Grupos de antiguos miembros de las FARC o del ELN han formado organiaciones criminales como la llamada Autodefensas Unidas Colombo-Venezolanas ( AUCV) o la Línea, que muestran su odio decapitando a sus víctimas.
Apolinar Martínez/El Político
Las pruebas del horro que se vive en la frontera Colombo-Venezolana, una vez desaparecidas las FARC o con el ambiguo ELN, cuyos miembros a la deriva se pasan simplemente a formar parte de grupos ciminales, pueden verse con las últimas demostraciones:
El 6 de julio, en Ureña (Venezuela), un grupo de militares venezolanos divisó a cinco sujetos que arrastraban costales mientras cruzaban el río Táchira desde el lado colombiano. Al abordarlos y ordenarles que mostraran la carga, descubrieron tres cabezas humanas.
Pero un mes antes en la misma población, se halló el cuerpo decapitado de Evert Antonio Báez Arenales, de 29 años, que trabajaba como carguero en esa franja, plagada de trochas ilegales.
Las autoridades confirmaron que entre los costales en los que ocultaban los restos humanos también se hallaron panfletos de un grupo que se autodenomina Autodefensas Unidas Colombo-Venezolanas (Aucv), que asegura cumplir una función “antiguerrillera”.
En redes circuló un video en el que se ve a varios hombres armados exhibiendo cabezas decapitadas.
La lucha por el control de las trochas
A consecuencia del cierre intermitente de la frontera, ordenado por el régimen de Nicolás Maduro, ha surgido un nuevo campo para la aparición de las bandas criminales: Es el control de las “trochas”, o veredas por donde circula el contrabando de armas, drogas y toda clase de productos.
Fuentes extraoficales señalan que allí impera una banda conocida como La Línea. Al control de la droga y el contrabando ahora se une el cobro de peaje a los venezolanos que desean huir del gobierno chavista.
Se indica que el comandante de La Línea es Jesús José Hernández Almarza, de 24 años y conocido como ‘Causa’.
En un verdadero infierno se ha convertido esta frontera, en la que las auténticas autoridades son guerrilleros y matones.
Ni el viejo Oeste norteamericano tiene comparación con lo que se vive entre Venezuela y Colombia