Volvió colmado de elogios Mauricio Macri de la cumbre del G-20 en China. Relató ante sus funcionarios las lisonjas personales que le dispensó Barack Obama en la apertura del encuentro. Y los plácemes que le dedicó Xi Jinping, el mandatario chino. Resaltó que el canciller brasileño, José Serra, se mostró entre sorprendido y disgustado ante su colega Susana Malcorra, por el espacio que los líderes de las potencias dedicaron al presidente argentino y su gobierno, cuando ese lugar relevante había sido siempre de Brasil.
El afuera está demostrándose el flanco más grato para Macri, cumplidos nueve meses de gestión. El mundo –al menos el mundo que cuenta en la cosmovisión del Presidente– celebra su diseño estratégico, su nueva agenda, el rumbo de la economía. Todo muy bonito, pero de invertir en serio por ahora ni hablemos. El dinero es cobarde y la Argentina todavía asusta.
El adentro tiene otras demandas y complicaciones. Hasta ahora es pura táctica, casi todo coyuntura. Medidas aplicadas sobre un universo de gente de carne y hueso que sufre el día a día. Allí las cargas vienen más repartidas, incluso reconociendo el carácter endemoniado de esta transición.
Por cierto, después de un largo cuatrimestre signado por el impacto de la devaluación y el tarifazo, del alza del costo de vida y de la caída del empleo y del salario, en algunos casos con índices dramáticos, por primera vez aparecen indicadores de una recuperación incipiente de la economía y el consumo. El Gobierno destaca el incremento flamante del 23% en el despacho de cemento, la suba de autos y motos vendidas, el freno en la caída de la venta de alimentos. Festeja la baja concreta de la inflación. Se ilusiona con un último trimestre de repunte productivo y achicamiento del deterioro salarial. Y sostiene que hay una tendencia irrefrenable de crecimiento para el año próximo, después de cuatro o cinco años recesivos.
“Macri siempre fue un tipo de suerte”, dice Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno porteño que creció en política al amparo del Presidente y ahora toma vuelo propio. “Estamos condenados al éxito” asegura, parafraseando al Eduardo Duhalde que llegó a la Presidencia después del desastre que se llevó puesto a Fernando de la Rúa hace quince años. Mejor no mentar mucho aquellos tiempos. No terminaron bien.
En todo caso, Macri estará “condenado” a transitar el tiempo hasta su primera y crucial prueba electoral, dentro de un año, con la economía a favor. En el Gobierno ahora se permiten evaluar que la sociedad debería sentir la mejora no más allá de abril, para que sus efectos se derramen de lleno sobre el camino a las urnas. Es una pretensión lujosa que hasta hace pocas semanas no se permitían.
Pero en ese tránsito hay otros asuntos menos gratos a los que el Presidente estará también “condenado”. Por ejemplo, a acentuar el juego político para establecer acuerdos más consistentes con los gobernadores opositores y lograr que el Congreso le vote antes de fin de año las leyes que necesita. Y sobre todo, a desplegar un ejercicio de negociación constante con gremios y organizaciones sociales para evitar que las demandas acumuladas exploten antes de fin de año, incluso a despecho de las mejoras que empezarían a sentirse por el freno a la inflación y los aumentos de las paritarias.
De estos temas habla el equipo ejecutivo que se reúne cada día, en la Casa Rosada o en Olivos, con Macri al mando asistido por el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
El ministro Rogelio Frigerio lleva la relación con los gobernadores. El Gobierno sostiene que se trabaja con fluidez y comunión de ideas de gestión con casi todos los peronistas, la mayoría de ellos estrenando el cargo. Mucha plata se puso ya para lubricar ese vínculo. Quizás algún día otorgue algún rédito electoral. Pero mientras tanto va dando frutos en los acuerdos que se logran en el Senado.
El paquete de leyes va a tener como broche el Presupuesto, que esta semana será remitido al Congreso. El negociador en jefe allí es Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados. Ya hubo reuniones bicamerales en las que se juntó con Sergio Massa y Miguel Pichetto para establecer una agenda posible. Al Gobierno le interesan además la reforma electoral, hoy de destino incierto; y la ley de Ministerio Público, que está para ser aprobada, y que recortaría mandato y atribuciones a la procuradora Alejandra Gils Carbó, tratando de forzar su salida.
Pero lo más delicado se relaciona con la situación social y con una posible expresión de protesta activa que ocupe la calle, que es el escenario más temido.
Un tema clave, pero no excluyente, es el proyecto para corregir las distorsiones e injusticias del Impuesto a las Ganancias que afecta a los salarios medios y altos. Las conversaciones preliminares con la CGT ya empezaron. Toma parte activa el ministro del área, Jorge Triaca. Pero los sindicalistas esperan hablar en concreto a partir de esta semana, cuando esté de regreso Alfonso Prat-Gay. Sostienen que como se trata de recortar el impuesto, o sea de poner plata en el bolsillo de los asalariados restándola de la cuenta del Estado, nada avanzará sin la opinión del ministro de Hacienda.
La nueva CGT unificada está operando para establecerse como el principal interlocutor social del Gobierno. En esa tarea hace equilibrio frente al sector sindical abiertamente opositor, encarnado en las dos CTA –una más kirchnerista que la otra– que armaron la Marcha Federal que desbordó hace una semana la Plaza de Mayo.
En la oposición activa se suman las agrupaciones sindicales de izquierda, de influencia creciente; y sectores que no entraron en la unificación de la CGT como los bancarios que lidera Sergio Palazzo, un dirigente que tiene línea directa con Leopoldo Moreau, histórico de la UCR devenido en fervoroso radical-cristinista.
En la balanza de la CGT contrapesan los movimientos sociales que se apartaron del kirchnerismo y que hicieron su debut oficial en la masiva manifestación del pasado 7 de agosto, día de San Cayetano. El miércoles último estas organizaciones, que son expresión a su vez de sectores políticos de diversa procedencia, fueron recibidas por la CGT. Acudieron el Movimiento Evita, la Corriente Clasista Combativa y Barrios de Pie.
Fue el primer paso para una articulación que reconozca la realidad del mapa del trabajo. El dato es incontrastable: seis millones de trabajadores están en blanco y mayormente sindicalizados. Pero hay tres millones de trabajadores informales y otros tres millones de cuentapropistas.
En ese universo en negro se mueven las organizaciones sociales, que también se reunieron con las dos CTA. Y las dos CTA fueron recibidas por el ministro Triaca. Se juega a varias puntas y en mesas simultáneas. Y cada palabra que se dice enerva a la otra parte. Macri habló de no reabrir paritarias porque la inflación está bajando y desde la CGT le contestaron que era una “provocación” que los estaba “obligando a tomar medidas”. Hay muy poco margen para la tolerancia o la gentileza.
En este contexto, la estrategia de prudencia de la CGT no está exenta de debates internos, con una conducción que busca afianzarse. El martes, la mesa chica cegetista discutió el estado de situación. Estaban los triunviros Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña. Y también los perennes jefes gremiales que les dan sustento: Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez, Armando Cavalieri, Carlos West Ocampo, José Luis Lingeri, más Pablo Moyano por los camioneros que lidera Hugo y un gastronómico de Luis Barrionuevo.
La pulseada puede definirse en dos posturas: Pablo Moyano empujando al conflicto abierto y Cavalieri más moderado, recordando –según aseguran lo hizo sin ruborizarse– que “con los gobiernos liberales siempre fue avanzar y retroceder”. Con opinión mayoritaria, Cavalieri recomendó “administrar la estrategia”. O sea, retomar el eterno ejercicio de apretar y negociar.
Sin apretar demasiado, porque más allá de Macri los jefes sindicales hoy no ven nada con entidad institucional y política suficiente. Pero sin negociar de manera tímida, porque en tiempos de conflicto social no se admiten blanduras evidentes.
Un destilado de tanta precaución será el lanzamiento de un paro nacional antes de fin de año, para protestar contra “el ajuste de Macri”. La decisión ya es inevitable.
El Comité Central Confederal del próximo viernes 23 facultaría a la conducción tripartita a fijar fecha y modalidad de la medida de fuerza. El paro se haría antes de noviembre, para despegarlo de la tradicional escalada de demandas hacia fin de año. Es un fenómeno que suelen impulsar las organizaciones sociales sobre bases objetivas de necesidad popular. Pero el Gobierno y la CGT advierten que podría repetirse esta vez el aliento extra desde sectores políticos: la izquierda dura y el cristinismo.
En esa misma línea, en la CGT se habla de hacer el paro sin movilización. Un día de protesta pero sin ocupar la calle. Aunque otros grupos movilicen por su cuenta.
La dinámica económica, política y social de las próximas semanas terminará por definir el perfil de esa protesta. El Gobierno está listo para debatir y rechazar el paro. Pero deberá digerirlo. También a eso está “condenado” Macri.
Con información de Clarín