El mismo día que Joe Biden llegó a la Casa Blanca, su asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, emitió una directiva que cambiaba algunas condiciones para el uso de los drones contra terroristas en escenarios fuera de los campos de batalla activos como Afganistán, Siria e Irak.
El Político
Recortaba, por ejemplo, la autonomía que había dado a los mandos del Ejército y la CIA el anterior presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para llevar a cabo acciones en lugares como Yemen, Somalia, Nigeria o Pakistán.
La medida, que reveló primero en marzo ‘The New York Times’ y confirmó entonces la Administración, formaba parte de un plan integral para revisar la estrategia, así como el marco legal y político, en el uso de drones y las operaciones especiales, un plan que el demócrata quería tener listo para el 20 aniversario del 11-S, reportó El Periodico.
Estrategia de Biden
La revisión supuestamente iba a culminar en una nueva estrategia, que aspiraba a buscar un terreno intermedio entre las políticas que aplicaron Barack Obama y Donald Trump en cuestiones como la autorización requerida de la Casa Blanca para determinadas operaciones, la autonomía de los militares y la Inteligencia para operar en países concretos o las garantías para proteger a los civiles.
El PPM constituía uno de los ejes centrales en la apuesta de Biden por replantear la política exterior de Estados Unidos, cumplir con su promesa de campaña para acabar con “las guerras eternas” y avanzar su visión de un país que, como ha insistido en las últimas semanas, quiere abandonar los grandes despliegues militares sobre el terreno en “un mundo cambiado” con más retos que el terrorismo.
Varios ataques con drones en julio, dirigidos contra milicias iraquís apoyadas por Irán, así como otros más de este mismo verano en Somalia, tras seis meses iniciales sin acciones conocidas del ejército estadounidense en África, habían puesto en cuestión el alcance y la forma en que culminaría el replanteamiento de la estrategia.
Biden contra los drones
Han sido, no obstante, los acontecimientos de los últimos días de presencia estadounidense en Afganistán los que han puesto en duda la nueva política de la Administración. El tono y la contundencia de los últimos discursos del presidente no hacen más que intensificar los interrogantes.
Al dirigirse el pasado martes a la nación para dar por cerrada la retirada afgana, Biden prometió mantener la lucha contra el terrorismo con una estrategia “dura, implacable, precisa y selectiva”.
Como lleva haciendo meses, incluyendo en su primer discurso como presidente en abril ante las dos cámaras del Congreso; presumía de las “capacidades más allá del horizonte” con las que cuenta el Pentágono, un concepto que incluye los aviones no tripulados, aunque muchos expertos; incluyendo el director de la CIA, reconocen que sin tropas sobre el terreno esas capacidades se ven mermadas.
Debate de fondo, pendiente
La salida de Afganistán y el nuevo panorama dejan obsoletos los planes iniciales de Biden; que según algunos expertos había conseguido incluso que algunos estamentos de Defensa e Inteligencia pusieran la lucha antiterrorista; en un lugar menos prioritario y hasta habían animado a grupos de activistas que luchan contra la siempre opaca guerra de drones; esperanzados ante la falta de ataques lanzados durante los seis primeros meses de su gobierno.
Unas expectativas que han quedado en el aire, a medida que regresa el miedo a que los ataques se reactiven.
El debate de fondo sobre “las guerras eternas” sigue además pendiente, aunque muchos calculan que será inevitable en los meses; que restan hasta las próximas elecciones legislativas, impulsado tanto desde el trumpismo como por el ala más progresista del Partido Demócrata.
Aunque la Administración Biden ha dado muestras de estar dispuesta a que el Congreso acabe tanto con la Autorización; para Uso de Fuerza Militar de 1991, aprobada para la guerra del Golfo y más tarde para la de Irak; se está mostrando mucho más vaga sobre la anulación o reforma de la autorización aprobada en 2001; tres días después del 11-S, que desde entonces ha avalado una mutante y expansiva “guerra contra el terror”.