En los regímenes autoritarios las depuraciones de correligionarios se producen cuando el que está arriba se encuentra suficientemente consolidado: cuando el que manda se considera ya lo bastante fuerte para comenzar a decapitar a sus posibles rivales internos sin temor a que estos se unan y contraataquen.
Emili Blasco/ ABC
El año que termina ha sido el año de la consolidación del madurismo: vista la viabilidad de Maduro como presidente autoritario (ha logrado romper el orden democrático y constitucional sin que haya sido derrocado, a pesar de las multitudinarias manifestaciones registradas en abril y mayo), sus padrinos cubanos -a quienes la oposición atribuye el control del país- parecen haber apostado ya por él para que se perpetúe en el puesto.
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El chavismo se ha transformado en madurismo, como la URSS, tras la muerte prematura de Lenin, dejó el leninismo para entrar en un largo estalinismo. La música llanera, tan presente antes en la vida oficial venezolana (la música del arpa, el cuatro y las maracas, tan querida por Chávez por ser propia de su estado natal de Barinas) ha sido sustituida por la salsa, que Maduro y la Primera Combatiente bailan en televisión. Sería extraño que eso no estuviera estudiado. Los compases autóctonos han dado paso a sones que, aunque compartidos en el Caribe, tienen un origen cubano. ¿Cabe mayor simbolismo del traspaso de poder y de obediencias?
Maduro ha superado la prueba
Una vez pasó 2016 sin que pudiera celebrarse un referéndum revocatorio, los cubanos podían haber cambiado a Maduro por otro dirigente con mayor atractivo popular, sin coste político. Pero el presidente ha resultado eficiente en cumplir la misión asignada para 2017: afrontar el salto en el vacío de pasar de un régimen formalmente democrático a otro que rompe abiertamente con el orden constitucional (Asamblea Nacional paralela) y que celebra elecciones ya oficialmente fraudulentas (como declaró Smartmatic, la propia empresa que gestiona la votación electrónica, en relación a la votación de gobernadores). Si la oposición ha aceptado todo eso, ¿por qué no va a aceptar también la reelección de Maduro en 2018, con las mismas trampas?
Así que, una vez consolidado, Maduro ha comenzado las depuraciones en serio, sin aparente temor a que los castigados canten (saben muchas cosas, pero al fin y al cabo son igualmente responsables de lo que puedan denunciar).
El primer gran depurado ha sido Rafael Ramírez, el zar del petróleo durante la era de Chávez y quizás la mayor fortuna ilícita amasada a su sombra. Maduro ya lo apartó al comienzo de modo educado (en 2014 fue designado brevemente canciller y luego enviado como embajador ante la ONU); ahora lo ha arrojado a las tinieblas(tras dejar la ONU este mes de diciembre, hoy se encuentra en Italia, temeroso de volver a Venezuela o dar un paso exterior en falso que suponga su detención).
¿Candidatura de María Gabriela Chávez?
El interés político de Maduro de acabar con él está claro. Ramírez, en su día tildado el hijo de Chávez, puede representar ante los ojos de muchos la idílica era anterior, cuando PDVSA generaba enormes divisas, la economía iba bien, no había carencia de medicinas ni de alimentos esenciales, y las masas populares sintonizaban sinceramente con el carismático líder.
El madurismo necesita terminar con la añoranza del chavismo, y nada mejor que cercenar a gran parte del llamado 4-F (el grupo de antiguos dirigentes que arroparon a Chávez al comienzo de su vida política y que han cultivado una imagen de guardianes de la esencia de la revolución). Ese sector sigue buscando una cara pública con la que intentar confrontar a Maduro en las elecciones previstas para finales de 2018. Una de las opciones consideradas es promover como candidata a María Gabriela Chávez, hija del comandante, que ha sido adjunta de Ramírez en la ONU durante los últimos años.