Las elecciones están muy cerca de llevarse a cabo en los Estados Unidos y los importancia del voto latino y afroamericanos es muy importante.
El Político
Tanto como Donald Trump y Joe Biden buscan a los votantes indecisos para convencerlos con sus propuestas mas interesantes.
Según el periodista Eduardo Porter del New York Times, el Donald Trump ya no usa tanto su podio para hablar del muro que hace cuatro años prometió erigir a lo largo de la frontera sur.
No está prometiendo proteger a ciudadanos y ciudadanas estadounidenses de hordas de violadores entrando sin autorización al país desde México.
En esta campaña electoral, Trump lo usa para advertir a las mujeres blancas de los suburbios que solo él puede protegerlas de los negros pobres que quieren mudarse cerca de su casa.
Enfoca su ira contra los jóvenes que se han volcado a la calle en las principales ciudades del país para protestar contra el racismo inherente en aparatos de seguridad pública que día sí, día no, matan a otro afroamericano desarmado.
Pero, en esencia, la propuesta del presidente Trump a sus más fieles seguidores no ha cambiado desde 2016: está prometiendo protegerlos del cambio demográfico que amenaza el poder que detentan los blancos desde el nacimiento de la nación. El enemigo es hispano o negro, musulmán. Da igual. El enemigo es el futuro mismo, ese momento en unos 25 años cuando grupos “minoritarios” sumarán más de la mitad de la población de Estados Unidos.
La división del mundo que propone el presidente entre un “nosotros” blanco y un “ellos” de color ha sido efectiva para movilizar decenas de millones de votos. Sin embargo, no es del todo convincente porque fuera de las pesadillas de los seguidores de Trump, esa coalición de color que tanto temen no existe.
La estrategia del presidente plantea, de hecho, una pregunta crucial para las comunidades negras e hispanas: ¿Existe el espacio común para construir una visión conjunta de nación? ¿Puede emerger una alianza de los oprimidos? Lo que queda claro es que esa coalición no se va a construir sola.
Las comunidades de color comparten una historia de opresión. La esclavitud marcó la experiencia afroamericanos en forma única, sin duda.
Pero desde la Ley de Exclusión de los Chinos de 1882 hasta el esfuerzo de Trump para cerrar la puerta a personas provenientes del mundo islámico, pasando por la Gran Depresión, cuando los presidentes Hoover y Roosevelt se dedicaron a echar a cualquier hijo de vecino que pareciera mexicano, sucesivos gobiernos han dejado claro que las personas de color, en general, no son parte de “nosotros, el pueblo”.
Hoy, latinos y negros tienen en común barreras erigidas para frenar su avance: distritos electorales atiborrados de “minorías” para reducir su peso en distritos vecinos y diluir su influencia en el congreso, cortes que desmantelan protecciones legales establecidas hace décadas para garantizar sus derechos políticos, urnas que desaparecen de sus barrios, requisitos onerosos para ejercer su derecho al voto.
Un montón de latinas y latinos se han volcado a la calle en apoyo al movimiento contra la violencia policial dirigida hacia los afroamericanos. En una encuesta realizada por Telemundo y BuzzFeed este verano, más de la mitad de los jóvenes latinos, entre 18 y 34 años, dijeron que habían participado en las protestas urbanas provocadas por la muerte de George Floyd a manos de la policía.
Pero a pesar de esta aparente comunidad de intereses, la idea de una coalición entre las comunidades de afroamericanos más vulnerables parece un tanto fantasiosa.
Solo entendí el inmenso poder de la identidad tribal en el proyecto estadounidense cuando llegué a vivir a Los Ángeles hace poco más de 20 años. Había vivido la mayor parte de mi vida fuera del país. Aunque entendía la ubiquidad del racismo, en Los Ángeles me di cuenta de su capacidad para moldear instituciones y determinar comportamientos. En Estados Unidos el racismo define y limita dónde puedes vivir o ir a la escuela, cómo te relacionas con las autoridades y qué acceso tienes a los beneficios de la ciudadanía.