Un terremoto acaba de sacudir Estados Unidos. Pero no viene de la temible Falla de San Andrés, en California, sino de la costa opuesta. Viene de Washington. Como se imaginarán, se trata de un sismo político.
Alejandro Armas/El Político
Se filtró a los medios el borrador de una sentencia de la Corte Suprema que revocaría un fallo cincuentenario: Roe vs. Wade, el caso que estableció la protección al derecho al aborto a nivel nacional.
Si bien los borradores de sentencias pueden ser modificados antes de que se emita su versión definitiva, el contenido filtrado ya está teniendo un impacto enorme en el clima político de ese país. Pero la mismísima filtración expone problemas que han hecho de la política estadounidense mucho más disfuncional. Veamos por qué.
Un poco de contexto
Como en muchos otros países, el Poder Judicial en Estados Unidos difiere del Legislativo y del Ejecutivo en que sus integrantes no son electos popularmente. La idea es que, al no estar sometidos constantemente a las pasiones cambiantes de los votantes, puedan interpretar las leyes con miras a largo plazo. El objetivo es la estabilidad del marco legal.
Por lo tanto, se supone que el Poder Judicial esté menos politizado que los otros dos. Claro, los jueces no son completamente apolíticos, pues tienen sus propias creencias y son designados por funcionarios electos que los consideran afines a las de ellos. Pero aun así un tribunal colegiado no es lugar para diatribas políticas propias de un parlamento.
En la Corte Suprema de EE.UU., todo lo anterior implica relaciones relativamente armónicas entre magistrados. Incluso si son de tendencia ideológica opuesta. Un buen ejemplo es el de los ya fallecidos jueces Antonin Scalia y Ruth Bader Ginsburg. El primero tendía hacia el conservadurismo; la segunda, hacia el reformismo. Pero eran amigos cercanos.
Es por eso que las filtraciones de sentencias son una verdadera rareza en la corte. Todos los jueces confían en que sus pares, así como sus respectivos equipos de trabajo, respetarán la confidencialidad de las deliberaciones, para protegerlas de presiones de las masas.
Los tentáculos de la animosidad
La fuga de información esta semana pudiera dar al traste con la concordia y la buena fe en la Corte Suprema. "Esta fue una singular y atroz violación de la confianza. Es una afrenta a la corte y a la comunidad de funcionarios públicos que trabajan aquí”, dijo en un comunicado John Roberts, presidente del tribunal. Ordenó una investigación al respecto.
Ahora bien, ¿por qué ocurre ahora? Muy probablemente tenga que ver con la enorme polarización que embarga a la política estadounidense. Una polarización que al parecer ya llegó a la Corte Suprema. Acaso era inevitable, pues a fin de cuentas los jueces deben sus nombramientos a un entorno ejecutivo y legislativo asimismo muy polarizado.
Basta con recordar que por generaciones cualquier juez con suficiente mérito profesional que nominara un Presidente era confirmado por casi todos los senadores de ambos partidos. Pero en décadas recientes, las confirmaciones se volvieron cada vez más partidistas, con menos y menos votos de los senadores del partido opuesto al del jefe de Estado.
Fuera del Partido Republicano, se considera ampliamente que la mayoría conservadora que hoy domina la corte es producto de maniobras injustas. Cuando el juez Scalia murió en 2016, la mayoría republicana en el Senado no permitió al entonces presidente Barack Obama nominar a un reemplazo. Lo hizo con argumentos que desechó cuando a Donald Trump le surgió la misma oportunidad cuatro años más tarde.
El aborto es uno de los asuntos más polémicos en Estados Unidos. La polarización solo ha empeorado las enemistades en la materia. Puede que la preparación de un fallo contra la garantía del derecho a abortar haya sido la gota que derramó el vaso para alguien que trabaje en el ambiente, latentemente enrarecido, de la Corte Suprema.
Disfunciones que se retroalimentan
Como en un círculo vicioso, si los jueces confían menos los unos en los otros, las normas tácitas de armonía que rigen la convivencia en la corte se debilitan. Las mismas normas que otrora evitaron filtraciones.
Así, la Corte Suprema pudiera volverse un lugar recargado de hostilidad y poco propicio para la colaboración pese a diferencias. O sea, pudiera terminar pareciéndose al Congreso, desgastado por años de animosidad entre los partidos.
Probablemente lo que más preocupe a John Roberts es lo que todo esto traerá para la reputación de la corte que preside. Si los ciudadanos la ven como disfuncional y altamente politizada, su confianza en la institucionalidad, ya golpeada, seguirá mermando.
Sin entes que hagan de freno a la polarización, cada facción entre las masas sentirá que el entendimiento es más y más difícil, por no decir imposible. De nuevo, el círculo vicioso.