En situaciones angustiosas como la actual de Venezuela es característica la tendencia de muchas víctimas a entablar debates banales o superficiales en medio de la frustración por no ver claro un final del camino.
Antonio A. Herrera-Vaillant/ El Político
La desesperación por salir de una realidad deprimente – que junta la degradación de unos con la abusiva desfachatez de otros – crea un sube y baja de emociones donde cada evento o información se vuelve gran esperanza o tremenda desilusión.
Se escudriñan y magnifican los más ínfimos detalles y actuaciones de cada persona, institución o país, buscando vislumbrar el fin de la pesadilla, o “culpables” de que continúe.
Es casi imposible un desenlace con salidas mágicas como esas películas del Far West donde por fin “llega la Caballería”, huyen todos los malos y regresan la paz, libertad y prosperidad; o como en esas fantasías infantiles que terminan con “todo volvió a ser igual y vivieron felices para siempre jamás”.
Para vencer a la larga es fundamental una visión madura y perspectivas objetivas sobre la magnitud del complejo proceso de recuperación de la democracia – aún, cuando se produzca un quiebre decisivo en la organización delictiva que mantiene a todo un país bajo su férula.
Contrastando esta barbarie con los peores episodios de la historia venezolana vemos que la arremetida del tirano Aguirre duró cinco meses, el reinado de terror de Boves tomó seis, y el proceso de la Independencia apenas abarcó diez años.
La salvaje Guerra Federal no pasó de un lustro, y poco más el período guerrillero de los años 60. Estos vándalos llevan dos décadas sistemáticamente destrozando y degradando al país en todos los frentes.
Los problemas son de tal envergadura que no se pueden garantizar salidas maravillosas y positivas para todos. Vendrán hitos de júbilo, pero no será corta ni sencilla la recuperación de valores, instituciones y libertades plenas en la sociedad venezolana.
Resulta esencial afrontar el futuro inmediato sin ilusos infantilismos inmediatistas y asumiendo de lleno el proceso de maduración que quizás sea el único legado positivo de toda esta catástrofe, pues quienes viven de ilusiones mueren de decepciones.
La dictadura bruta está objetivamente cada vez más acorralada, quebrada, y sin liderazgo efectivo.
La clave para ello ha sido la tenaz perseverancia con que el movimiento democrático venezolano ha resistido los embates tiránicos sin rendirse a lo largo de los mismos veinte años – con todos sus errores y aciertos.
Si a esa tenacidad unimos la madurez, tendremos la fórmula del éxito para la reconstrucción de Venezuela.