Colombia avanza hacia sus elecciones presidenciales, que serán en dos meses, en un atmósfera que se enrarece. Ya el hecho de tratarse de una elección atípicamente polarizada era motivo de preocupación.
Alejandro Armas/El Político
Pero ahora se agrega un elemento de perturbación extra. Diversos sectores del espectro ideológico están denunciando irregularidades en el conteo de votos para los comicios parlamentarios del domingo antepasado. Desde Gustavo Petro, en la izquierda, hasta el uribismo, en la derecha.
¿Es esto peligroso? Veamos.
Típico del populismo
A raíz de las denuncias, el presidente Iván Duque convocó la Mesa de Garantías Electorales. Se espera que este ente aclare dudas sobre el proceso y aplaque quejas. Pero no es seguro que los denunciantes se sientan conformes. De ello bien pudiera depender que se den de forma ordenada las elecciones presidenciales, que atraen mucha más atención y participación.
Especialmente de cuidado en tal sentido son los señalamientos de Petro. Esta semana, el líder del movimiento Colombia Humana se rehusó a participar en un debate con varios contendientes, en protesta por las supuestas irregularidades.
Petro es el candidato favorito, según las encuestas. Su potencial de movilización de masas, ante una contingencia, es elevado. Además, una narrativa de fraude electoral calza fácilmente en su discurso populista sobre “elites corruptas”. Más aun en un país como Colombia, en la que un puñado de familias detenta un enorme poder político, económico y mediático.
A lo que un líder populista puede llegar con acusaciones de fraude electoral ya lo demostró el expresidente norteamericano Donald Trump. Lo que salvó a Estados Unidos de sucumbir a su arremetida fue la fortaleza de las instituciones. Fortaleza que en Colombia es mucho menor. Por otro lado Petro, a diferencia de Trump, no goza de poder presidencial. Si cantara fraude en las elecciones, tal vez sería como cuando Andrés Manuel López Obrador lo hizo en México. Es decir, una denuncia colérica pero sin consecuencias traumáticas.
Mal precedente
Sin embargo, no hay que buscar en otros países denuncias de fraude comicial que sí tuvieran consecuencias traumáticas. En Colombia hay casos. El más reciente fue el de las elecciones de 1970. En aquel entonces, el candidato oficialista Misael Pastrana derrotó a la alternativa populista, el ex dictador militar Gustavo Rojas Pinilla.
Los derrotados cantaron fraude. Si bien no hubo alteración alguna del orden constitucional, un grupo de extrema izquierda en la coalición de apoyo a Rojas Pinilla se decantó por la rebelión. Fueron estos los fundadores de la guerrilla marxista M-19, responsable de algunas de las acciones más violentas en Colombia en los años 70 y 80. Petro fue, a propósito, uno de sus militantes, aunque nunca en posición de liderazgo.
Hoy Colombia es un Estado mucho más sólido y pacífico que en aquel entonces, pero sigue siendo una democracia frágil. No son raros los escándalos que vinculan a políticos prominentes con grupos violentos. Por no hablar de los excesos represivos en cuerpos de seguridad del Estado, como mostraron las protestas de 2019, 2020 y 2021.
Así que el potencial de conflictividad si Petro o algún factor importante de la política neogranadina denunciara fraude en las presidenciales no es despreciable.