Los Juegos Olímpicos son un escenario de disputas políticas y confrontaciones ideológicas entre Estados, pero algo viene cambiando en los atípicos Juegos de Tokio 2020.
El Político
Más allá de la retórica internacionalista y un tanto ingenua que acompaña a los Juegos modernos desde su origen, estos han sido siempre un fenómeno esencialmente político.
Todo empieza por la decisión misma de querer albergarlos; muchas veces, esta es fruto de la vanidad de unos gobernantes que ven en las Olimpiadas la posibilidad de hacer inversiones y transformaciones urbanas que serían imposibles sin el capital político y económico que da la celebración de un evento así, y esperan que les dé la aureola de grandes organizadores y genios del estímulo económico. No solo los dictadores sueñan con transmitir esa imagen, reportó Prensa Libre.
Juegos Olímpicos ‘soft power’
Los Juegos Olímpicos, además, se basan por completo en la competición entre naciones.
Estas tienden a utilizar su participación en ellos para demostrar el superior esfuerzo y valor de su juventud y el talento táctico de sus élites deportivas; en realidad, es una muestra de ‘soft power’: la capacidad para persuadir a los demás, de manera no coercitiva y por medio de la simple admiración, de la superioridad política de tu país.
A ello se dedican cantidades de dinero completamente desproporcionadas que las sociedades censurarían si se dedicaran a otros fines que no fueran el deporte: antes de los Juegos de Tokio, el Gobierno británico dedicó 19 millones de libras solo a la creación de un equipo de nadadores de élite.
El Gobierno de Singapur da un millón de dólares a los nacionales que ganan una medalla de oro en los Juegos Olímpicos; en el pobre Kazajstán, son 250.000; en Estados Unidos, son 37.500, que no paga el Gobierno sino el Comité Olímpico, de carácter privado.
Juegos Olímpicos: Otra forma de política
A partir de los Juegos de Montreal, en 1976, se debilitó la financiación directa y total de los Estados y se impuso una mezcla de inversión pública y privada, lo que atenuó la instrumentalización de las Olimpiadas. No obstante, esto no significa que el evento deportivo haya dejado de ser un escenario político, reportó El Confidencial.
Por el contrario, en las semanas que llevamos del certamen en Tokio hemos visto florecer la política de otra forma: los actos de resistencia de las atletas contra la sexualización de sus cuerpos y la valiente decisión de la gimnasta y campeona, Simone Biles —que se retiró para cuidar de su salud mental—, muestran que el Estado nacional dejó de ser el objeto de disputa en los Juegos Olímpicos, mientras las subjetividades y la diversidad son ahora lo que moviliza los actos políticos en el deporte.
Finalmente, aunque el nacionalismo aún actúa entre el público, disfrazado de orgullo patrio, en la era digital las Olimpiadas son puro entretenimiento, despojado de significados y volcado hacia el simple placer de mirar la gracia de las hazañas y de los movimientos atléticos.
Política y deporte
Siempre que se habla de los Juegos Olímpicos surge el tema de la política. Hay tres aspectos importantes en esta relación: el ideario olímpico, la instrumentalización por parte de los Estados organizadores, protestas y violencia.
El ideario olímpico
Los Juegos Olímpicos nacieron como un hecho político. Su filosofía, centrada en el “amateurismo” y el “juego limpio”, fue en sí misma una filosofía política
En principio, el “amateurismo” implica que solamente quienes no tienen necesidades económicas y responsabilidades de cuidado pueden practicar deportes con cierto grado de especialización sin recibir a cambio un salario.
Por otra parte, el fundamento del “juego limpio” es la idea del deporte como fin en sí mismo, lo que excluiría al deporte como profesión o como forma de movilidad social. Este ideario reinó durante los primeros certámenes y tuvo efectos decisivos en la exclusión de países africanos, atletas afrodescendientes, mujeres y deportistas de clases populares.
Instrumentalización
Este es el capítulo más voluminoso de la relación entre Juegos Olímpicos y política, pues casi ninguna versión del certamen se ha librado de las ventajas publicitarias que saca el país anfitrión.
Hay, sin embargo, casos emblemáticos y otros menos conocidos pero muy ilustrativos.
Por ejemplo, los primeros Juegos, realizados en Atenas en 1896, tuvieron como antesala la independencia griega de Turquía, por lo que la organización de las justas tenía, en parte, el sentido de diferenciarse de los otomanos y asimilarse a occidente en un contexto de mayor interés por la cultura helenística clásica.
Después de la Segunda Guerra Mundial los Juegos Olímpicos fueron instrumentalizados de tres formas por los países anfitriones:
La primera fue una especie de limpieza de imagen de los países que conformaron la alianza del Eje (Italia, Japón y Alemania) y que se convirtieron en democracias liberales. Es el caso de las Olimpiadas de Roma (1960), Tokio (1964) y Munich (1972).
La segunda está marcada por el contexto de la Guerra Fría y la demostración Soviética del deporte planificado durante los Juegos de 1956, realizados en Melbourne.
La tercera consiste en el interés de países periféricos que intentan incorporarse simbólicamente al mundo desarrollado occidental. Los principales ejemplos son las olimpiadas de México (1968), Beijing (2008) y Río de Janeiro (2016).
Protestas y violencia
Los Juegos Olímpicos de México, en 1968, fueron el escenario de multitudinarias protestas estudiantiles contra la corrupción política; la concentración del poder y los altos costos del certamen. La dura represión desembocó en lo que se conoce como la masacre de Tlatelolco.
Pero los Olímpicos de México sirvieron también como vitrina para la protesta de Tommie Smith y John Carlos, atletas afroamericanos que; durante la entrega de medallas, cuando estaban parados en el podio y sonaba el himno de su país; levantaron sus puños cubiertos por guantes negros como forma de denunciar internacionalmente el racismo en los Estados Unidos.
Más recientemente, en 2016, durante los Juegos de Río de Janeiro; una multitud de personas protestó por la corrupción del gobierno y los costos para realizar la competencia.