Este fin de semana estalló una oleada de protestas de concurrencia atípica en China, país donde las grandes manifestaciones son una rareza por miedo a represalias del gobierno autoritario.
Alejandro Armas/El Político
El incidente que lanzó a miles de personas a las calles fue un incendio en la ciudad de Ürümqi, cuya fatalidad fue asociada por el público con medidas draconianas de cuarentena contra el covid-19. De hecho, el descontento por las políticas contra el coronavirus llevaba tiempo incubándose. Pero en las protestas de hoy, algunos reclamos tienen implicaciones más profundas.
¿Qué motiva esta rara expresión de descontento masivo? ¿Cuán lejos puede llegar? Veamos.
Moderados y radicales
China tiene algunas de las medidas para contener el coronavirus más restrictivas del mundo. El empeño del gobierno es eliminar completamente el flagelo. En un principio, el número relativamente bajo de casos de covid-19 en China pareció validar esta estrategia. Pero ahora hay un nuevo brote importante de la enfermedad. Mientras el resto del mundo se adapta a la convivencia con el virus y relaja controles, las autoridades chinas insisten con un plan que para más y más ciudadanos luce inviable y se ha prolongado demasiado.
Así que el fin de estas medidas es uno de los reclamos más reiterados entre los manifestantes. Sin embargo, algunos han ido más allá. Exigen mayores derechos en general, como libertad de expresión. Algunos hasta exigieron la renuncia de la elite del Partido Comunista Chino, incluyendo a su secretario general, y líder máximo de China, Xi Jinping.
La probabilidad de que tales cambios liberalizadores se den es baja. Las manifestaciones ocurren poco después de que Xi consolide su posición como el mandatario más poderoso de China desde Mao Zedong. El mes pasado, en el XX Congreso del Partido Comunista Chino, se aseguró un tercer mandato consecutivo como secretario general. Algo sin precedentes desde los años 80.
No conforme con ello, el régimen de Pekín lleva años perfeccionando sus medidas de control de la población. Aplica tecnologías para mantener los movimientos de los ciudadanos ampliamente vigilados. La censura de medios de comunicación y redes sociales dificulta la articulación de actores opuestos al gobierno. Y las autoridades ya mostraron que no les tiembla el pulso para reprimir con fuerza bruta protestas incómodas, como hicieron en 2019 en Hong Kong.
El dilema del Presidente
No obstante, las manifestaciones representan un desafío importante para la dictadura de Xi. Pudiera ordenar suprimir con dureza las protestas, y apostarle a que surtirá el efecto deseado de aterrorizar a la población para que deje de manifestarse. Pero existe el riesgo de que eso provoque más furia y más protestas.
Una alternativa sería la relajación de medidas contra el covid-19. Eso pudiera satisfacer las exigencias más puntuales y aislar a quienes demandan cambios más profundos. Pero hacerlo supondría un golpe a su imagen como “líder sabio” que entiende lo que se debe hacer por el bien común, aunque sea impopular.
Como sea, a Xi le conviene encontrar rápido una forma de contener las protestas. Si se salieran de control y se convirtieran en algo más extenso y prolongado, su gobierno tendría que dedicar mucho mayor esfuerzo a la situación interna. Justo cuando China aspira a consolidarse como potencia mundial, con influencia en asuntos globales.