En una plaza de San Pedro cubierta de neblina, como para darle mayor solemnidad al acto, y ante miles de fieles congregados para presenciar la misa funeral del Papa Emérito, Benedicto XVI, Francisco, el primer Papa en presidir el funeral de otro Pontífice desde 1802, cuando Pío VII acogió los restos mortales de Pío VI, acudió a las 9:30 en silla de ruedas, como es habitual debido a sus problemas en la rodilla derecha, para pronunciar su homilía de despedida.
El Político
El Papa Francisco reflexionó sobre la lectura del Evangelio de San Lucas 23, 46, deteniéndose en particular, en una frase de Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”
“Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz”, remarca Francisco, “su último suspiro capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre".
"Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos”.
Es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero el corazón del Pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Sabiduría, delicadeza y dedicación
Francisco agradeció la "sabiduría, delicadeza y dedicación" que Benedicto XVI "supo esparcir a lo largo de los años".
El Pontífice se refirió a Ratzinger "como el Maestro que lleva sobre sus hombros el desgaste por su pueblo" para procurar la intercesión "más allá de las incomprensiones que puede acarrear".
"Amar quiere decir estar dispuestos a sufrir" y "dar a las ovejas el verdadero bien", que según Francisco es "el alimento de la presencia de Dios".
"Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz", con estas palabras Francisco concluyó su homilía en la misa funeral del Papa emérito Benedicto XVI.
Era grandioso el acto seguido por millones de fieles en todo el mundo por distintos canales, en el que podía distinguirse una acción excepcional: Un Papa despidiendo a otro, lo que daba una ejemplaridad única.