En dos semanas la llamada democracia más antigua del mundo pondrá una vez más a prueba la solidez de sus instituciones y la vocación libertaria de su pueblo.
Las circunstancias que envuelven a esta particular cita no son del todo inéditas. La crispación de los ánimos y la polarización de las posiciones políticas han visto en EE. UU., episodios en pasados recientes y remotos. Esta democracia ha entregado tantos ejemplos de formidable funcionalidad que se tienden a olvidar los magnicidios, consumados y fallidos, una sangrienta guerra civil, “impeachments” y todo tipo de historias de gangsterismo político.
En todas estas duras pruebas el protagonista fundamental, el héroe anónimo ha sido invariable: el ciudadano.
Todo parece indicar que tendremos una elección disputada quizás a los niveles Gore-Bush o más plagada de denuncias y dudas de lo que está fue; con el consiguiente potencial de desestabilización en la medida que se atrase la entrega de unos resultados incontestables.
Será también una prueba de temple para los medios de comunicación. Ellos tendrán la honda responsabilidad de morigerar o excitar irresponsablemente los ánimos públicos.
La historia será la que juzgue si la comunidad editorial, ahora también conformada por un conglomerado tecnológico que apenas comienza a tener conciencia de la dimensión de su influencia en las mentes y voluntades de los ciudadanos, haya entendido el rol que tiene en la preservación de esa institución decana del desarrollo social de la humanidad, como lo es la democracia estadounidense.
A.S.