Liz Truss es desde este martes la nueva primera ministra británica y líder del Partido Conservador. En muchos aspectos difiere de su pintoresco predecesor, Boris Johnson. Discreta, no muy dada a la política como espectáculo y alineada con las viejas convenciones de su organización política.
Alejandro Armas/El Político
Si el estilo ruidoso de Johnson tuvo algo que ver con la situación actual del Reino Unido (discusión que es harina de otro costal), a Truss le conviene el contraste. Hereda un conjunto de problemas que le garantizan a su gobierno un primer recorrido bien turbulento, que acaso será también el último.
¿Cuáles son estos desafíos a los que Truss deberá hacer frente? Veamos.
Alto costo de vida
Un viejo proverbio chino reza “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”. Ciertamente, la segunda década del tercer milenio después de Cristo ha sido, digamos, “interesante”. Una pandemia como el mundo no había visto desde la gripe española, con el perdurable caos económico que desató. Tensiones geopolíticas que acabaron con el orden geopolítico imperante desde el fin de la Guerra Fría, empezando por la invasión rusa de Ucrania.
El Reino Unido no está para nada exento de las dificultades asociadas a todo esto. Como en muchos otros países, la Gran Bretaña sufre de una inflación atípicamente alta, en parte como producto de una crisis en la cadena global de distribución de bienes por la cuarentena para contener el covid-19. En julio, fue de 10,1%.
Revertir este problema que tanto descontento genera en las masas es bastante difícil, porque no todo depende de las autoridades nacionales. Ellas poco pueden hacer, más allá de aumentar las tasas de interés y asumir políticas de disciplina fiscal. En tal sentido, la promesa de Truss de recortar impuestos antes de dominar la inflación, justo cuando el gobierno no puede darse el lujo de buscar fuentes alternativas para el gasto público, ha sido cuestionada por economistas.
Alivio dudoso
Aunque las Islas Británicas están relativamente lejos de los campos de batalla ucranianos, no es inmune a los efectos de la guerra allá. La reducción en el suministro de gas por parte de Rusia, principal proveedor de Europa que así espera debilitar el apoyo de sus naciones a Ucrania, es un golpe duro.
El Reino Unido no depende tanto del gas ruso como Alemania o Italia, pero el aumento de precios por la menor oferta lo sienten igualmente sus ciudadanos en el bolsillo. Cuando llegue el invierno y aumente la demanda por la necesidad de calefacción, se agravará el problema. De ahí que Truss haya lanzado un programa de ayuda gubernamental para aliviar el impacto. Pero su efectividad estaría en tela de juicio por ir en simultáneo con el recorte de impuestos ya mencionado.
La nueva primera ministra tendrá además que lidiar con las expectativas que se tiene sobre la guerra propiamente dicha. Después de todo, Boris Johnson fue uno de los más decididos defensores de la causa ucraniana y su gobierno brindó abundante apoyo militar. Truss no solo tendría que mantenerlo, sino además poner de su parte para preservar la unidad entre los aliados de Ucrania. La misma será puesta a prueba este invierno europeo, por el problema del gas.
Riesgo electoral
En la contienda para sustituir a Johnson como líder del Partido Conservador y primer ministro, Truss rápidamente emergió como favorita. Pero al final fue electa con un margen de apoyo ante sus rivales menor que lo que se esperaba. Entre los miembros del partido habilitados para votar en la elección interna, Truss obtuvo 57,4% del sufragio. Cuando Johnson fue electo líder, lo hizo con 66%.
Aunque no hay obligación legal de convocar elecciones generales hasta 2025, como primera ministra Truss pudiera hacerlo por adelantado. De hacerlo y tener éxito comicial, consolidaría nuevamente una mayoría para su partido, que ya lleva 12 años gobernando, antes de que las dificultades económicas por venir le hagan el panorama más desfavorable.
Pero convocar una elección en el corto plazo sería arriesgado. En parte por los problemas económicos actuales y los escándalos de la era Johnson, el Partido Conservador no está en su mejor momento. Una encuesta reciente para el semanario The Observer puso a la oposición laborista a la cabeza de la intención de voto, con 38%. Le seguían los conservadores, con 34%, pero con un ligero incremento con respecto a la emisión anterior del mismo estudio (los laboristas, en cambio, bajaron).
En esas hipotéticas elecciones, Truss se mediría por primera vez ante el público general, en vez de los apenas cientos de miles de militantes que la eligieron líder de su partido. En tal sentido, no es alentador que otro sondeo hallara que apenas 12% de los británicos considera que Truss será una buena mandataria. La primera ministra pudiera aumentar su apoyo, al menos en el corto plazo, con la reducción de impuestos y la ayuda para cubrir costos energéticos. Ese será su primer reto importante.
Una real incógnita
Por último, tenemos la muerte de la reina Isabel II, apenas dos días después de tomarle juramento a Truss como primera ministra. Ahora el Rey es su hijo, Carlos III. Si bien la monarquía constitucional británica no tiene poder real, su papel simbólico es importante para, por ejemplo, mantener a raya movimientos separatistas en Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
Entonces, a ningún gobierno británico le conviene una crisis en la percepción de la monarquía por el público. Mucho menos a un gobierno controlado por la organización cuyo nombre completo es Partido Conservador y Unionista. De momento, no hay indicios de que la familia real, y su nueva cabeza, vayan encaminados hacia una debacle en la apreciación de las masas. Pero como Isabel estuvo tanto tiempo al frente, su ausencia supone una gran incógnita sobre lo que viene ahora.
Acá no mucho depende de Truss, claro. Pero los primeros ministros, que son políticos con experiencia de apelación popular, en el pasado han asesorado al monarca de turno sobre cómo manejar problemas de imagen. La actual bien pudiera tener que hacerlo pronto.