Todo fue dual, casi bipolar en la toma de posesión del Presidente de sesenta años Alberto Fernández quien tiene experiencia como jefe de gabinete en el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y durante el primer año del de Cristina Kirchner (2008), quien esta vez será su vicepresidenta y encabezará el Senado.
El Político
Un abrazo casi fraternalprotagonizaron Alberto Fernández y Mauricio Macri en una asamblea legislativa cargada de contrastes, en la que la grieta política que divide a la sociedad no dejó de estar presente aún a pesar de las palabras de unidad que cruzaron gran parte del discurso del nuevo presidente.
Fernández, que sucede en el cargo a Mauricio Macri, deberá enfrentar un complicado escenario económico marcado por la elevada deuda pública, una frágil moneda nacional, la subida constante de los precios y la escalada del desempleo y los niveles de pobreza.
En sus cuatro años de gobierno, Macri habrá bajado el déficit fiscal de cerca de 5% del PIB a 0,5% y deja un monto de reservas internacionales de 43.800 millones de dólares, frente a 25.500 millones en 2015.
Macri prometió hacer una oposición constructiva. Destacó que será el primer presidente no peronista que termina su mandato desde que en 1945 surgió ese movimiento que marcó a fuego la política argentina.
“Esto no es logro de un presidente o de un partido. Este es un logro de todos los argentinos. Es un avance en nuestra democracia, sobre todo en este contexto delicado para América Latina”, consideró el mandatario saliente.
Abrazar al diferente
Para el nuevo mandatario, la fraternidad es necesaria porque “ha llegado la hora de abrazar al diferente”, y la solidaridad porque en esa “emergencia social” en la que asegura está el país “es tiempo de comenzar por los últimos para llegar a todos”..
“Un presupuesto adecuado solo puede ser proyectado una vez que la instancia de negociación de la deuda haya sido completa y hayamos podido poner en práctica un conjunto de medidas para compensar la crisis”, añadió.
Cristina mal educada
El reverso de esa medalla fue la cara de desprecio con la que la vicepresidenta Cristina Kirchner saludó a Macri, cuando el ya en ese momento expresidente subió al estrado para entregarle la banda y bastón de mando a su sucesor. No lo miró a los ojos, le retiró la mirada e hizo evidente su distanciamiento, pero Macri, un caballero corrido en siete plazas, continuó su camino como si nada hubiese ocurrido.
La dirigencia política se dividió en dos cuando Macri ingresó al recinto de la Cámara de Diputados. Mientras los legisladores de Juntos por el Cambio se levantaron de sus bancas para aplaudirlo, desde los escaños del Frente de Todos y los palcos, ocupados en su totalidad por dirigentes y militantes kirchneristas, redoblaron esfuerzos para cantar a viva voz la Marcha Peronista y opacar así la recepción al expresidente por parte de sus aliados.
El recibimiento a Macri había sido motivo de preocupación para los líderes parlamentarios del oficialismo saliente en los minutos previos al inicio de la asamblea legislativa. En una reunión con Máximo Kirchner y el presidente de la Cámara baja, Sergio Massa, los jefes de los bloques de la UCR, Mario Negri, y de Pro, Cristian Ritondo, pidieron que imperara el respeto durante la ceremonia. La orden llegó a los palcos y al ingreso de Macri no se escucharon gestos de reprobación.
Sin la efusividad militante de las asambleas legislativas de la época kirchneristas, el canto que unió a todos los peronistas fue el "Alberto Presidente", que se escuchó en varias oportunidades. Cuando la reunión no había comenzado, hubo un tibio intento de resucitar el hit kirchnerista de los patios militantes ("Vengo bancando este proyecto…"), pero duró muy poco y no se volvió a repetir.
Un mensaje de esperanza
El mensaje presidencial fue interrumpido por aplausos en más de una treintena de veces durante la hora y dos minutos que duró. Sin embargo, en solo dos oportunidades mereció la aprobación de todos los presentes.
Ambas oportunidades terminaron con una ovación de pie de los legisladores. La primera fue cuando reivindicó el reclamo por la soberanía de las islas Malvinas. La segunda, y más estruendosa, la recibió cuando declaró que la consigna "Ni una menos" debe ser política de Estado.
Pocos invitados especiales
Como suele ser costumbre, los palcos del primero piso, donde se ubican los invitados especiales, fueron repartidos de modo temático.
"Los Gordos" de la CGT ocuparon uno de los primeros palcos a la derecha del estrado de la presidencia. En la primera fila se sentaron Andrés Rodríguez (UPCN), Héctor Daer (Sanidad) y Antonio Caló (UOM). Atrás de ellos estaban Omar Viviani (Taxis), José Luis Lingeri (Obras Sanitartias) y Hugo Moyano (Camioneros).
Al lado de ellos, estaban varios alcaldes del conurbano, con Juan Zabaleta (Hurlingham) y Martín Insaurralde (Lomas de Zamora), al frente. Sin el protagonismo de otras épocas, las organizaciones de derechos humanos ocuparon dos palcos. En uno se destacaban Adolfo Pérez Esquivel y Taty Almeida. En el otro, Hebe de Bonafini y, en un discreto segundo plano, el periodista Horacio Verbitsky, de impecable traje gris claro, camisa blanca y corbata roja.
Enfrente, en los palcos bandeja que están a la derecha del estrado de la presidencia, se ubicaron los ministros del nuevo gabinete y los miembros de la Corte Suprema de Justicia. A pesar de los cortocircuitos políticos que protagonizaron, el presidente del tribunal, Carlos Rosenkrantz, y su antecesor, Ricardo Lorenzetti, departieron amablemente. Diputados muy desubicados cantaron la marcha peronista.
A la izquierda, se ubicaron los gobernadores y los expresidentes Eduardo Duhalde y Carlos Menem. El riojano estuvo acompañado de su hija Zulemita y debió atender varios pedidos de dirigentes peronistas que querían sacarse una foto a su lado
Sólo cuatro mandatarios
Uruguay puso la nota de la concordia. Tabaré Vázquez y Lacalle Pou, presidente en ejercicio y electo respectivamente, cruzaran juntos el río de La Plata para estar presentes en la investidura y Sebastián Piñera pese a la crisis, no pudo cruzar los Andes debido a que se perdió un avión militar con 32 pasajeros a bordo.
Con el paraguayo Mario Abdo Benítez y el dictador cubano Miguel Díaz-Canel que llegó el domingo, fueron apenas cuatro los presidentes de la región que acudieron a la ceremonia del «perokirchnerismo». La presidente del Senado, Pilar Llop, estará en representación de España.
El presidente de Brasil rechazó la invitación de asistir a los actos oficiales, pero ordenó a última hora que su vicepresidente, Hamilton Mourano viajara a Buenos Aires. El ministro Osmar Terra tuvo que anular un viaje y una agenda destinada a suavizar las tensiones bilaterales. El Gobierno de Fernández tendrá que hacer malabares para reconducir las relaciones con su principal socio comercial y evitar que el agónico Mercosur
Fernández deberá moverse con Israel tras comunicarle Benjamin Netanyahu que tampoco aceptaba su invitación y, al estilo Bolsonaro, retiró la delegación de alto nivel prevista para viajar con el ministro Akunis. El Gobierno de Mauricio Macri designó a un embajador político en Israel (Mariano Caucino), cuyo principal misión fue recuperar la confianza entre ambas administraciones.
Jair Bolsonaro rectificó y autorizó a su vicepresidente, Hamilton Mourano a viajar a Buenos Aires para asistir a los actos del traspaso de mando entre Mauricio Macri y Alberto Fernández.
Iván Duque no asistió, Lenín Moreno, presidente que le dio la puntilla a Unasur y ordenó retirar una estatua de Néstor Kirchner en Quito, permaneció en la capital ecuatoriana. En La Paz se quedó Jeanine Añez. La presidenta interina jamás recibió la invitación de Buenos Aires. Nicolás Maduro no se mueve del palacios de Miraflores y envió a su ministro de Comunicación Jorge Rodríguez, lo que ocasionó la ida anticipada del representante de Estados Unidos.