Es normal que un mandatario recién electo goce de un período de popularidad más o menos alta justo después de su elección. También lo es que al cabo de unos meses, o un año, aquella empiece a bajar, en la medida en que no sea capaz de cumplir con todos sus compromisos electorales.
Alejandro Armas/El Político
A Gabriel Boric, le joven Presidente de Chile, le está pasando lo segundo, pero rápido. Muy rápido. Aunque su victoria electoral a finales del año pasado no fue por una nariz, ahora está perdiendo bastante apoyo entre la ciudadanía. Además, un proyecto paralelo pero ligado a su presidencia, la redacción de una nueva Constitución, está en entredicho.
Veamos qué ha ocurrido en tan poco tiempo.
Tormenta temprana
Desde principios de abril, el panorama empezó a agriársele a Boric. Una encuesta de Activa y Pulso Ciudadano divulgada en la primera semana del mes halló que solo 34% de los chilenos aprueba su gestión. 41% la desaprueba.
Pasan los días, y el paciente no mejora. Otro sondeo, de Cadem y conocido este domingo, estima que el rechazo a Boric por primera vez llegó a la mitad de la población. Su respaldo es de 40%.
Este repunte en la inconformidad, de acuerdo con los autores del segundo estudio, no tiene precedentes en los antecesores inmediatos de Boric. A Michelle Bachelet, en su segundo gobierno, le tomó 33 semanas llegar al mismo punto. A Sebastián Piñera, igualmente en su segundo período, 37 semanas. Boric no ha cumplido aún 6 semanas en el Palacio de la Moneda.
Pulso Ciudadano, en un estudio aparte, concluyó que la inflación y la delincuencia son los problemas que más inquietan a los chilenos. Problemas que Boric pudiera aminorar con relativa facilidad. Después de todo, el Chile de la inflación crónicamente alta quedó muy atrás y el aumento de precios hoy es un problema global por la crisis en la cadena de suministros. Chile es además uno de los países menos violentos de Latinoamérica.
Pero claro, Boric no es un Presidente ortodoxo. Así que es normal que los ciudadanos duden de su capacidad para lidiar con estos males. Aparte, está la incertidumbre por la posible nueva Constitución.
El efecto constituyente
En rigor, la idea de una nueva Carta Magna no es de Boric. No es un proyecto personal suyo, como las constituciones que impulsaron Hugo Chávez y Evo Morales al llegar al poder. Surgió de las protestas que sacudieron el país entre 2019 y 2020. Había exigencias de cambio, y lo que acabó por aplacar los ánimos fue la propuesta de una ley fundamental nueva.
En el plebiscito que consultó a la ciudadanía al respecto, 78% de los participantes favoreció el cambio de Constitución (aunque apenas un poco más de la mitad del electorado fue a las urnas). El método escogido fue una Convención Constituyente, que también fue elegida democráticamente. En esa convención, uno de los grupos más numerosos es la coalición Apruebo Dignidad, de la cual Boric es parte.
Aunque no es la única, Apruebo Dignidad es una de las fuerzas en la convención que impulsa los cambios más drásticos. Entre ellos, la sustitución del Senado, una de las instituciones políticas más antiguas de Chile, por una “Cámara de Regiones” menos poderosa. Esto ya fue aprobado, de manera que figurará en la propuesta de Constitución.
Al parecer, esta y otras grandes transformaciones están haciendo que la misma sociedad tan ávida de reformas, ahora lo piense dos veces. La encuesta de Cadem proyecta que solo 38% de los chilenos aprobaría el borrador en el plebiscito pautado para septiembre de este año, mientras que 45% lo rechazaría y 17% no sabe.
Por asociación, la impopularidad de lo que hace la Convención Constituyente pudiera estar pesando sobre Boric. Y aunque un hipotético “no” al borrador no tiene ningún efecto legal sobre su presidencia, sí confirmaría un rechazo a lo que esta representa ideológicamente.