Este martes hubo varias elecciones regionales y locales en Estados Unidos. Nueva York eligió a su próximo alcalde, y los estados de Nueva Jersey y Virginia, a sus gobernadores. En el estado sureño, los republicanos obtuvieron una victoria que debería preocupar mucho a los demócratas, por varias razones.
Virginia fue un estado que el presidente Joe Biden ganó sin mucha dificultad, con un margen de 10 puntos porcentuales sobre Donald Trump. Ningún republicano a ganado el voto del estado entero desde 2010. Además se trata de un estado relativamente diverso en materia étnica, donde los blancos sin ascendencia hispánica se han reducido a 60% de la población.
Si el sentimiento de los votantes se acerca a la opinión pública nacional, los demócratas están en aprietos. En solo un año habrá elecciones parlamentarias en las que los republicanos pudieran hacerse con el control de ambas cámaras en el Congreso. Dada la polarización y la tendencia hacia el extremismo particularmente marcada en el GOP (abreviatura coloquial para el Partido Republicano), un legislativo en sus manos pudiera ser la muerte de la agenda de Biden.
¿Cómo ocurrió?
Esta es la pregunta que los demócratas tienen que responder con urgencia, para tomar medidas acorde. No necesariamente lo que ocurrió en Virginia es un adelanto de los comicios al Congreso. A veces los habitantes de una zona con firme militancia partidista para el voto nacional se inclinan por la opción contraria a nivel estadal y local. Massachusetts es un bastión demócrata pero tiene un gobernador republicano. Lo inverso sucede en Louisiana.
Pero los demócratas deben contemplar la posibilidad de que su derrota en Virginia se deba a descontento con la gestión presidencial. O con el desempeño del partido oficialista en pleno. Después de todo, la popularidad de Biden lleva meses cayendo por diversas razones. Su agenda, con varias iniciativas populares, se ha estancado. La pandemia de covid-19 ha hecho estragos por más tiempo del esperado debido a la variante “delta” y la negativa de millones de estadounidenses a vacunarse. La economía ha tardado en recuperarse y hay temores de inflación prolongada.
Los demócratas necesitan aprovechar su control de la Casa Blanca y el Congreso para implementar políticas populares. A tiempo, para que los efectos incidan en la ciudadanía de cara a las parlamentarias. Sin embargo, dos de esas políticas, enmarcadas en sendos proyectos de ley sobre infraestructura y Estado del Bienestar, no han podido ser aprobados en el Congreso debido a disputas dentro del partido.
Tal vez el impacto por la caída en Virginia sea un aliciente para que moderados e izquierdistas depongan sus desacuerdos irreconciliables. Pero también puede suceder que cada facción se atrinchere en sus posturas y culpe a la otra por bloquear las políticas que, a juicio propio, hubieran sido mejor valoradas por los votantes.
Otra posible causa de los resultados electorales de anoche es que los republicanos supieron manejarse mejor en las "guerras culturales” que hoy ocupan buena parte de la política estadounidense. En el caso de Virginia, fuerte polarización por la forma en la que escuelas públicas enseñan sobre temas raciales en EE.UU. Desde la izquierda se insiste en abordar con mayor crudeza la historia del racismo y su continuidad en aspectos de la sociedad estadounidense contemporánea. Conservadores han reaccionado denunciando que tal contenido es inapropiado para niños y fomenta la aversión a los blancos. Como sea, los dos candidatos a la gobernación enfatizaron el tema en la campaña, y todo indica que al del GOP le dio mejores frutos.
Por ello, es probable que las voces moderadas del Partido Demócrata insistan en que el partido no debe seguir moviéndose hacia la izquierda en estos asuntos. A sus rivales más dogmáticos les costará argumentar por qué se debe mantener esa senda.
Difícil, pero valió la pena
Los demócratas no son los únicos que buscan pistas en su victoria en Virginia para saber cómo proceder más adelante. También los republicanos. Para ellos, la clave acaso esté en el propio individuo ganador, Glenn Youngkin.
Debido a la captación de buena parte de la base del partido por el expresidente Trump, algunos en la elite republicana recelosos de su populismo han buscado un equilibrio complicado. A saber, no aproximarse demasiado a Trump, sin alienar a sus fervientes seguidores.
Youngkin, con una propuesta en general de centroderecha, lo logró. No invitó al exmandatario a hacer campaña con él, pero tampoco denunció sus peores conductas, como insistir sin pruebas en que los últimos comicios presidenciales estuvieron amañados. Esto le permitió a Youngkin afianzarse entre votantes suburbanos sin militancia fija y reacios al extremismo, sin perder un voto rural muy favorable a Trump. Los demócratas trataron de identificarlo con peón del exmandatario, sin éxito.
Entonces, la pregunta clave que han de hacerse los republicanos es: ¿Puede la estrategia de Youngkin ser replicada en otros estados? Un primer problema con el cual lidiar en tal sentido es el propio Trump. Es improbable que un líder populista y narcisista como él se resigne a ser apartado constantemente del foco. Pudiera llegar un momento cuando se canse y empiece a presionar a otros candidatos republicanos para que se monten inequívocamente en su tren. De hecho, apenas se confirmaron los resultados en Virginia, Trump lo atribuyó al aporte de su movimiento.
Si otros republicanos repiten la experiencia de Youngkin, la base pudiera cohesionarse más en torno a la oposición a la agenda de Biden que al seguimiento a Trump. Hasta los admiradores del expresidente más convencidos preferirían a un republicano no trampista, si eso significa mantener a los demócratas a raya. Entonces el GOP se emanciparía de Trump.