo se fue acumulando y acumulando hasta estallar. Consumado el Brexit, ya no podría usarlo como argumento para la necesidad de su polémico gobierno. Finalmente, la gota que derramó el vaso fue la revelación de que el primer ministro violó la misma cuarentena estricta que decretó para todo el país para contener la epidemia de covid-19, asistiendo a varios eventos sociales indebidos.
Ello desató un voto parlamentario de no confianza hace pocas semanas, promovido por miembros de su propio partido, que Johnson logró sobrevivir. Pero a los conservadores debió inquietarles que la creciente impopularidad del primer ministro hundiría al partido en las próximas elecciones. Una nueva oportunidad no tardó en llegar: revelaciones de que Johnson dio un puesto ministerial a un político a sabiendas de que sobre este pesaban denuncias de abuso sexual. Tan pronto como se corrió la voz, hubo una oleada de deserciones de su gabinete, haciendo el gobierno inviable. Esta vez, al gato que había superado obstáculos enormes para un animal político se le acabaron las vidas.