Luego de una votación temprana que quedará para la historia (unos 100 millones de votos antes del 3 de noviembre), y en medio de una frenética campaña electoral de Biden y Trump en los estados críticos, llega el día que cierra este ciclo político: el 3 de noviembre.
De ahora en adelante comienza un complicado hiato de conteos, alegaciones, maniobras políticas y eventuales cierres de centros de votación en condados, distritos y estados.
En clara diferencia de las elecciones de 2016, nadie da nada por seguro. Los demócratas no quieren repetir lo ocurrido con Hillary Clinton, cuando se confiaron de su victoria y no atacaron estados pendulares claves que le dieron la victoria a Donald Trump.
Los republicanos, obligados a adherirse al voto temprano, atacarán las posibles inconsistencias del sufragio demócrata previo al 3N. En fin, ambos buscarán el triunfo en los días que siguen al cierre de la jornada y abren la puerta al futuro de la nación.
Lo cierto es que, si no hay un mandato contundente e indiscutible, nos esperan largas jornadas de polémicas, participación de expertos, arduos debates legales y los involucrados haciendo lo posible por ganar con los números, las leyes y la opinión pública.
Lo importante, pues, nos será la oscuridad de la larga noche, sino la luz de un nuevo día que permita entender y aceptar los resultados según las leyes y las tradiciones. Hay suficientes instancias y herramientas para dirimir los conflictos, aunque algunos prefieran la violencia y el caos.
Se estima que la votación podría reunir más de 150 millones de votos. Hay que hacerle honor a semejante montaña de voluntades. Habrá que respetar la razón, no por el carisma o la fuerza, sino por la Ley que ha amparado al país de las barras y las estrellas por 244 años de democracia continua.
FNN