Iker nació en Nuevo Laredo, una ciudad fronteriza donde los narcotraficantes deciden quién vive y quién muere. Varios familiares de este adolescente eran parte del crimen organizado y él creció admirándolos “cuando los veía con armas y chalecos”. Un día, cuenta, decidió salir de dudas preguntándole su tío a qué se dedicaba: era traficante de drogas del Cartel del Noreste, enemigo de Los Zetas.
El Político
“Me dijeron que ni me metiera, esos vatos son sanguinarios y no tienen piedad de nadie”, recuerda Iker, cuyo testimonio es parte de un estudio sobre niños reclutados en México por organizaciones criminales que fue publicado esta semana por la organización civil Reinserta.
“Desde ese día, mis tíos me agarraron más confianza: me daban dinero, carros, joyas… A los 14 años entré de manera formal al cartel. Me dieron, al igual que a todos, un adiestramiento militar… Te enseñan a usar los R (rifles AR-15), los AK-47 o los calibre Barrett (que perforan el blindaje)”, reportó Univision.
Operador de un cartel mexicano
Según los investigadores, Iker estuvo un mes en entrenamiento para sobrevivir en condiciones adversas, armar y desarmar rifles, disparar con precisión, irrumpir en una casa… Le daban latas de atún como premio. “En el grupo había otros chavos como yo, de 14 o 15 años, había otros más chicos que estaban entrenando para halconear (espiar para alertar sobre la presencia de enemigos y policías)”.
Esa fue la primera función de Iker en el Cartel del Noreste y cuando tenía 15 años lo pusieron a cruzar indocumentados y “kilos de mota” (marihuana) hacia Estados Unidos. Lo detuvieron, su familia trató de enderezarlo, pero el joven volvió al cartel como pistolero. Colgaba mantas y secuestraba rivales por un sueldo de 20,000 pesos (unos 1,000 dólares) cada dos semanas. En Navidad le regalaron un auto nuevo.
“Mi primer asesinato lo cometí a los 16 años. Él (la víctima) andaba de ratero, andaba robando carros y su error fue que andaba de rata en el grupo, se robó dinero que era para pagarle a los halcones… Por la impresión de ver cómo madreaban a la ‘rata’, vomité… Cada uno agarró una mano y se la cortó. Al último le mochamos la cabeza. Él nomás gritaba, por eso le encintamos la boca. Esa primera vez que maté a alguien sí sentí feo. Ya con la segunda, tercera, cuarta, ya no sientes nada”.
Integrantes del cartel
Iker no es el único adolescente sicario que le concedió una entrevista a los investigadores de Reinserta.
Julián, cuyo padre era “comandante” de Los Zetas, relató cómo por ese ejemplo abandonó la escuela secundaria en Monterrey. Su familia vivía a salto de mata, de Nuevo Laredo a Oaxaca, luego a San Luis Potosí y de vuelta a Nuevo León. Julián dormía poco temiendo que llegaran a balear su casa.
No pudo evitar que a su padre lo asesinaran al estilo de los narcos: lo decapitaron. “Me llené de coraje con esa gente, me quise meter con ellos para matar al vato que mató a mi papá. Fue por eso. No porque quisiera. Por eso a los 16 años me metí al Cartel de Noreste, para cobrar venganza”.
Su primer trabajo fue guiar indocumentados que se dirigían a EEUU y le pagaban 100 dólares por cada uno. Cada noche pasaba con entre cinco y diez personas. Más tarde se volvió espía y fue así como lo detuvieron las autoridades.
El cartel ha pagado sus abogados para que lo saquen de una cárcel para menores. “En el cartel hay varias reglas. Por ejemplo: tengo prohibido golpear mujeres o andar secuestrando de la nada; tampoco puedo consumir droga de los contras… Muchos tienen a la Santa Muerte tatuada, me la voy a hacer saliendo (del penal)”.
Más de 29,000 menores asesinados
El informe de Reinserta expone que alrededor de 35,000 niños en México son parte de organizaciones delictivas que los usan para una serie de roles, como espiar, traficar droga, secuestrar personas, vender piratería, llevar mensajes, cocinar, ser esclavos sexuales, inclusive asesinar.
“Las niñas y los niños son reclutados por los grupos criminales aproximadamente entre los 9 y 11 años, en algunos casos a edades más tempranas”, describe el análisis.
“En algunos grupos delictivos organizados, los niños más pequeños comienzan realizando tareas sencillas como informar y observar; a partir de los 12 años comienzan a cuidar casas de seguridad o transportar droga; desde los 16 años portan armas y son los encargados de realizar secuestros y asesinatos”. Estos últimos tienen un promedio de vida de tres años, según el reporte.
A las niñas, en cambio, las ponen a limpiar sus guaridas, cocinar y empaquetar droga. Los enganchan con el consumo de drogas, ofreciéndoles artículos que difícilmente comprarían con un trabajo formal y advirtiéndoles que no pueden salir del cartel porque saben mucho.