La escasez más peligrosa para la población venezolana es la de liderazgo político, que le permita articularse a su alrededor, tener dirección y estímulo a la acción y le devuelva la esperanza de que sí se puede… porque sí se puede. Ningún líder político, de derecha, izquierda o centro, ni clásico, ni nuevo, en el país o exiliado logra hoy una conexión significativa con la población, ni genera confianza y esperanza, ni la mueve a la acción.
Sin rescatar un liderazgo político que genere de nuevo confianza y lineamientos de acción, la capacidad para provocar cambios es prácticamente nula. Hay un “clivage” entre la gente y los políticos. Simplemente no se oyen, ni se creen, ni se respetan entre ellos. La población ni voltea a ver al liderazgo cuando intenta hablarle, por lo que no se entera si han cambiado o tienen una propuesta nueva interesante. Es clave que se restituya la relación Líder-Población. Pero eso requiere tres elementos fundamentales: reconocimiento de errores por parte del liderazgo actual, su disposición a apoyar el surgimiento del nuevo liderazgo y su compromiso de no competir por el poder en transición.
El vacío de liderazgo tenderá a resolverse de manera planificada (promovida de manera articulada por la sociedad civil y el propio sector político) o abrupta (por medio de un outsider). El mejor escenario es el surgimiento planificado y articulado, pero eso requiere el concurso de la sociedad civil, la academia, la iglesia y los notables, presionando el cambio interno en la propia oposición y los políticos clásicos entendiendo que el país está por encima de ellos y que no hay forma de reconectarse a corto plazo.
Si quieren que la población se voltee y oiga a los líderes políticos convencionales y los vuelva a respetar, tendrán que darle un palo a la lámpara presentándose juntos frente al país y díciéndole en qué han sido exitosos y en qué se equivocaron, ofreciendo además dedicar su esfuerzo y conocimiento al surgimiento de nuevos liderazgos que den esperanzas y nueva energía a la oposición.
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