No es ningún secreto que Estados Unidos ya no presta al Medio Oriente la misma atención que a principios de este siglo. Ahora sus ojos están puestos en la invasión rusa de Ucrania, coyunturalmente. Más hacia el largo plazo, a los mentideros de Washington les preocupa el ascenso de China como potencia rival.
Alejandro Armas/El Político
Pero no es que EE.UU. se haya desentendido del todo de la región. Alrededor de 900 tropas norteamericanas permanecen en Siria. Allí, junto con militantes curdos que controlan una porción del país, combaten a los restos del grupo terrorista Estado Islámico para evitar su resurgimiento.
Como es de imaginar, su presencia no es bien vista por el gobierno de Bashar Al-Assad, uno de los mayores enemigos de Estados Unidos en el mundo árabe. Ni a Irán, el más poderoso aliado del régimen sirio en el vecindario. Hay milicias locales, apoyadas por Teherán, que confrontan sistemáticamente a los estadounidenses. Uno de sus ataques recientes indica un patrón que, de continuar, pudiera producir una escalada con la que Washington no quisiera tener que lidiar. Veamos.
Patrón alarmante
Desde enero, ha habido 78 ataques a las fuerzas estadounidenses en Siria, a manos de milicianos. El viernes pasado ocurrió uno de especial gravedad. Un dron operado por las milicias se autodestruyó en instalaciones militares norteamericanas. El saldo fue de un muerto y seis heridos.
Los hechos produjeron suficiente conmoción como para que el presidente Joe Biden se refiriera a ellos durante una visita de Estado a Canadá. Allí aclaró que su gobierno no busca un conflicto con Irán (país que, según autoridades estadounidenses, fabricó el dron). Pero también señaló que habrá represalias para cualquier agresión a ciudadanos de Estados Unidos en Siria.
En efecto, luego de la explosión del dron, la Fuerza Aérea estadounidense bombardeó posiciones de las milicias respaldadas por Irán. De acuerdo con el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, este ataque produjo ocho muertos.
La respuesta moderada va de la mano con las afirmaciones de Biden. Pero de continuar los ataques, Washington pudiera verse alentado a una reacción más contundente contra Irán. Como cuando liquidó al líder de la temida Fuerza Quds, Qasem Soleimani, en 2020. No se puede descartar que ocurra, habida cuenta de un Irán que sigue sancionado por EE.UU. debido al estancamiento de negociaciones por su programa nuclear y que tiende hacia Rusia en su guerra con Ucrania.
Lo que Biden prefiere evitar
Las actividades de EE.UU. en Siria por lo general llaman poco la atención del público de ese país. Excepto en momentos como la ejecución del entonces “califa” del Estado Islámico, Abu Bakr Al-Baghdadi, en 2019.
Luego de las malas experiencias en Afganistán e Irak, la mayoría de los ciudadanos estadounidenses no aspira a más intervenciones militares costosas y prolongadas en el Medio Oriente. Al mismo tiempo, una derrota en la zona que haga inútil el esfuerzo bélico sería un muy mal trago para la sociedad estadounidense. Sobre todo después de la retirada desastrosa de Afganistán.
Biden ha de tenerlo en cuenta. Así que una escalada en el conflicto sería un riesgo grande para su gobierno. Los hechos en Afganistán contribuyeron al desplome de su popularidad entre 2021 y 2022. Solo recientemente se ha recuperado hasta cierto punto, con el manejo eficaz de la guerra en Ucrania como contrapeso a la debacle afgana en política exterior.
Una encuesta reciente de American Research Group estimó que 51% de los estadounidenses desaprueba la gestión de Biden, mientras que 45% la aprueba. Otra, de Marist College, invierte las cosas, con un nivel de aprobación de 49% y uno de rechazo de 45%. En el mejor de los casos, su posición es vulnerable.