Las finanzas responsables florecieron cuando eran más necesarias: poco después de la crisis financiera de 2008. Su empuje ha venido dado por inversores cada vez más conscientes.
Por Gema Sacristán
Cuando en enero de 2004 Kofi Annan escribió a cincuenta CEO de las más grandes instituciones financieras del mundo, no podía imaginar el impacto global de su convocatoria. El entonces secretario general de la ONU les invitaba a unirse a la iniciativa del Banco Mundial para introducir manejos financieros responsables e integrar los factores ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) en los mercados de capitales.
Annan tampoco podía imaginar que las siglas ASG estarían en boca de todos solo unos años más tarde junto a otras más, ODS, que corresponden a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este conjunto de 17 metas fue formulado por las Naciones Unidas en 2015 como hoja de ruta para un mundo más sostenible.
Hoy en día, invertir con criterios ASG implica considerar el impacto social y/o medioambiental y no solo la rentabilidad financiera, cuestiones demasiado críticas como para ser ignoradas. Para tener una idea de su dimensión recordemos que los activos gestionados por fondos que incorporan una visión socialmente responsable alcanzan los 30,7 billones de dólares en todo el mundo. Esto equivale a dos veces el PIB de Estados Unidos y es un monto diez veces mayor que en 2006, según los últimos datos publicados por la Global Sustainable Investment Alliance.
Si aplicamos una visión más amplia y medimos todos los activos financieros que siguen las directrices que, tras aquella reunión de Kofi Annan, se cristalizaron al formularse los Principios de la Inversión Responsable, entonces el volumen supera los 86 billones de dólares. Esta cifra equivale a cinco veces el PIB de Estados Unidos.
Las finanzas responsables florecieron cuando eran más necesarias: poco después de la crisis financiera de 2008. Su empuje ha venido dado por inversores cada vez más conscientes y exigentes, como Larry Fink, fundador y CEO de BlackRock, que en su misiva “Purpose & Profit” (Propósito y Beneficio) argumenta, “propósito empresarial” y “beneficio” son ahora dos conceptos inseparables, de ahí que –dice– “es más importante que nunca desarrollar estrategias a largo plazo que impulsen crecimiento y sostenibilidad”. BlackRock es uno de los mayores inversores del mundo: gestiona casi siete billones de dólares. A los inversionistas les siguen reguladores, supervisores, organizaciones internacionales y cada vez más empresas.
Invertir con criterios ASG implica aunar el análisis financiero con el impacto sostenible. La realidad es que, a largo plazo, respetar principios sostenibles y responsables ayuda a alcanzar objetivos económicos empresariales. Ya lo señalaba en 2005 el libro Who Cares Wins, otra iniciativa de Kofi Annan, donde por primera vez se acuñó el término ASG. Su autor, Ivo Knoepfel, fue uno de los impulsores del conocido índice internacional Dow Jones Sustainability (DJS) al que tantas compañías aspiran a integrarse.
Todo esto es lo que ha impulsado el desarrollo de un mercado financiero sostenible con actores de distinta índole, desde bancos de desarrollo a estados, municipalidades, empresas públicas y privadas. Europa y Estados Unidos son los mercados que están liderando la tendencia, pero en América Latina también se están haciendo cosas interesantes.
La Bolsa de Brasil B3 (antigua Bovespa) no solo fue la primera del mundo que en 2004 se adhirió al Pacto Mundial, sino que fue la primera de un país emergente en firmar los Principios de Inversión Responsable y en lanzar un índice de sostenibilidad (2005); fue además una de las cinco fundadoras en 2012 de la Plataforma de Bolsas Sostenibles impulsada por la ONU para promover la adopción de prácticas en materia de reporte sobre los factores ASG. Esta plataforma también integra hoy a los mercados de valores de Colombia, Argentina, Chile, Perú, México, Ecuador, Costa Rica, Jamaica y Panamá.
Varios países de la región, como México, Brasil, Chile y Argentina, cuentan ya con índices de sostenibilidad. Varias compañías regionales han aprobado con nota los exámenes para su integración en índice Dow Jones Sustainability y en el FTSE4Good de Londres. En cuanto a renta fija, los bonos sociales y sostenibles están despegando. En bonos verdes, aunque en 2018 la región no fue muy activa, ya acumula operaciones por 84.000 millones de dólares, con Brasil y México como emisores más activos.
Del mismo modo, Perú, Chile, Argentina Brasil y México han desarrollado sus propias guías y recomendaciones sobre emisiones de bonos verdes. La Bolsa de Panamá se ha convertido en la primera de América Latina que acogerá la negociación de bonos verdes al adherirse a Climate Bonds Initiative (CBI), una organización internacional que impulsa soluciones financieras para el cambio climático y de la que ya forman parte Borsa Italiana (Italia), Deutsch Börse (Alemania), Luxemburg Green Exchange (Luxemburgo), Nasdaq Norway (Noruega), Swiss Six Exchange (Suiza) y Taipei Exchange (China). Todo se está preparando para nuevas operaciones, según apunta la propia CBI.
Sin duda, queda mucho por hacer. La ONU calcula que cumplir con los ODS requiere una inversión de entre cinco y siete billones de dólares al año, para lo cual se ha identificado una brecha de 2,5 billones de dólares en países en desarrollo. La brecha anual de financiación en América Latina y el Caribe se calcula en 170.000 millones de dólares anuales, 3% del PIB de toda la región.
Hay que seguir trabajando sin caer en la complacencia. Aunque es justo que reconozcamos que, además de Kofi Annan, seguramente tampoco nosotros hubiéramos imaginado entonces que las siglas ODS y ASG iban a estar tan presentes en nuestras vidas o en nuestras operaciones financieras.
BID Invest abordó estos temas en la Semana de la Sostenibilidad, el foro de negocios sostenibles más reconocido en América Latina y el Caribe, que se celebró del 24 al 28 de junio en la Ciudad de Panamá. ■
Sobre la autora:
Gema Sacristán es la directora general de negocios de BID Invest. Se unió al Banco Interamericano de Desarrollo en diciembre de 2012 como jefe de la división de mercados financieros del departamento de financiamiento estructurado y corporativo. Anterior a este cargo, ocupó varios puestos de liderazgo en banca comercial y de inversión en Madrid, Londres y Nueva York. Entre ellos fue la directora de la Unidad de Financiamiento a la Exportación y a Agencias para Américas en BBVA Nueva York y vicepresidente y gerente de productos en el área de Global Trade Finance en el Banco Santander Nueva York.