Los lunes siempre son complejos. El mercado agrícola del barrio, epicentro de la vida comercial, está cerrado; el ascensor del edificio está más congestionado que de costumbre y el suministro de agua es menor debido a los "excesos" de limpieza y lavado del fin de semana. Y ahora hay que agregarle, además, el coronavirus.
El Político
La alarma ha llegado incluso a quienes hasta la pasada semana le restaban gravedad al Covid-19. El mismo amigo que me llamó el jueves para decirme que este era un típico caso de "histeria colectiva" ha vuelto a telefonear esta mañana tras el anuncio del Ministerio de Salud Pública de que oficialmente hay 40 casos confirmados en Cuba y más de 1.000 hospitalizados.
"Parece que esto es en serio", me ha dicho al otro lado de la línea telefónica y ha aprovechado la ocasión para preguntar si han sacado pollo en alguna tienda cercana a nuestra casa. "Nada de nada", es la respuesta categórica. Lo que hasta hace unos días era un producto escaso hoy se ha vuelto extraordinario y mañana será solo un recuerdo.
En la mañana, salí con mi nueva mascarilla a pasear a mi perra Tinta. En la panadería una veintena de clientes esperaba para comprar el pan. La mayoría eran ancianos que, no solo son los más vulnerables, sino también los más desinformados porque tienen menos acceso a las nuevas tecnologías. Ni medios extranjeros, ni redes sociales ni mensajería instantánea, ellos dependen casi por completo del noticiero oficial.
"Yo sobreviví a la Crisis de Octubre y al Período Especial ¿Qué miedo puedo tener ahora?", fanfarroneó un hombre con una desteñida gorra militar sobre sus abundantes canas. "Yo hasta me enfermé de polineuritis en los 90″, emuló otra que llevaba a su nieto pequeño tomado de la mano, sin tapaboca alguno. "Los cubanos tenemos anticuerpos especiales", repitió al menos tres veces la señora antes de lograr alcanzar el pan del racionamiento.
Cerca de allí, en las afueras del preuniversitario José Miguel Pérez, donde el pasado viernes había filas de adolescentes, este lunes a las ocho de la mañana solo se veía una docena de alumnos. Si hace unos días entonaban el himno nacional durante el matutino, hoy sonaba solo el timbre, sin ceremonias previas, para llamarlos a las aulas. Aunque no se han suspendido las clases, la "rebelión de los padres" consiste en no mandar a sus hijos a las escuelas.
Así que toca inventar. He puesto en una cazuela las papas que alcancé a comprar este domingo, un trozo de calabaza, boniato, plátano y restos de la comida de ayer para improvisar un ajiaco. "Falta el maíz", me ha recordado Reinaldo, pero no son tiempos de seguir las recetas al pie de la letra. Nos podemos sentir afortunados de no haber tenido que hacer hoy una larga cola para llenar el plato.
A media mañana tocaron a nuestra puerta. Eran dos estudiantes de medicina con más temor que convicción. Se quedaron lejos del umbral y preguntaron si alguien se sentía mal en nuestra casa o si había viajado recientemente. "Sin síntomas… todavía", respondimos y se fueron hacia el otro lado del pasillo. Eran más jóvenes que mi hijo Teo y pensé en la zozobra de sus padres sabiendo que están afuera, expuestos.
Una vecina nos ha preguntado si conocemos a algún notario que brinde servicios a domicilio. Con más de 70 años la mujer está preocupada porque no ha hecho testamento y quiere dejar legalizada su herencia "por si el Covid-19 aparece". Sus dos hijos están fuera de Cuba y "ya perdieron la residencia aquí por lo que no tienen derecho al apartamento", enfatiza. Intentamos calmarla, pero la señora lleva algo de razón: "Ni muerta le dejo mi casa al Estado".
Si el paquete semanal había ganado protagonismo en nuestras vidas en los últimos años, ahora se vuelve vital. Ese compendio de audiovisuales pirateados viene a sustituir la plomiza cartelera oficial que por estos días alcanza cotas insoportables de ideología. Mientras en el resto del mundo que vive esta cuarentena muchos se enganchan a Netflix u otros servicios de streaming, en casa nos aferramos al disco duro que cada lunes rellenamos de películas y documentales.
Pero eso sí, hay que desinfectarlo en cuanto llega. Hemos destinado un poco de alcohol para limpiar el dispositivo, aunque en el pequeño comercio privado donde lo rellenan el empleado lleva una mascarilla y guantes. Los que aguardan en la fila para copiar series, filmes y telenovelas se han limpiado las manos en la entrada con una solución clorada. El ambiente huele a limpio y a miedo.
La nueva perrita que ha llegado a nuestra casa todavía no tiene nombre. Nos estamos demorando porque, en fin de cuenta, como diría el poeta Eliseo Diego, en esta Cuba de la emergencia solo nos queda "el tiempo, todo el tiempo".