Al final de la tarde se ve sobre el asfalto de la autopista Francisco Fajardo de Caracas las sobras de municiones de lacrimógenas, perdigón, canicas y molotov; restos de las protestas antigubernamentales que acaban enfrentadas con la Guardia Nacional en Venezuela.
Unas horas antes, decenas de uniformados, con chalecos, escudos y máscaras, estaban bajo un puente escuchando una charla de su comandante sobre la guerra de cuarta generación, y cómo el método de la "no violencia" podría intentar destronar del poder a su comandante en jefe, el presidente venezolano, Nicolás Maduro.
"Este señor, Gene Sharp, ha diseñado un método para dar golpes suaves", repetía el mayor general Antonio Benavides subido sobre un jeep con toda la atención de los uniformados, la mayoría muchachos que no llegaban a los treinta años, que escuchaban impávidos.
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La tesis venía de un libro que les leía Benavides titulado "testimonios de una guerra no convencional", y que en una de sus páginas atribuye al filósofo estadounidense la frase: "La no violencia como técnica de acción política, puede ser usada con cualquier fin".
Durante los 64 días de protestas en Venezuela las autoridades han contabilizado más de 2.800 manifestaciones, 800 de ellas violentas, en las que estiman que han participado 600.000 personas, 63 de las cuales han muerto y más de mil han sufrido lesiones.
La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) es en Venezuela el componente militar empleado para el control de las manifestaciones junto a la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
El componente militar ha desplegado 12.000 de sus 80.000 miembros de seguridad en todo el país con un arsenal completo para enfrentar disturbios y frenar a los opositores en las calles desde hace dos meses.
La GNB es al mismo tiempo dos cosas: el cuerpo represor para la opositores y el garante de la paz de la llamada revolución bolivariana.
Hay apenas unos minutos en los que todos están inmóviles luego de que las marchas opositoras se consiguen con los pelotones de la GNB al borde de la pared imaginaria en la autopista. Allí la fuerza pública amuralla el lado de la ciudad prohibido para el antichavismo.
Del lado oeste hay centenares de militares con escudos, máscaras y escopetas de lacrimógena y perdigón que avanzan acompañados de una caravana de vehículos blindados.
Del este, miles de personas, una columna blanca de manifestantes protestando contra el Gobierno, su proyecto para redactar una nueva Constitución, y uno de los momentos más críticos de la economía venezolana.
Desde la rejilla de una de las tanquetas se ve la columna interminable y difusa de personas y a un joven casi adolescente que se separa de la multitud, da un paso al frente y agita sus manos con las palmas al frente.
Lo que se escucha es un oficial repetir tres o cuatro veces por el parlante: "No pueden manifestar en la autopista", "retirarse de la autopista". Dos advertencias más y termina la negociación, los minutos de tregua que de un lado parecen eternos y del otro apenas segundos.
Un cohete de pirotecnia disparado de un edificio rompe el instante, mientras el disparo certero del cañón de agua de una cisterna antidisturbios va a dar a la manifestación con una presión de 1,6 megapascal.
Pronto los gritos de la manifestación se van apagando con el sonido de las lacrimógenas disparadas de escopetas y desde tanquetas, así como con el ruido del vidrio de las molotov, de los cohetes, las piedras y los escudos de hojalata.
En poco tiempo no hay inmunidades ni derechos, no hay propiedad privada ni protocolos, cada quien carga a sus heridos y en el suelo quedan balines, canicas, y municiones que nadie se atribuye.
Se marchan las tanquetas rotas con impactos de bala o incendiadas, enfermeros de primeros auxilios que denuncian haber sido robados o atacados por efectivos, pedazos de uniformes, y zapatos de muchachos que corrieron desesperados.
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Y cuando la columna de manifestantes ya ha corrido, solo han quedado los de siempre, que se han visto sobre la misma autopista tantas veces ocultos con las máscaras: La GNB y "la resistencia", dos frentes de una misma generación y en la misma crisis.
El choque entre ambos es el capítulo final de cada jornada de protesta y, en ocasiones, se extiende durante horas.
Al final, cae el sol y todos se marchan a casa con una razón más para volver mañana.
EFE