Un momento. ¿Por qué, en un portal dedicado a la información política, dedicarle un artículo entero a la realeza británica y a su nuevo cabecilla, Carlos III? ¿Acaso no se trata de una monarquía constitucional cuyo papel es totalmente ceremonial y sin poder alguno sobre el gobierno del Reino Unido?
Alejandro Armas/El Político
Sí, lo es. No obstante, hasta una jefatura de Estado simbólica tiene consideraciones que son dignas de análisis político. Sobre todo cuando hablamos de una institución individualizada cuyo titular por casi tres cuartos de siglos acaba de desaparecer, como es el caso del trono londinense.
Entonces, ¿qué desafíos aguardan al rey Carlos y la familia real? Veamos.
Siete décadas de transformaciones
El reinado de Isabel II, de un total de 70 años, es el más largo en toda la historia británica, incluyendo a los reyes ingleses que precedieron la formación del Reino Unido actual en 1707. Debido a esto, pudiera decirse que su imagen y su personalidad se volvieron inmanentes a la mismísima institución. Es decir, se fusionaron con la propia idea de monarquía británica en la conciencia colectiva.
Pero además, este reinado atípicamente largo coincidió con un período de revolución muy acelerada en la tecnología de información. Ello a su vez transformó profundamente la forma en que se genera conocimiento, y las percepciones que del mundo a su alrededor se hacen los individuos.
Entonces, para la monarquía británica, la percepción que de ella tenga el público puede cambiar mucho más ahora, al pasar de un titular a otro, que, digamos, hace un siglo. Carlos no parte con una apreciación abrumadoramente negativa (ni siquiera mayoritariamente negativa) entre sus compatriotas, pero lo que le aguarda más adelante en ese ámbito no es nada seguro.
De acuerdo con una encuesta citada por The New York Times, 65% de los británicos tiene una opinión favorable sobre Carlos. Eso es 21 puntos menos que su madre.
¿Oportunidad republicana?
En el Reino Unido ha habido movimientos republicanos que se inclinan por abolir la monarquía. Nunca han gozado de favor mayoritario. La nota de The New York Times detalla que en estudios de opinión recientes la monarquía cuenta con el respaldo de 70% de los ciudadanos, lo mismo que hace treinta años.
Pero los republicanos británicos esperan que eventualmente la relativa impopularidad de Carlos, comparado con Isabel II, contribuya a agriar la actitud generalizada hacia la propia monarquía.
Para evitarlo, el Rey tendrá que ser un hábil generador de opiniones positivas sobre su persona y el resto de la familia real. Así, pudiera compensar el efecto negativo perdurable que tuvieron algunos episodios en la historia de la familia, algunos de los cuales lo involucran, como su malhadado matrimonio con Diana Spencer. También tendrá que esforzarse por minimizar nuevos escándalos entre su parentela, como las denuncias de racismo esgrimidas por su hijo menor y su nuera. O los señalamientos de conducta sexual inapropiada contra su hermano.
Cortar el lazo final
Si de Carlos y sus parientes más cercanos depende el futuro de la monarquía, hay no poco en juego. No tanto por el gobierno del Reino Unido como por su economía e integridad. Después de todo, el aura ceremoniosa y un tanto anacrónica de la realeza británica es un atractivo turístico para quienes no experimentan algo parecido sus respectivos países.
Además, el simbolismo de la monarquía es un elemento de la nacionalidad británica compartida. Así, puede contribuir a mantener a raya movimientos separatistas en Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
Fuera del Reino Unido, el panorama es más complejo. Varios países de la Commonwealth, heredera del Imperio Británico, mantienen al monarca inglés como su jefe de Estado formal. De nuevo, es solo algo simbólico. Pero como el monarca ni siquiera habita esos países, que han desarrollado su propia cultura, su vínculo con los ciudadanos es mucho menor que en el Reino Unido. Por ello, en varios hay también corrientes que abogan por cortar el último vínculo con Londres y declararse repúblicas.
La sucesión de Isabel a Carlos acaso brinde un pretexto persuasivo para dar el gran paso. Pero hacerlo no sería sencillo, bien sea por falta de interés en el público, como en el caso de Nueva Zelanda, o por exigencias constitucionales difíciles de cumplir, como sucede en Canadá o Australia. Imposible no es. Barbados recientemente se declaró república. Y no tuvo que esperar por ninguna sucesión.