Cuando Gustavo Petro fue electo Presidente de Colombia el año pasado, era evidente que la política de ese país se movería por aguas inexploradas. Después de todo, Petro no es el primer mandatario izquierdista de Colombia, como señalaron (y siguen señalando) algunos medios de comunicación. Pero sí el más hacia la izquierda en la historia de la nación andina, con claros visos de populismo, además.
Alejandro Armas/El Político
Efectivamente, a menos de un año de mandato, las últimas semanas han sido las más políticamente agitadas desde que Petro llegó a la Casa de Nariño. En cuestión de días, el Presidente ha asomado una posible radicalización de su gobierno si su agenda no avanza. También ha tenido enfrentamientos fuertes con otros poderes del Estado.
¿Qué está pasando? ¿Se confirman los temores de los adversarios de Petro sobre una senda autoritaria? Veamos.
De la reforma a la revolución
Petro llegó al poder con un programa ambicioso de reformas en diferentes ámbitos: en materia de salud, laboral, de pensiones, etc. Pero con un Congreso profundamente dividido, le ha sido difícil hacerlas realidad. El Presidente de hecho logró formar, al principio de su gobierno, una coalición de asombrosa diversidad ideológica, desde la alianza de izquierda Pacto Histórico al tradicional Partido Conservador. Pero la alianza recientemente se ha erosionado, en parte por el carácter muy polémico de las reformas.
Las dificultades impacientan a Petro. En un discurso por el Día del Trabajador, el mandatario advirtió que si las reformas seguían siendo impedidas, el resultado podía ser "una revolución". A la vez, llamó a sus partidarios a movilizarse en defensa de la agenda presidencial.
Mientras tanto, se desarrolla un conflicto entre la Casa de Nariño y la Fiscalía General, originada por la respuesta del Estado a la violencia de bandas de narcotraficantes. Petro no solo ha criticado las acciones de la Fiscalía, sino que también ha indicado que la misma está sometida a él, por ser jefe de Estado. Esto produjo una reacción furiosa del fiscal general, Francisco Barbosa, quien acusó a Petro de tener pretensiones dictatoriales. La propia Corte Suprema intervino con un comunicado advirtiendo a Petro que respete la autonomía del poder judicial.
Lo cierto es que el proceder del mandatario no debería sorprender a cualquiera que haya observado sus conductas populistas de larga data. Los líderes populistas, al identificarse como representantes de un "pueblo virtuoso" en conflicto maniqueo con "elites corruptas", se valen de eso para socavar normas republicanas que ven como escollos. En tal sentido, como sostiene la politóloga Nadia Urbinati en su libro Democracia desfigurada, el populismo tiende a debilitar la separación de poderes para concentrar la fuerza en manos del ejecutivo.
Un repliegue, quizá táctico
Petro, sin embargo, no las tiene todas consigo. Los mandatarios populistas tienen más éxito cuando cuentan con amplio respaldo popular. Porque entonces, los costos y riesgos de atentar contra las instituciones del Estado son menores. Así ocurrió, por ejemplo, con Hugo Chávez en Venezuela. O con Nayib Bukele en El Salvador hoy mismo.
Petro a duras penas está en esa situación. Luego de arrancar con buen pie en cuanto a apoyo masivo, en los últimos meses ese respaldo cayó. La última encuesta de la firma Datexco halló que 36% de los colombianos aprueba la gestión presidencial, frente a 54% que la desaprueba. Otro sondeo, de Invamer, estimó que esas mismas cifras son de 35% y 57%, respectivamente.
Tal vez por eso Petro ha retrocedido hasta cierto punto en sus declaraciones agresivas. La semana pasada aclaró que su comentario sobre una "revolución" no es un llamado a la violencia. Dijo más bien que no pretende imponer los cambios que tiene en mente, por lo que quiere saber si cuentan con respaldo. Más tarde, un comunicado de la presidencia manifestó que Petro "aceptó" el llamado de atención de la Corte Suprema y que reconoce la independencia de la Fiscalía General.
Probablemente Petro se abstendrá en el corto y mediano plazo de más conductas autoritarias. Pero aun le quedan más de tres años de gobierno por delante. Si su popularidad se recupera, quizá otro gallo cante.